Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
295. JULIO-AGOSTO. Año 1994 |
0.
SUMARIO |
PARA
conocer bien a los hombres hemos de remontarnos a su infancia. «La primera
parte de la vida de los hombres, dice Newman, permanece oculta, y es
generalmente en la infancia cuando se forman los caracteres para el bien o
para el mal; y aun los bienhechores verdaderos у más importantes son
desconocidos por el mundo. |
También
se ha comprobado que algunos de los cristianos más eminentes tuvieron la
suerte y la gracia de poseer madres profundamente religiosas y de haber
recibido en casa una educación que fue instrumento de sus propias gracias». |
AMIGO
Y AMADO |
VANIDADES |
«...Y
TODA LA FAMILIA» |
LA
FAMILIA ESPIRITUAL |
PADRES
E HIJOS |
LA
IGLESIA DE SAN FELIPE |
{1
(73)} |
1.
Tiempo de oración: AMIGO Y AMADO |
El
amigo estaba un día en oración, sin alcanzar fervor, y para conseguirlo llevó
su mente a pensar en dineros, placeres, hijos, manjares, vanagloria. Y
comprobó su entendimiento que hay más gente dispuesta a servir cada una de
estas cosas nombradas, que no al Amado. Y entonces sus ojos se abrieron al
llanto, y su alma a la tristeza y al dolor. |
El
amor inflamaba y enardecía al amigo cuando éste recordaba al Amado, y el
Amado lo consolaba con lágrimas y dulce llanto, y con el olvido de todos los
placeres de este mundo, y de haber renunciado a la vanidad de sus honores. |
Y
el amor del amigo crecía cuando pensaba en el Amado, por quien sostenía
penas, tribulaciones, incomprensión de los mundanos, persecuciones. |
―Di,
oh loco, ¿qué es este mundo?― Respondió: |
―Cárcel
de amadores, servidores de mi Amado―. ―¿Y quién los mete en esta
cárcel?― Respondió: —La sinceridad de conciencia, el amor, el temor
reverente, el desprendimiento, la contrición, el hostigamiento de la maldad;
y fatigas purificadoras que no exigen recompensa. |
RAMON
LLULL, (s. XIII), LLIBRE D'AMIC E AMAT, 355... |
{2
(74)} |
2.
Vanidades |
TODO
es vanidad y feria de vanidades: vanidad ostentosa, vanidad sin pudor,
«vanidad de vanidades», como dice la Escritura. Vanidad que tienta al que
tenga algo que es posible exhibir y cobrarse el aplauso; vanidad hinchada por
la mentira cuando nada se tiene para mostrar y nos recome la envidia; vanidad
que no duda en usurpar el mérito, la gloria y hasta el derecho ajeno,
amparada en el falso crédito de la simulación y el engaño; oropel que
deslumbra como dios falso, a quien el vanidoso se rinde con tal de ascender a
un pedestal más alto desde donde poder consolidar el triunfo, creyéndose la
propia mentira y sofocando la evidencia que la descubre, Vanidad que es
semilla de pecados mayores y directamente del de orgullo, como en los jefes
de Israel que rechazaron a Jesús y lo condenaron a muerte, con la terrible
ironía de invocar «el bien del pueblo» para legitimar su crimen. |
No
se puede renunciar a la práctica del bien, pero incluso la virtud está
sometida a la tentación de la vanidad y, si cede a ella, queda malograda,
reducida a fariseísmo. |
Sin
embargo, la tentación de la vanidad fue la primera amenaza con la que tuvo
que enfrentarse la Iglesia surgida de las primeras persecuciones, en el
momento en que el mundo le ofreció protección, sin que éste acabara de
entender la verdadera novedad espiritual que representaba el cristianismo y
exigía a sus adeptos, en virtud del Bautismo recibido conscientemente. El
paganismo transigía con el cristianismo tomado, en principio, como una
variante estoica o como una secta del judaísmo teocrático, que era preciso
domesticar y reducirlo a un poder menor que no creara dificultades al previo
orden civil y político, sino que por el contrario colaborara con él; no se
comprendía eso que los más fervorosos de entre los seguidores de Jesús
llamaban «conversión» y los mundanos confundían con cierto platonismo. La
Iglesia pudo salvarse merced al empeño de sus mejores hijos, que no dudaron,
para ello, con pagar su fidelidad al Evangelio a un precio muy alto. No
podían dejar de estar en el mundo, pero todavía menos ser del mundo; tuvieron
