Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
294. MAYO-JUNIO. Año 1994 |
0.
SUMARIO |
LO
BELLO no es lo bueno, sino viceversa; de no ser así, llamaríamos belleza al
envoltorio edulcorado de la mentira, al exhibicionismo vano. Lo bueno es
limpio, desprendido, con espacio para Dios, que es incompatible con lo
artificioso y se muestra a los sencillos de corazón. La sencillez es difícil,
porque no puede suplirla ni la mejor inteligencia, tentada a veces por la
astucia y el orgullo. Los santos triunfaron de estas tentaciones y alcanzaron
a Dios. |
EN
UN SALUDO A TI |
AUDERE |
RASGOS
DEL ORATORIO |
CONVERSIÓN
Y VOCACIÓN DE NEWMAN |
ESTÉTICA,
ÉTICA, RELIGIÓN, DIOS |
INFLUJO
DEL EVANGELIO Y DE LOS SANTOS |
{1
(49)} |
1.
Tiempo de oración: EN UN SALUDO A TI |
Que
en un saludo a ti, Dios mío, |
se
extiendan todos mis sentidos |
y
toquen este mundo, |
peana
de tus pies. |
Lo
mismo que una nube del estío, |
cargada
de agua no llovida, |
permite
que mi mente se te acerque |
postrada
en el umbral de tu presencia, |
en
un saludo a ti. |
Que
todas mis canciones se recojan, |
trenzadas
en un solo acorde, |
y
fluyan hacia el mar |
de
tu silencio, |
en
un saludo para ti. |
Como
bandada de cigüeñas añoradas |
que
vuelan sin reposo noche y día, |
cuando
retornan a la altura de sus nidos, |
que
así también mi vida emprenda su jornada, |
camino
del hogar eterno, |
sencillamente
en un saludo a ti. |
Rabindranath
Tagore (1861-1941) 2 (50) |
{2
(50)} |
2.
Audere |
UN
REFRÁN antiguo asegura que «la suerte ayuda a los audaces». No nos faltan
ejemplos de audacia humana, mezcla de esfuerzo y ambición para lograr
triunfos en esta vida, en el mejor de los casos, ambiguos. Pero existe otra
audacia que podemos aplicar a lo espiritual. Alguien ha escrito, por ejemplo,
que la fe es una audacia proyectada hacia la trascendencia. Sin embargo nos
consta que la fe, antes que en la iniciativa del hombre, tiene su comienzo en
la semilla de un don que Dios siembra en el alma del creyente; la primera fe
es siempre una gracia, un favor inicial de Dios, un contacto divino que ha de
ser acogido conscientemente y crecer en forma de oración, es decir, en trato
personal con Dios. |
¿Qué
hemos hecho nosotros de esa primera gracia de la fe? ¿Qué ha sido, que es
nuestra oración? Si ya no nos parece que es perder el tiempo dedicarle
alabanzas a Dios, ¿qué le pedimos en nuestros ruegos? ¿Acudimos a él dejando
de lado todo atolondramiento y limpios de egoísmos, salvo ―si pudiera
serlo― el de crecer en su amor? Es muy probable que descubramos, en el
examen, la mezquindad de nuestros pensamientos, lo interesadas que fueron
nuestras peticiones, el olvido de tantas generosidades por agradecer. |
¿Qué
podemos hacer para curar nuestra miseria? El verdadero remedio, como la
respiración para la vida, está en insistir en la oración; pero no cualquier
oración, sino la oración audaz que implore la santidad que nos falta. Sin
embargo, esta palabra, santidad, nos da miedo: si queremos ser decentes;
santos, no tanto. Nos sobrecoge la nitidez de esta reflexión: que Dios, con
el ser, nos ha dado entendimiento y corazón, conciencia y libertad, fe y
esperanza, y la promesa de una morada junto a él, en el cielo, para cuando
vuelva a recogernos (Jn 14, 3), en esta esquina de la vida que los paganos
llaman muerte. |
Tenemos
miedo de Dios; nos asusta pedirle lo más grande, como si presintiéramos que,
a cambio, pudiera exigirnos un precio demasiado alto. Las grandes renuncias,
el vivir día a día de la providencia, los desprendimientos radicales, la
entrega {3 (51)} sin condiciones, el esfuerzo sin recompensa inmediata, la
perseverancia y la bondad escarnecidas, la obediencia hasta la muerte... son
para los tiempos del Dios de los patriarcas, para los mártires y algunos
santos, para los fanáticos de las bienaventuranzas, para Jesucristo Hijo de
Dios. A nosotros nos basta un dios más pequeño. En cuanto a Abraham, Moisés,
David, los Apóstoles, Jesucristo, los tomamos poco más que como adorno, e
incluso les aplaudimos; pero que no se nos confunda con ellos, porque ya nos
hemos confeccionado nuestro propio y tácito credo particular de mínimos
morales, que se aviene con las apariencias que mejor nos acomodan. Es verdad
que no acabamos de ser felices, pero nos queda todavía el recurso a la
infalibilidad mágica de algunos sacramentos para emergencias extremas, en las
que imaginamos salvar la eficacia de lo indispensable al margen del amor. |
¡Oh
si conociéramos el don de Dios! Seríamos audaces para hacerle la petición
máxima, nosotros que hasta ahora hemos pedido tan poco, eludiendo el
ofrecimiento del Señor (Jn 16, 24), ayunos, todavía, de la verdadera alegría
y de la paz que el mundo no puede darnos. Dejaríamos atrás ese empeño por
comparar lo que Dios quiere darnos con lo que tememos perder y quisiéramos
absurdamente eternizar; seríamos libres, finalmente, para un amor total
surgido de la plegaria pura, incondicionada, sin egoísmos. Los santos
creyeron en las promesas de Jesús y las convirtieron en substancia de su
oración, y por esto fueron santos. En ellos la audacia de la oración siguió a
la fe. Los obstinados en pedir menos nunca serán santos. Ni felices. |
Estad
siempre despiertos para una oración que no cese, nos dijo el señor (Me 21,
36), y un refrán latino estimulaba así a los héroes: «Memento audere semperl»
―«Acuérdate de ser siempre audaz»―. Deberíamos concordar la
palabra del Señor con esta recomendación humana para la osadía santa de
pedirle a Dios lo más grande que quiera darnos, pero que «no puede darnos» si
nos resistimos, como piño que cierra la boca y rechaza el alimento que le
ofrecen. Decimos que «no puede» porque respeta nuestra libertad, y respeta
nuestra libertad para que jamás perdamos la capacidad de amar, de amarle.
Imposible si no fuésemos libres, que para eso nos hizo así. |
¡Atrévete,
atrevámonos! |
El
Evangelio, música cantada. |
El
Evangelio escrito no bastó a los santos y lo convirtieron en verdad de su
vida. San Francisco de Sales decía que «entre la letra del Evangelio y la
vida de los santos no hay más diferencia que entre la música escrita y esta
misma música cantada». Dios no es una idea abstracta, ni un tema literario,
sino una realidad armoniosa de transparencias que sólo la fe ilumina y
el amor comprende y transforma en sabiduría propia, dando un vuelco al alma
que experimente la necesidad de Dios para siempre. |
{4
(52)} |
3.
Rasgos del Oratorio |
HAY
RASGOS en la vida de san Felipe Neri, que desconciertan. Uno de ellos, por
ejemplo, es el recelo constante que muestra frente a todo lo que aparece
demasiado estructurado. No se puede decir de él que fuese un ser desordenado,
pero profesó una constante desconfianza a lo que pareciera demasiado
sistematizado, porque podía sofocar la espontaneidad del Espíritu, que sopla
donde quiere. No pretendió fundar ninguna obra nueva en la Iglesia de Dios, y
fue por la presión del papa Gregorio XIII, de quien se puede decir que
"fundó" la "Congregación" ―denominación nueva en
aquellos tiempos― del Oratorio. El papa no quería que nadie tildara el
apostolado de san Felipe como algo espurio a la Iglesia. Para san Felipe
existían ya bastantes "religiones" u "órdenes" para que
en ellas se recibiera a los que se sintieran vocacionalmente llamados a
ellas; y también por el criterio de san Felipe, de que no son las reglas ni
los votos los que hacen la santidad, sino la observancia práctica del
Evangelio por verdadero amor a Jesús; cualquier sistema o medio, sin esta
observancia, lo consideraba humo, error o vanidad. Sin embargo exhortó
siempre a todos sus discípulos a honrar a los religiosos y fue leal amigo de
los de su tiempo, especialmente de los franciscanos y dominicos, y también de
otros fundadores a los que ayudó y mandó vocaciones. |
En
un aspecto muy importante de su dedicación a la formación y orientación
espiritual de cuantos participaron en su apostolado y se beneficiaron de él,
dio una relevancia esencial a la comunidad. Puede decirse que la comunidad
como tal, contenía, según él, todo cuanto otros intentaran conseguir con
reglas y votos. La comunidad como la entendía san Felipe, observa Newman, no
es una pensión sacerdotal, {5 (53)} una convergencia de amigos piadosos con
más o menos parecidas aficiones apostólicas, sino una familia, "el nido,
el hogar propio", presidido por "el Padre", considerado
"primus inter pares" como un hermano mayor, que ha de dar ejemplo y
estimular a todos en la tarea común y obras propias de la Congregación. Una
visión demasiado superficial del Oratorio podría suponer que, por carecer de
otras formalidades, la urgencia de la práctica evangélica es meramente
opcional. Como comunidad no es deseable que sea exigua, pero tampoco que la
constituya un número demasiado elevado de miembros. En cuyo caso correría el
riesgo de convertirse en "organización", más bien que en organismo
y núcleo familiar espiritual. |
En
el Oratorio, como en los monasterios de clausura, el que es admitido debe
permanecer en la casa hasta la muerte, sin traslados ni siquiera a otros
Oratorios, salvo en ocasiones verdaderamente excepcionales (por ej. para una
fundación, o para salvar del peligro de extinción a un Oratorio, carente de
vocaciones). Una casa del Oratorio con demasiados miembros no permitiría
reproducir fácilmente el ambiente y conocimiento humano y fraterno entre los
que lo constituyen. Favorece, en cambio, la práctica de muchas virtudes: la
primera, que engloba a varias más, es la perseverancia en la vocación a que
un día se fue llamado, una vez por todas; la humildad, la caridad, la
pobreza, el espíritu de comprensión y de ayuda fraterna. Y, fuera del ámbito
interno, de cara a los fieles, el mejor servicio espiritual de éstos porque,
de una a otra generación, tienen asegurado el consejo y asistencia de los