que vencer la repugnancia de {3 (75)} ser despreciados y soportar la
incomprensión, abrazados casi siempre a la pobreza y expuestos con frecuencia
a nueva persecuciones, desde fuera por tiranos, y también desde dentro por
los falsos hermanos. Los dolores no fueron una desgracia sino una saludable
purificación de las mentes y de la vida de quienes se esforzaron en
comprenderlo buscando constantemente la razón del Evangelio, que no coincidía
con las razones que pone el mundo, incluso cuando se atreve a interpretar, a
su modo, este Evangelio. |
Estos
cristianos constituyeron la generación de los primeros creyentes crecidos en
la paz, críticos con los poderes mundanos y críticos y autocríticos cuando en
la Iglesia surgieron imitaciones capaces de desmentir el aserto de Cristo,
que disuadió a los Zebedeos de la vanidosa ambición por los primeros puestos
y aludió a los poderes de este mundo. «En vosotros no ha de ser asís,
concluyó diciéndoles». |
La
Iglesia sufrió en su cuerpo cuando los más sencillos tropezaron con el
escándalo de pecados y errores que mancillaban su imagen o desfiguraban su
mensaje. |
Pero
hubo suficientes testimonios para preservar la fe pura en Cristo, de modo que
su Iglesia, que es «sacramento de salvación», es decir, «signo», sea
reconocible en sus santos y, por ellos, a través de los tiempos, nuestro
Señor Jesucristo. En cada época y en cada crisis a la que los vaivenes del
mundo la zarandeen, reaccionará salvada para una mayor pureza, que podrá
descubrir quien la contemple con ojos limpios y vea más allá del envoltorio
de vanidades con que el mundo quiera tentarla y seducirla, o la ignorancia
confundirla. Lo que en ella pueda aparecer de precario será siempre un reto
para una mayor pureza de la fe y su contenido divino. |
Todo
es vanidad, pero mientras crecen y se derrumban mitos nacidos de la emulación
de lo sagrado, y las mentiras maquillan la verdad y hasta los buenos modos la
hipocresía, no se puede negar que existe una fuerza divina puesta en la
conciencia del hombre, a la cual muchos le son fieles mientras caminan hacia
la Verdad total, trascendente y purificadora. Estos hombres se esfuerzan en
mantener la serenidad que les nace de su honradez profunda, sobre todo cuando
se apoya en la aceptación incondicional de la fe en Dios. Una fe entendida
más como don divino ―por supuesto, gratuito, inmerecido―, que
como privilegio o mérito propio para más vanidades. |
Hace
un tiempo me vino la fe, y creo en Jesucristo. Toda mi vida ha sufrido un
cambio radical. Dejé de desear lo que antes deseaba, y comencé a querer y
desear lo que antes había aborrecido; lo que antes me parecía verdadero ahora
se volvía erróneo y, al contrario, tenía por aciertos los errores pasados... |
Mi
vida y todos mis deseos se han transformado totalmente; han cambiado de signo
el bien y el mal. |
León
Tolstoi |
{4
(76)} |
3.
«... Y toda la familia» |
LA
DIMENSIÓN de la familia у de las relaciones entre sus miembros se han
reducido notablemente: pocos hijos, separación de generaciones, emancipación
precoz de los jóvenes, convivan o no con los padres... La idea que se tenía
hasta hace poco en el hogar tradicional se ha volatilizado; queda los restos
de lo útil e indispensable, a veces sin que ni siquiera se mantenga la
coincidencia en la mesa común, como ocurre en las pensiones o casas
dormitorio. Se dice que «para el bien de los hijos», a veces a éstos, todavía
adolescentes, se les programa una preparación para un futuro excesivamente
ambicioso, que les obliga a permanecer largas temporadas lejos de casa, hasta
el momento en que no regresarán a ella para siempre o, si lo hicieran,
resultarían recíprocamente irreconocibles desde la mentalidad, ideales,
costumbres y educación. Tal vez hayan alcanzado un "status"
económico o social más elevado, pero lo más beneficioso del influjo de los
padres sobre los hijos quedará para el resto de la vida muy diluido y con
graves dudas respecto a su formación espiritual, tal como debiera ser en la
hipótesis de una familia que merezca llamarse cristiana, sin falsificaciones.
Porque no se es cristiano por la sola costumbre de ir a misa los domingos ―si
se va...―, sino por la práctica vivida de un ideal que no se reduce a
mera teoría, sino que se inserta en todo el desarrollo y responsabilidad
personal que salven al hombre de un ateísmo práctico, o de los restos de
beaterías incompatibles con la fe adulta. |
A
muchos de nuestros jóvenes de hoy les ha faltado la experiencia de la
realidad cristiana recibida, compartida y vivida en la {5 (77)} familia. Tal
vez se cometió el error de lanzarlos a volar sin alas. Pudo suceder que
sobrara dinero y se dedicó a una aventura que les ha alejado de Dios, quién
sabe si para siempre ignorado y relegado, salvo para el residuo sociológico
de gran número de celebraciones de primeras comuniones, de bodas todavía
"por la Iglesia", de funerales de cumplido y pésame simbólico, u
otras ceremonias de reencuentros amistosos entre personas educadas, o
acontecimientos y fiestas tenidas por religiosas pero en esencia folclóricas
nada más. |
No
es poco que, entre esposos cristianos, exista un sincero acuerdo ante Dios
respecto, en primer lugar, a su amor recíproco. Pero, inmediatamente, debe
ser completado por un proyecto de familia que tenga a la vista y agradezca la
confianza recibida de Dios para poderle dar nuevos adoradores en los hijos
que les conceda. Y que mantengan el convencimiento de que es preciso tomar la
precaución, no sólo de evitar todo cuanto pudiera estorbar que el hogar sea
la primera comunidad y escuela del cielo sino, por el contrario, hacer que
padre y madre mantengan el celo sabio y generoso de disponer y emplear todas
las fuerzas para construir positivamente, como una obra dedicada a Dios por
vocación, la personalidad cristiana de cada uno de estos hijos, por encima de
los cálculos de otra naturaleza, propios de una mentalidad pagana. |
A
los padres que se quejan de las dificultades para encauzar cristianamente a
sus hijos, a pesar del ambiente poco favorable de nuestra sociedad, debe
recordárseles que era mucho peor, relativamente, el del paganismo que retaba
a las primeras generaciones cristianas, cuando la fe y la vida en Cristo era
más resultado de la conversión de cada uno y en grupo de familia o de
comunidad que la semejaba, que no herencia cultural recibida; el hombre que
por la fe alcanzaba a Cristo se sabía y sentía "nacido de nuevo" y
destinado a una vida que superaba la temporal, hacia la cual, sin embargo,
tantas veces nosotros invertimos el sentido de nuestras referencias a Dios,
como un egoísmo más. ¿No será que los primeros que se han de convertir sean
el padre y la madre, o recíprocamente el uno al otro? Porque nadie da lo que
no tiene. No es prudente establecer generalizaciones absolutas que incluyan
todos los casos, pero al fijarnos en los santos, es muy raro que no debamos
reconocer el influjo más o menos poderoso y decisivo de su entorno familiar o
de alguno de sus miembros, por lo menos. Donde no ocurrió así es señal que
tuvo lugar algún milagro escondido de {6 (78)} la gracia y misericordia de
Dios, tal vez para que los hijos convirtieran a los padres, necesitados de
conversión. |
En
el libro de los Hechos de los apóstoles, fuera de las conversiones que
contaban con la ventaja precedente de la fe de Israel, cuando se dan las
primeras conversiones de paganos, se reitera, junto al protagonismo del