hermanos y presbíteros que permanecen de por vida en el concreto Oratorio al
que asisten. |
La
idea de comunidad de san Felipe no se ceñía solamente a la vida doméstica de
cada casa filipense, sino que abarcaba a los fieles que la frecuentan y
reciben el servicio de sus ministerios integrados en el apostolado propio del
Oratorio. En la Roma de san Felipe Neri era proverbial, para muchos de sus
hijos espirituales, acudir al Oratorio cada día, siquiera fuera muy
brevemente, considerado por todos como un centro de espiritualidad. Sería
inconcebible un Oratorio sin fieles oratorianos. Ello no quiere decir que el
Oratorio se atribuyera ninguna supremacía ni pretensión absorbente, sobre
otras obras de la Iglesia, porque ésta, según el dicho de san Felipe, sacado
de una frase de los salmos, «se adorna con la variedad». No obstante,
reprobaba a aquellos que, con pretexto de devoción, gustaban de ir de una
iglesia a otra y de uno a otro lugar devoto, de los cuales {6 (54)} decía que
llevan su piedad en los tacones de sus zapatos, curiosos de todo,
perseverantes en nada. El amor se alimenta con el trato, la relación, la
convivencia, la alegría de hacer el bien juntos, emulando en generosidad. Sin
amor todas las técnicas son inútiles; todas las grandezas, huecas. |
Ni
para su obra era san Felipe partidario de propagandas o apologías, temiendo
siempre por la vanidad de sus hijos, que quería bien instruidos, piadosos y
desprendidos, sin alarde ninguno de títulos ni ambiciones cortesanas, en la
Roma donde pululaban los que aspiraban a dignidades eclesiásticas, adulando
al poder y rozando, con frecuencia, la simonía. «De los cardenales envidiaría
solamente el color rojo... del martirio; no otra cosa». |
Y
también decía que, para sí mismo, «desearía encontrarse necesitado de unos
pocos céntimos y no encontrar a nadie que pudiera socorrerle dándoselos». |
El
problema de la Iglesia, pensaba, no consistía en que no era pobre, sino en
que faltaban santos. |
Para
cambiar el mundo y convertirlo del pecado, aseguraba que «le bastaría poder
contar con sólo diez hombres verdaderamente desprendidos». |
«Amad
el pasar desapercibidos». |
Él
mismo amaba la soledad y el recogimiento, {7 (55)} hasta resistirse a
abandonar su cuarto de San Jerónimo de la Caridad, donde el Señor le había
bendecido con tantas gracias y amaba porque era «la cuna del Oratorio», con
las reuniones de sus primeros hijos espirituales. Cuando el Oratorio creció y
San Jerónimo quedaba pequeño, Felipe tardó todavía trece años en trasladarse
a la Chiesa Nuova, contento de seguir en su rincón original, y haciendo todos
los días el camino de ida y vuelta, por las callejuelas que separaban la
pequeña iglesia de la nueva y espaciosa de la Vallicella. Felipe tenía
setenta y tres años; le quedaban otros siete para bendecir, con su presencia,
la ya estabilizada y dinámica comunidad del primer Oratorio. Pero el amor
primero de San Jerónimo de la Caridad, nunca se apagó ni en él ni en sus
hijos. |
Es
una reliquia que de corazón nos pertenece a los oratorianos, aunque manos
extrañas y poderosas nos la han arrebatado hace poco. A pesar de ello
seguimos pensando que san Felipe no se equivocó cuando prefirió que el
Oratorio ni pareciera ni fuera grandioso, ni ambicionara poderes mundanos. |
La
perfección del Oratorio. |
La
perfección del Oratorio descansa en la vida de comunidad. Una comunidad es
más que una pensión de huéspedes, más que un grupo de personas viviendo en
una misma casa. Una comunidad es un hogar y una familia. Por esto, en el
Oratorio, al Superior se le llama simplemente "Padre", y a los
demás por su propio nombre. Una comunidad es una unidad, un todo; es un
espíritu, una mente, un punto de vista sobre las cosas, una acción; y la
obediencia que se exige a sus miembros, en la cual consiste su perfección, es
aquiescencia, concurrencia en un espíritu, en un modo de ver y actuar, como
un acto de leal y debida sumisión. |
John
H. Newman, C. O., (29. 2. 1856) |
{8
(56)} |
4.
La conversión y vocación de Newman al Oratorio |
NEWMAN,
como todo cristiano que quiere llevar la fe a la propia vida, no se convirtió
una sola vez, sino que secundó una y otra vez ese proceso de la vida de la
gracia, que va acercando el hombre a Dios, desde el bautismo. |
Proceso
o camino que tiene momentos especialmente densos, a cuya intensidad podemos
llamar "conversión". El cristiano que vive su fe tendrá la
experiencia de varios de estos momentos o "conversiones". De
conversión en conversión, mientras se acerca poco a poco a Dios, hasta
alcanzarlo en la gloria. |
Newman
en su Apología, se refiere a uno de estos momentos, cuando tenía quince años,
y descubrió al Dios personal -«myself and my God», que marcaría en adelante
toda su vida. Otro de estos momentos culminantes, de encrucijada con Dios,
sería sin duda la crisis de su enfermedad en Sicilia, a los treinta y dos
años, en la primavera de 1833; otro, cuando en 1845 es recibido en la Iglesia
católica... Y se producen, con leves intervalos, más sacudidas de la gracia
de Dios: él, que en un principio había pensado permanecer seglar, abandonando
el ejercicio de su ordenación anglicana, es convencido para que se prepare al
sacerdocio católico (1846) y, sucesivamente (1847), junto con su fiel y gran
amigo de conversión, Ambrose Saint John, es orientado hacia el Oratorio. |
¿Cómo
fue que se decidiera por el Oratorio? La experiencia comunitaria de
Littlemore, desde septiembre de 1841 hasta febrero de 1846, que le condujo al
catolicismo, le convencía de que, una vez ordenado sacerdote católico, le
costaba imaginar una vida de sacerdote diocesano, dado además su precedente
de universitario y hombre de estudios. En un primer momento pensó si tal vez
le podía convenir pedir el ingreso en la Compañía de Jesús, o quizás en la
Orden Dominicana. De la duda le sacó Nicholas Wiseman, antiguo rector del
Colegio Inglés de Roma, {9 (57)} más tarde cardenal y arzobispo de
Westminster, que le sugirió el Oratorio. Pareciole una fórmula ideal, aunque,
a pesar de la inicial simpatía, pero sin conocerlo apenas, Newman la aceptó
con una gran fe en un consejo tomado como venido de la Providencia. Fue algo
resuelto en cuestión de meses, y volvió a Inglaterra con el propósito de
introducir allí el Oratorio. Su proyecto llevaba como bagaje espiritual sobre
san Felipe, la Vida de Bacci, I pregi della Congr. dell'Oratorio y las
Constituciones, además de un largo retiro y adoctrinamiento por el p. Rossi,
del Oratorio romano. Poco era en comparación con cuanto le aguardaba. |
Sin
embargo, una vez tomado este camino, nunca jamás dudó de que era el de su
vocación. Y es aquí donde podemos añadir, a otras precedentes, ésta de su
"conversión" al Oratorio. |
Toda
verdadera vocación, entendida correctamente, exige una
"conversión", sin la cual la perseverancia peligra o se mantiene
como una resistencia que se soporta, o se desvía del espíritu que debe
animarla, con acomodaciones extrañas. Sin entrar en detalles, y a pesar de
que en Newman no siempre pudo traslucirse, le costó, esta necesaria
conversión al Oratorio, padecer desde fuera una gran incomprensión y, desde
dentro, mucha pobreza. Newman se hizo católico y llegó al puerto de la fe que
deseaba; luego se hizo oratoriano y tuvo el medio de labrar su santificación.
Basta asomarse a su biografía, a su correspondencia y, especialmente, a sus
Autobiographical Writings. Puede decirse muy bien que, después de san Felipe,
el pensamiento newmaniano sobre el Oratorio es la aportación más notable para
ilustrar la genialidad de la idea nacida, hace cuatro siglos, del corazón de
nuestro Santo Padre y Fundador, Felipe Neri. |
En
una ocasión, al recordar que ni siquiera en su juventud había deseado nunca
honores ni éxitos mundanos, se fija en el salmo 130, que dice: |
Mi
corazón, Señor, no se ensoberbece ni son altaneros mis ojos; no he elegido el
camino de las grandezas, ni he buscado las cosas demasiado altas para mí. |
En
cambio, he reprimido y acallado mi alma, como niño que se abandona al regazo
de su madre; como niño pequeño así está mi alma. |
Lamentaba
que este salmo no se leyera en el rezo del oficio anglicano. Este salmo,
escribía, «resume mi vida». Lo mismo habría podido {10 (58)} decir san Felipe
de la suya. |
Al
final de su obra más conocida, la Apología, defendiéndose de la acusación de
insinceridad, en la polémica que la suscitó, cita a san Felipe Neri, como el
hijo que invoca «la enseñanza del Padre». Con ello «quiero poner término a
esta obra». El oratoriano romano (p. |
Giaccomo
Bacci) que escribió la Vida de san Felipe Neri, dice de él que «aborreció
toda clase de afectación tanto en sí mismo como en los demás, en el hablar,
en el vestir y en las demás cosas, huyendo muy particularmente de ciertas
ceremonias que más bien pertenecen al estilo mundano, y cumplidos cortesanos;
se mostró, en cambio, partidario de la sencillez cristiana en todas las
cosas; de tal modo que, cuando tenía que tratar con gentes de prudencia
mundana, tenía dificultad en ajustarse a ella. Sobre todo le disgustaba verse
obligado a tratar con personas de doble rostro, que no son leales en sus
obras ni van derechamente al asunto. |
Fue
especialmente enemigo de las mentiras y no podía soportarlas, y a los suyos
recordaba que se guardaran de ellas como de la peste». |
Y
confiesa Newman que estos principios no solamente los ha tenido en cuenta
desde que se hizo católico, sino que habían sido los que, aun antes de
abrazar el catolicismo, «habían inspirado toda su vida». |
Termina
también otro libro, donde recoge sus conferencias en Dublín para la fundación
de la Universidad Católica de la que fue el primer Rector: «Si Dios dispone
que en años venideros haya de participar en la gran empresa que ha dado
materia para estas conferencias, puedo decir que, si he de hacer algo, lo
haré siguiendo las huellas de san Felipe y ningunas otras». |
Ciertamente,
Newman se dejó llevar de la Providencia, fue fiel a su vocación y "se
convirtió" al Oratorio, al que consagró toda su vida de católico,
cuarenta y dos años, hasta la última conversión que amanece en el Cielo, de
Dios y de los Santos. |
San
Felipe compartió lo que quizá fueran las intuiciones más profundas de los
reformadores del s. XVI: la necesidad de ir a fondo en la sencillez del
Evangelio y los deseos crecientes de algunos seglares de conocer la Palabra
de Jesús y vivirla sabiendo de que se trataba. |
Meriol
Trevor |
{11
(59)} |
5.