propio convertido, el de toda su familia. En este libro del Nuevo Testamento
se lee: |
«Con
toda su familia» (10, 2), «recibió el bautismo y también sus familiares» (16,
15), «tú y tu familia» (16,31-34)... |
Nos
sirven admirablemente estas palabras del p. Congar, cuando escribe: «El niño
recién bautizado recibe la fe con la vida, con el pan y con el calor del
hogar. Nuestras catequesis y nuestros sacramentos apenas producen frutos
duraderos cuando faltan las raíces de la atmósfera familiar. Los padres
cristianos ―mucho más que nosotros, sacerdotes y predicadores―
son quienes transmiten realmente la fe, y lo hacen de un modo íntimo y vital,
entroncando con la tradición que viene desde los apóstoles hasta nuestros
días, que no es sólo instrucción, sino verdadera educación (es decir
influyendo desde lo profundo de las ideas y actitudes del hijo que va
creciendo a su lado). |
El
ejemplo dado a lo largo de la {7 (79)} vida hasta el ejemplo supremo de la
hora de la muerte; el modo como en casa se habla de las cosas y como se
juzgan los acontecimientos, la oración, la liturgia familiar en la medida de
lo comprensible y, si llega el caso, también la enseñanza explícita de la
religión, son otros tantos medios, humildes pero eficaces, de transmisión del
Evangelio». |
De
otro modo, ¿podría llamarse cristiano un matrimonio, o cristiana una familia? |
IGLESIA
Y ESTADO. |
La
comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas una de otra en
el propio campo de cada una... La Iglesia usa las realidades temporales
cuando lo pide su propia misión, pero no pone su esperanza en privilegios
ofrecidos por la autoridad civil; más aún, renunciará al ejercicio de ciertos
derechos legítimamente adquiridos allí donde con su uso se ponga en duda la
sinceridad de su testimonio. |
Concilio
Vaticano II, GS, 76 |
La
Iglesia es el hogar de la familia de Dios. |
Después
de subir al cielo, nuestro Señor no dejó el mundo tal como lo había
encontrado; nos dejó, tras de sí, una bendición, algo que antes no existía,
un hogar secreto (espiritual), en el cual el amor y la fe se expanden,
cualquiera que sea el lugar, a pesar del mundo que nos circunda. Es la
Iglesia de Dios nuestro verdadero Hogar divinamente establecido; su misma
corte celestial con los Santos у los Ángeles, en la cual Él mismo nos
introduce por medio de un nuevo nacimiento, y podemos olvidarnos del mundo
externo con todos sus afanes. |
Podemos
sentir el peso de dolores; podemos sufrir contrariedades de dentro y de
fuera; o estar expuestos a recelos, censuras o desprecios de los hombres, o
marginados por ellos; 0, pensando en lo menos grave, podremos sentirnos
cansados de la inutilidad de todo lo mundano, como seguramente ocurrirá, a
causa de la frialdad, la desafección, el distanciamiento, el aburrimiento de
la soledad. ¿Qué nos queda como recurso? No esperemos ser consolados por la
fuerza o el brazo del hombre, por la carne o la sangre, por la voz amiga tal
vez, o por un apoyo placentero, sino en aquella familia y hogar santo que
Dios nos ha dado con su Iglesia, la ciudad eterna en la que Él ha fijado su
morada. Ella es la Montaña invisible desde la que los Ángeles nos miran con
sus penetrantes ojos, y las voces de los que nos han precedido al morir, y
nos llaman. «El que tiene su morada con nosotros es mayor que todo cuanto
está sobre la tierra». |
John
H. Newman, PS IV, 12 pássim. |
{8
(80)} |
4.