Estética, Ética Religión, Dios |
SE
HA PUESTO de moda aprender inglés, no sólo, ni principalmente, para leer a
Shakespeare en su lengua original, o para entenderse mejor en los viajes, o
por su utilidad en el comercio u otras profesiones, sino porque se considera
elegante, graceful, beautiful... |
Hasta
el punto que este adjetivo ha servido para definir a una nueva clase social,
en exceso cuidadosa de las apariencias y exhibicionismo de triunfo mundano,
amoral, el cual lo mismo suscita envidia que sorprende como espectáculo. Una
encuesta poco matizada podría llevarnos a la conclusión de que este afán de
cuidar las apariencias y maquillar la propia realidad, cuando ésta no se
corresponde con lo que quisiéramos ser y no somos, es general en amplios
sectores de la sociedad, en la que sólo algunos individuos de la misma logran
el triunfo o, por lo menos, la apariencia simbólica de haberlo alcanzado. |
Hay
que ser muy sincero y muy limpio de vanidades para no incurrir en estas
falsificaciones, porque la mentira está siempre al acecho. |
La
Estética sin Ética es pura mentira; el resto de males y muchos de los mayores
dolores de la vida derivan de falsificaciones y vanidades no corregidas a
tiempo. La Estética es falsedad cuando carece de contenido ético verdadero.
Por esta razón, cuando en el pasado régimen fue destituido el profesor de
Ética de la Universidad Central de Madrid, José Luis L. |
{12
(60)} Aranguren, el catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona,
José M. Valverde, dimitió de su cátedra declarando que donde no hay Ética, no
puede haber Estética. Toda una lección, más que de filosofía. |
Muchos
toman los términos Ética y Moral como idénticos en significado. Pero creemos
que el primero designa mejor la actitud íntima del hombre, mientras que el
segundo, que deriva del latín en su significado de costumbre, parece que
influye en el hombre desde fuera, sociológicamente, por vía de la imitación
que se hace hábito. Ética como la actitud profunda del ser racional,
consciente, frente a los valores del bien, al ethos frente a la vida, a la
respuesta que tiende al ideal de bondad y de verdad. Existen varias
clasificaciones de la Ética, pero el profesor Aranguren no duda en afirmar
que no se puede hablar de verdadera Ética sin referencia a lo trascendente,
al absoluto, al Dios sumo Bien. Otra cosa son hábitos o costumbres
culturales, mejores o peores, pero no pertenecerían en rigor a la Ética. |
Si
ha de haber una relación con Dios, entramos en el campo de la Religión, o
relación con Dios, del hombre con Dios. No relación con una idea sublimada,
sino con un Ser personal, absoluto y único del cual dependemos y al que
debemos dar cuenta. Cuando entendemos por Dios a ese Ser supremo,
sobrepasamos el concepto de un mero fenómeno {13 (61)} social; también vamos
más allá de la reducción a símbolos y ritos como lenguaje de la comunidad de
creyentes, o expresión colectiva de una fe compartida. Y también la
tendencia, nunca acabada de eliminar, de una fragmentación de la Divinidad,
que la despersonaliza. El Dios cristiano es un Dios único y personal, al que
se trata de corazón a corazón. Un Dios de gracia y gratuito, que no puede ser
domesticado ni traducido en utilidad temporal, económica o política. Esa idea
del Dios verdadero, puro, espiritual y espiritualizador, que excede a la
utilidad moralizadora o al automatismo de una sacramentalidad talismánica,
para dejar paso y desarrollo a la relación personal (oración y gracia). Un
concepto de Dios que es más que el religiosismo, y hasta más que una mera
religión aunque esta denominación genérica nos pueda servir para describirla
como un sistema, en el que se incluya la fe, la vida de la gracia y la esperanza
de un amor total, resumido en la posesión de Dios, más allá del tiempo. En
definitiva, el Dios de Jesucristo y de los santos. |
Los
males del mundo se resumen en el rechazo o, por lo menos, en el
desconocimiento de este Dios en el que han creído y al que han amado los
santos. Los males del mundo desaparecerían cuando Dios se nos hiciera
transparente, por nuestra fe, y felices por nuestro amor. Ésa debiera ser la
perspectiva de toda labor educadora, y debieran tenerlo presente todos los
que han de educar a las futuras generaciones. |
Entonces
seríamos santos; y la tierra, imagen del cielo. Y todo sería hermoso, no por
la apariencia de la ficción, sino por la verdad del espíritu, no por la fe a
nivel de las idolatrías temporales, sino referirnos a Dios purificados del
lastre de vanidades, mentiras, envidias y egoísmos, y abrirnos al reino del
Espíritu, que supera toda belleza, y es fuente de toda bondad y vínculo
excelso de unción divina. |
{14
(62)} |
6.
El influjo del Evangelio y de los santos |
UNA
de las cosas que más puede escandalizar, en el mundo secularizado en que nos
movemos, no es ya la duda de que pueda ser oportuno insistir en la
predicación del cristianismo, sino el constatar que países hasta hace poco
tenidos por los más católicos ofrecen el triste ejemplo de profundas
contradicciones con la religión que, por lo menos sociológicamente, todavía
profesan: corrupción política y mafia en Italia, crecimiento de los abortos
en Polonia, la más baja natalidad del mundo en España... Efectos de causas y
concausas que será preciso analizar, incluso a nivel más amplio y que, en
conjunto, suponen un reto para la Iglesia, esa Iglesia que somos todos. Se
habla de una nueva evangelización, y también de una evangelización nueva, que
corrija los errores de la primera, donde la hubo, porque es muy posible que,
en amplios sectores, todavía estemos por convertir, o se perpetúen
deformaciones del Evangelio que pretendemos anunciar. |
Llevados
de la mano de Newman, especialmente con referencia a dos de sus sermones (IV
PS, 10; US, 5), intentaremos dar respuesta, por lo menos, a la cuestión que
aquí nos sirve de título. |
En
primer lugar convendrá aclarar cuál es el objeto de la predicación cristiana
y cuál el oficio o deber de la Iglesia como dispensadora de la palabra de
Dios. Newman cree que todos daríamos una respuesta parecida: |
«que
el objeto de la Revelación era iluminar y dilatar la mente, movernos a actuar
conforme a la razón, desarrollar y fortificar nuestras facultades; o bien
infundirnos el conocimiento de la verdad relativa a la religión, puesto que
{15 (63)} este conocimiento constituye un verdadero poder desde que nos fue
concedido, y mediante el cual estamos capacitados para pensar, juzgar y obrar
por nosotros mismos; o hacer de nosotros buenos miembros de la comunidad,
sujetos leales, que saben mantener de modo ordenado y útil su propia posición
social cualquiera que sea; o también asegurar un progreso religioso que, de
otro modo, carecería de esperanza; la razón por la cual hay personas que se
extravían y se lanzan por caminos que malogran el carácter de su ser, porque
carecieron de educación, porque eran ignorantes. Pueden darse éstas u otras
respuestas, poco más o menos. Por esto puede ser útil considerar con qué
finalidad, y qué enseñamos al predicar, enseñar, instruir, discutir, dar
testimonio, alabar, reprender; qué fruto tiene derecho a obtener la Iglesia
como anticipación del resultado de sus trabajos ministeriales». |
Newman
es categórico al responder, apoyado en un texto de san Pablo en el que nos da
una razón totalmente diferente de las mencionadas. |
El
apóstol que más trabajó en la expansión del Evangelio dice: «Todo lo soporto
por amor de los elegidos, para que éstos alcancen la salud en Cristo Jesús y
la gloria eterna» (2 Tm 2, 10). San Pablo, en quien se personaliza tan
fielmente el fin que se propone la Iglesia con la predicación cristiana, se
fatigó «no para civilizar al mundo, no para quitar dureza a la sociedad, ni
para facilitar los movimientos que ayudan a la política de este mundo, ni
para que aumentasen los progresos científicos, o el cultivo de la razón o
para cualquier otro objetivo por grande que fuera en este mundo, sino por
amor de los elegidos. Todo lo soportó por causa de ellos». |
Es
oportuno que lo recordemos en esta época nuestra, propensos a imaginar que
hemos heredado el derecho a resultados de una evangelización pasada y que
para el resto, si surgen dificultades, habrá que recurrir a los medios y
estilos de este mundo, confiando que la política ha de ayudar a la religión o
la religión, para asegurarse, ha de recurrir a la política; o que el
Evangelio se puede confundir con la propaganda, para obtener adhesiones de no
evangelizados, y salvar, de este modo, la apariencia de grandezas
espiritualmente engañosas, en la que lo grandioso {16 (64)} no pasa de una
dimensión humana y temporal, de reino, dominio o prestigio de este mundo,
como una vanidad más, sin que obre la conversión a Dios. |
«El
conocimiento del Evangelio sólo ha cambiado, en realidad, la superficie de
las cosas, ha limpiado lo de fuera, pero, en lo que cabe juzgar, no ha obrado
ampliamente en las mentes, en lo interior del corazón, de donde proviene todo
el mal y lo que hace al hombre impuro (Mt 15, 11)». |
No
sería justo «negar que el cristianismo ha elevado el nivel de las normas
morales, ha refrenado las pasiones, ha presionado el cumplimiento externo de
las buenas costumbres; y que ha facilitado el progreso en la virtud a ciertas
personas o favorecido los hábitos religiosos, cuando de otro modo no habrían
superado los rudimentos de la verdad y la santidad; que también ha dado
firmeza y consistencia a las convicciones religiosas de muchas personas, y
que tal vez ha extendido el alcance real de la práctica de la religión. Pero,
concedido esto, la gran multitud de los hombres han permanecido del todo, en
apariencia, no mejores que antes, desde el punto de vista espiritual. El
estado de las grandes ciudades no es muy diferente de antaño, o por lo menos
no permite pensar que la obra del cristianismo haya tenido un efecto real
sobre el aspecto de la sociedad, o lo que se llama mundo. Tanto las clases
altas como las bajas no difieren mucho de lo que hubieran sido sin el
conocimiento del Evangelio, ni que pueda decirse que el cristianismo haya
conquistado el mundo, tal como es, en sus diversas clases y estratos
sociales. Lo mismo ocurre con los fines que se persiguen y las profesiones
que se ejercen, puesto que permanecen en sus características, atenuadas tal