La familia espiritual |
ES
MUY difícil encontrar el debido equilibrio entre organización y comunicación
personal. Lo excesivamente organizado y controlado corre el riesgo de sofocar
la libertad de los miembros de la comunidad; por otra parte, el descuido en
garantizar el buen orden en las relaciones entre individuos puede amontonar a
las personas sin que la comunicación entre ellas quede siempre a salvo. |
También
aquí la cantidad puede ser obstáculo para la calidad, lo mismo que la
extensión para la profundidad. |
Cualquier
proyecto de organización humana, cuando se propone reunir a muchos sujetos,
debe tomar precauciones para salvar la integración de subgrupos que
favorezcan la comunicación entre los que los componen y, a la vez, no atenten
contra la justa libertad de cada sujeto. Un pueblo, una organización no es
grande ni más perfecta porque tenga mayor número de habitantes o miembros,
sino, en todo caso, porque la cantidad no prevalece sobre la calidad de las
relaciones, no meramente implícitas, de todos ellos. Es verdad que un grupo
no demasiado grande favorece el conocimiento recíproco y la comunicación
fluida; aunque la menor dimensión, por sí sola, no se basta para ser garantía
de este beneficio, si el grupo pequeño no fuera otra cosa que una avenencia entre
egoístas. En la sociedad, el ejemplo ideal nos lo ofrece la familia; ella ha
salvado a la humanidad para que no fuera una horda. |
Si
además superamos los niveles meramente naturales y nos referimos a Dios, él
es el Padre nuestro y Padre de todos los padres, y la Iglesia familia de
familias, y el cielo hogar de todos los hijos de Dios. |
Ya
vemos que toda coincidencia entre seres humanos, y todavía más si somos
creyentes, debe imitar este primer eslabón que es la familia inspirada por
Dios, sin la cual habría sido imposible la existencia del hombre sobre la
tierra. |
Toda
construcción social cuantitativamente superior a la familia, debe inspirarse
en ésta, a la vez que respetando el modelo. Destruirlo, {9 (81)} sacrificarlo
en aras de la eficacia o prisa por obtener resultados más rápidos o más
extensos, conduciría al engaño y retrasaría la misma bondad que se pretende: |
obligaría
a desandar el camino equivocado y a recomenzar con más pena. En política lo
demuestran las dictaduras; en economía, los monopolios mundiales y esa
grandiosidad hueca que necesita de la propaganda que no da tiempo a pensar, y
que solamente busca seducir y no instruye, porque teme al hombre libre y por
eso lo robotiza con mensajes que lo adulan, explotando su vanidad y
perdiéndose, despersonalizado, en el espejo de la mentira, que frustra la
necesidad humana de comunicación desde la verdadera libertad, la cual es
condición previa para el amor; del amor que es vocación a la felicidad. |
Por
esto los cristianos, cuando hablamos de familia, no podemos soslayar la carga
espiritual que tiene desde la fe. Hay que defender la familia como primer
elemento del orden social, pero es preciso superar, puesto que somos
creyentes, el nivel meramente natural. |
Este
nivel elemental basta para los paganos. |
En
la actualidad se habla mucho de «comunidades» en la Iglesia, y ello es bueno.
Pero con tal que no represente un mero cambio de denominación de otros
nombres que nos hemos cansado de repetir y consideramos pasados de moda
(círculo de estudios, cofradía, hermandad, acción católica, retiro...), sino
que se refiera a aquellas comunidades de cristianos de la primera generación,
verdadera Iglesia, en su gran simplicidad, en su hondura fraterna, en su
espiritualidad y testimonio que no gustaba exhibirse, pero que no temía el
martirio, alegre en la pobreza, sencilla en la caridad, perseverante en la
alabanza y oración a Dios, confiada en la providencia, esperanzada con el
cielo como un «retorno del Señor». Comunidades que eran verdadera Iglesia y
que no imaginaban que debieran confiar en los poderes del mundo, ni
mendigarles favores, sino simplemente dar a todos testimonio de su esperanza. |
Comunidades
que eran como una familia: ni dictadura, ni democracia, sino fraternidad y
discipulado; comunidades que no tenían necesidad, para afirmarse o para
defenderse, de imitar modos y estilos del mundo. Cuando surgían dudas volvían
de nuevo al Evangelio, invocaban el Espíritu del Señor, ayunaban y recordaban
a Jesús, Señor, Maestro y Hermano mayor de la nueva humanidad, de los
«familiares de Dios y parientes en la fe». |
Una
comunidad cristiana sería así una escuela de Iglesia, una preparación para la
comunión fraternal {10 (82)} y en el Señor, y no una mera coincidencia social
que se llama «abierta» porque no es perseverante, o espiritual porque es de
elite y distingue sin obligar a nada. |
Toda
comunidad cristiana debería tener por centro la Eucaristía compartida con
sencillez y espíritu fraterno y, de la Palabra, de la oración, del abrazo
frecuente y hasta diario con el Señor, se derivaría toda la fuerza y
transformación de los espíritus, más allá de lo meramente estructural, para
que, poco a poco, la Iglesia fuese verdaderamente Madre de una familia de
familias y Dios verdadero Padre de todos, y todos hermanos en el Señor. Algo
que está por hacer, pero para lo cual tenemos elementos y esperanza. |
Cuando
las familias cristianas lo pusieran por obra, no sólo labrarían su felicidad,
sino que se convertiría y cambiaría el mundo, desde dentro, de pagano en
cristiano. |
CIUDADANOS