vez y atemperadas en sus peores consecuencias y excesos, pero conduciendo
siempre a los mismos resultados substanciales. |
El
comercio sigue dominado por la avaricia, no sólo en sus tendencias, sino
también en sus actos, a pesar de que se haya oído el Evangelio; las ciencias
físicas continúan en el escepticismo, igual que en el mundo pagano. Abogados,
{17 (65)} agricultores, políticos e incluso, aunque de vergüenza decirlo, los
ministros del Señor se resienten todos de las consecuencias del viejo Adán». |
Tanto
realismo parece delatar a un Newman pesimista, cuando en verdad es resultado
del contacto con el celo por la verdad. Newman tiene treinta y cinco años
cuando en pleno fervor predica este sermón y hace tres que ha estallado el
Movimiento de Oxford, de renovación religiosa. Sus meditaciones sobre la
Iglesia le llevan a formular este dilema: |
«Salvo
que no hubiese cumplido su deber en donde se hubiera establecido, deberá
reconocerse que no estaba garantizado el éxito en muchos corazones». Este
resultado dependerá de cómo se recibiera su predicación. Ésta, en todo caso,
produciría santos. Las fatigas de los apóstoles estuvieron bien empleadas por
«amor de los elegidos», por los que tomaron en serio el cristianismo. La
acción de la Iglesia no obtiene un resultado automático y universal, sino que
forma parte de un proceso proyectado hasta el fin de los tiempos, en el que
la gracia actúa en los corazones y debe ser correspondida por la libertad del
hombre. El que la reciba sin poner condiciones a Dios, será santo. Por eso
los santos «son creación del Evangelio y la Iglesia». Cualquier adhesión a
Cristo no basta para la santidad y dice también Newman: «La fe puede hacer
héroes, pero sólo el amor hace santos». Los esfuerzos "inmensos" de
la predicación apostólica se llevan a cabo en este sentido, aun cuando las
esperanzas de los resultados sean "restringidas". En todo caso,
«...también en nuestra época, tan ocupada y tan confiada en el éxito de sus
empresas, conviene insistir que en cada edad de la historia hay, esparcidas
por el mundo, un cierto número de almas, conocidas por Dios y desconocidas
por nosotros, que quieren conocer la Verdad desde el mismo momento en que se
les propone, cualquiera que sea la razón que las lleva a obedecerla a unas y
a otras a no hacerlo. Estas almas hemos de contemplar, por éstas hay que trabajar,
de ellas cuida especialmente Dios, para ellas debe ser todo; y debemos pedir
al Señor que nosotros y nuestros amigos seamos de este número en el día del
Juicio. Estas son las que forman la verdadera Iglesia, creciendo siempre en
número, congregándose sin cesar por todas partes, con el paso del tiempo; con
ellas se edifica la Comunión de los {18 (66)} Santos... Dios no está sin
testigos ni sin frutos, ni siquiera en países paganos... En todo pueblo,
entre muchos malos, hay algunos buenos». |
La
función de estos buenos consistirá en darse y gastar sus fuerzas para que no
falten nunca testigos y maestros del Evangelio que hagan de entre el gran
número de llamados, algunos elegidos, o verdaderos santos, porque «el
Evangelio ha llegado a nosotros no meramente para convertirnos en buenas
personas, buenos ciudadanos o buenos miembros de la sociedad, sino para
hacernos miembros de la Jerusalén celestial, "conciudadanos de los
santos y familiares de Dios" (Ef 2, 19)». |
Este
es el influjo del Evangelio en la Iglesia y, aunque «un sincero cristiano
debe ser un buen miembro de la sociedad», esto no agota lo que la fe le
exige, porque «nadie puede ser un buen cristiano si solamente es eso», es
decir, reduciendo a sus propios pensamientos el Evangelio y con una
religiosidad al arbitrio de su medida. |
Estas
afirmaciones de Newman se apoyan en numerosas citas del nuevo testamento. Y
habla así en un momento de gran fervor, ante universitarios de Oxford, pero
también a los fieles de Littlemore, donde acaba de edificar una iglesia en la
que comparte su actividad apostólica entre gente sencilla. Cuando, con sus
cincuenta y cinco años a cuestas, lleva once de católico, y además de los dos
Oratorios ingleses (Birmingham y Londres), acaba de fundar la Universidad de
Dublín, y se ocupa en muchas tareas sin que jamás decrezca su celo, mantiene
los mismos planteamientos: «Al decir que Cristo ama a la Iglesia, no es de
naturaleza terrena lo que ama, sino la obra de su propia gracia», invisible a
los ojos que miran (OS 4). |
Pero
volvamos al Newman joven, todavía anglicano, al quinto de sus sermones
universitarios, en el que anticipa algunas de las ideas que hemos resumido
más arriba. En él Newman se refiere explícitamente al "influjo
personal", al testimonio de cada uno: «De ordinario, la Palabra
inspirada no será más que letra muerta, excepto si se transmite de persona a
persona». Años más tarde escribiría también: «Quien se esfuerza por
establecer el Reino de Dios en su corazón, lo propaga también al mundo» (SD,
134). |
Newman
habla de «la hora de la verdad» para muchas almas que {19 (67)} precisamente
las penas y el dolor hacen sonar, y que las dificultades de la vida no pueden
sofocar; un realismo espiritual que no puede detener la oposición y
dificultades del mundo, y que el mundo tampoco comprende. |
«Aunque
el mundo desconoce al "testigo de la Verdad" dentro del ámbito de
los que le ven suscitará sentimientos muy distintos de los que despierta la
mera superioridad intelectual. Generalmente los hombres que gozan de
popularidad aparecen como grandes figuras vistos a distancia, pero disminuye
su apariencia cuando los tenemos cerca; en cambio, el atractivo de la