DE DOS MUNDOS. |
El
verdadero cristiano es ciudadano de dos mundos, el mundo del tiempo y el
mundo de la eternidad, la paradoja consiste en que estamos en el mundo, pero
no somos del mundo. |
Pablo
escribía a los ciudadanos de Filipos: Somos una colonia del cielo (Flp 3,
10). Ellos comprendían perfectamente lo que quería decirles, porque su ciudad
de Filipos era una colonia romana. Cuando Roma quería romanizar una provincia
―es decir, una tierra vencida, dominada—, establecía en ella una
pequeña colonia de gente y guarnición, que vivían según la ley romana y las
costumbres romanas y que, a pesar de tratarse de otro país, aseguraban la
dependencia de Roma. Esta minoría, destinada a crecer en poder e influencia,
debía transformar aquella sociedad. La analogía usada por Pablo no es
perfecta, porque en el caso de los colonos romanos, éstos eran producto de
una injusticia y explotaban a los ocupados, era colonialismo, como ahora lo
entendemos; pero el Apóstol apunta a la responsabilidad de los cristianos
que, en el mundo en que se encuentran, deben influir para comunicarle los
ideales más elevados y nobles, el Evangelio. |
MARTIN
LUTHER KING, Strength to love |
{11
(83)} |
5.
Padres e hijos |
(Catecismo
de la Iglesia Católica, 214, 2215, 2221-2225, 2230-2233). |
LA
PATERNIDAD divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3, 14-15); es
el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores
o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf. Pr 1, 8; Tb 4, 3-4)
se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el
precepto divino (cf. Ex 20, 12). |
El
respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes,
mediante el don de la vida, su amor y su trabajo han traído sus hijos al
mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. «Con
todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. |
Recuerda
que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que han hecho contigo?» (Si 7,
27-28). |
La
fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos,
sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación
espiritual. El papel de los padres en la educación «tiene tanto peso que,
cuando falta, difícilmente puede suplirse» (GE 3). El derecho y el deber de
la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf. FC 36). |
Los
padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a
personas humanas. Han de educar a sus {12 (84)} hijos en el cumplimiento de
la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre
de los cielos. |
Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde
la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado
son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. |
Ésta
requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de
sí, condiciones de toda libertad verdadera. |
Los
padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones «materiales e
instintivas a las interiores y espirituales» (CA 36). Es una grave
responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo
reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para
guiarlos y corregirlos: |
El
que ama a su hijo lo corrige sin cesar... el que enseña a su hijo sacará
provecho de él (Si 30, 1-2). |
Padres,
no exasperéis a vuestros hijos, sino más bien formadlos mediante la
instrucción y la corrección según el Señor (Ef 6, 4). |
El
hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la
solidaridad y en las responsabilidades {13 (85)} comunitarias. Los padres
deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que
amenazan a las sociedades humanas. |
Por
la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera
edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para
sus hijos los «primeros heraldos de la fe» (LG 11). Desde su más tierna
infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la
familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la
vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva. |
Cuando
llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de
elegir su profesión y su estado de vida. |
Estas
nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con
sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres
deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión
ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino
al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente
cuando éstos se proponen fundar un hogar. |
Hay
quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y
hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros
motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la
familia humana. |
Los
vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par
que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la
vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los
padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para
seguirla. Es preciso convencerse de que la {en el original los siguiente se
sitúa al final de la pág. 23} vocación primera del cristiano es seguir a
Jesús (cf. Mt 16, 24): |
«El
que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí» (Mt 10, 37). |
Hacerse
discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de
Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre»
(Mt 12, 49). |
Los
padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento
del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino,
en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal. |
{14
(86)} |
6.