santidad que se ignora a sí misma, posee una urgencia que la hace
irresistiblemente atractiva; convence a los débiles, a los tímidos, a los
vacilantes y a los que buscan; hace aflorar el afecto y la lealtad de todos
los que en alguna medida tienen un espíritu parecido; y sobre la multitud
irreflexiva o indócil ejerce un dominio... que les mueve al respeto y al
silencio... aunque sin entender los principios y criterios de aquel espíritu
que "no ha nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la
voluntad del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13)». |
Cuando
Newman se refiere al testimonio e influjo de los santos, piensa, en primer
lugar, en el testimonio y ejemplo de Jesucristo, sobre todo en aquellos que
esperaban su Reino. De modo parecido, reflejando a Cristo, los santos lo
ejercen sobre los demás. |
«Éstos
son los que el Señor denomina especialmente "elegidos", los que
vino a "congregar en la unidad", pues son dignos de ello. Y éstos
son los designados por la Providencia de Dios para ser la sal de la tierra;
para continuar a la vez la sucesión de sus testigos, de modo que nunca falten
herederos en el linaje real, aunque la muerte mande una generación tras otra
a su descanso y al gozo de su recompensa. Quizá se encontraron casualmente
con quien estaba destinado a ser su padre en la Verdad, sin descubrir
inmediatamente su verdadera grandeza... Hasta que al fin (por medio de esos
testigos), se dieran cuenta con asombro y temor, que la presencia de Cristo
estaba ante ellos y, con {20 (68)} palabras de la Escritura, glorificarían a Dios
en su siervo (Gal 1, 24), mientras ellos mismos se iban transformando en la
misma gloriosa Imagen que contemplaban (2Co 3, 18), y se preparaban para
sucederle en la misión de comunicarla a otros». |
Como
observa el p. Boix, Newman tenía por santos, cuando escribía estas palabras,
en particular a un par de amigos suyos que le influyeron espiritualmente:
Hurrell Froude y John Keble; más principalmente este último a quien el Newman
católico no dudaría en comparar con san Felipe. |
«Un
hombre irreligioso no puede saber nada sobre estos santos escondidos. Además,
nadie, sea o no religioso, puede descubrirlos sin un estudio atento a los
mismos. Y aunque se diga que son pocos, lo cierto es que bastan para llevar
adelante la obra silenciosa de Dios. Los Apóstoles fueron hombres de esta
clase; podrían nombrarse a otros en cada generación, que les sucedieron en la
santidad. Éstos comunican su iluminación a luminarias menores, por medio de
las cuales, a su vez, la difunden por el mundo. Las primeras fuentes de
iluminación permanecen inadvertidas, incluso para la mayoría de cristianos
sinceros; invisibles como el supremo Autor de la Luz y de la Verdad, del cual
procede el origen de todo bien. En los siglos venideros, pocos hombres llenos
de gracia bastarán para rescatar el mundo». |
Newman
exhorta a vivir con serenidad y paciencia, cualquiera que sea la situación en
que nos encontremos o la fuerza de los errores que amenacen nuestro tiempo.
No todo lo que aquí parecen grandezas lo serán tanto cuando sean juzgadas por
el triunfo de la Verdad divina. Mientras tanto «...todos aquellos que
reconocen la voz de Dios que les habla y les llama para el cielo, deben
aguardar el Final pacientemente, ejercitándose ellos mismos y trabajando con
diligencia, con la vista puesta en el día en que se abrirán los libros de las
cuentas divinas, y se revisará y pondrá en orden todo el desbarajuste de las
cosas humanas; cuando "los últimos serán los primeros; y los primeros,
los últimos"; cuando "todos los que han dado escándalo y todos {21
(69)} los inicuos" serán echados fuera; cuando "los justos
resplandecerán como el sol" y los que han creído con Fe verán a su Dios;
cuando "los prudentes ―los verdaderos sabios― resplandecerán
como resplandece el firmamento, y los que han convertido a muchos a la
justicia brillarán como estrellas por siempre jamás" (Mt 13, 41 y 43;
20, 16; Dn 12, 3)». |
Espíritu
y fuerza del Oratorio. |
•
Prevalencia de la caridad sobre la ley. |
•
Espíritu de fe y oración, y de caridad y servicio, estimulado y alimentado
por el estudio familiar de la Palabra de Dios y el trato espiritual. |
•
La Eucaristía como centro de toda la vida. |
•
Dedicación al bien y al progreso de la Iglesia, por la peculiar vinculación
del Espíritu a su misterio. |
•
Entrega a la Congregación, de sus miembros, por la libre voluntad de
permanecer siempre en ella hasta su muerte. Sin votos, juramentos o promesas.
Libertad que concuerde al máximo con el espíritu del Evangelio. |
•
Su fuerza, como en las primeras comunidades cristianas, debe consistir más en
el mutuo conocimiento, en el respeto y en el verdadero amor de la convivencia
familiar, que en la multitud de sus miembros. |
(DE
LAS CONSTITUCIONES) |
ANIVERSARIO
EN EL ORATORIO DE GRACIA. |
Están
de enhorabuena nuestros hermanos del Oratorio de Gracia, al poder celebrar,
en este año, el primer centenario de la inauguración de su templo, muy
frecuentado por los fieles de aquella ex-villa, en la actualidad ya
incorporada a la ciudad de Barcelona. A esta iglesia y Oratorio nos habíamos
referido, hace algún tiempo, cuando publicábamos en estas páginas un
artículo, todavía profético, del poeta catalán Joan Maragall, impresionado al
asistir a la celebración de una misa, después del incendio que padeció esta
iglesia en la revuelta de la Semana Trágica de 1909. Corresponde a la
Congregación del Oratorio de Gracia el justo honor de haber dado cinco
sacerdotes mártires, cuyo recuerdo permanece como ejemplo de fidelidad a
Cristo y a la vocación filipense. Ad multos annos! |
|