LA IGLESIA DE SAN FELIPE |
Florencia,
segunda Atenas |
SE
HA DICHO de la Florencia renacentista que constituyó un milagro cultural que
repetía el esplendor, jamás visto otra vez, de la Atenas de Pericles. No lo
evocaban solamente la arquitectura y el tesoro de las artes plásticas, ni la
leve orografía que abraza la ciudad, sino las ideas, las costumbres la
conciencia de la propia dignidad de la ciudadanía, desde la esmerada
laboriosidad de sus artesanos hasta el genio de sus grandes artistas, y
también de sus literatos, desde la sublimidad perfectamente ordenada en los
versos de Dante hasta el realismo descaradamente concreto de Maquiavelo, que
todavía inspira a los políticos y es tentación de cuantos ambicionan
cualquier poder en este mundo. Esta Florencia era la ciudad de san Felipe; en
ella nació y en su famoso Baptisterio recibió el primer sacramento que le
introducía en la Iglesia de Jesucristo, en la {15 (87)} que fue educado,
hasta que, aún adolescente, hubo de abandonar, no sin nostalgia, su amada
ciudad. |
La
primera formación cristiana |
Todo
lo que se cree y ama en la adolescencia se cree y ama por siempre jamás. Y
así sería también en nuestro Santo cuando, aproximadamente a los diecisiete
años, quebrantada económicamente su familia, es mandado a San Germán, cerca
de Montecassino, donde un pariente sin hijos y dueño de un negocio, quiere
prohijarlo. Junto al amor de su ciudad lleva consigo el de Dios, recibido en
el mismo hogar, y en la escuela de un buen maestro cristiano y,
principalmente, de los dominicos de San Marcos, cuyas paredes mantenían
todavía viva la humedad luminosa de los frescos de Fra Angélico, casi como un
contraste del imborrable y vigoroso testimonio de Jerónimo Savonarola, tenido
dentro y fuera de su convento, como mártir de la corrupción del poder y de
buena parte de la Iglesia de entonces. El padre de Felipe pudo ser testigo de
la ejecución del fraile dominico en la plaza de la Señoría y contárselo con
todo detalle en múltiples conversaciones familiares, y lo mismo los buenos
frailes de San Marcos, de quienes, diría Felipe más tarde, había recibido
todo lo bueno en el espíritu. Cuando, años más tarde, no faltaron los que
cuestionaban la ortodoxia de Savonarola para justificar al papa que mandó
esparcir sus cenizas por el {16 (88)} Arno, san Felipe dibujó una aureola de
santo sobre una estampa con la imagen de aquel profeta desarmado que conmovió
Florencia y toda Italia. |
Tal
vez de ese recuerdo le viniera a Felipe su predilección por los santos,
especialmente los mártires. |
La
predilección por los mártires |
Entre
nosotros todavía no hay ningún mártir, gritaba interrumpiendo un sermón
demasiado retórico pronunciado en el Oratorio sobre el martirio; o cuando
tuvo la idea de ir a misiones y dar la vida por Cristo; o en una enfermedad a
causa de la cual padeció una hemoptisis, y se sintió consolado de que,
siquiera simbólicamente, tuviese un pequeño parecido con los que derramaron
la sangre por la confesión de la fe... |
A
punto de dejar la casa paterna, o poco después, tendría noticia de un suceso
que significaba la total humillación de Florencia, a merced de la política
del Emperador y del papa Clemente VII, que le coronó en Bolonia, en cuya
ceremonia ambos ponían precio a atropellos consumados. Tampoco faltaba el
recuerdo del abandono de Francia, la cual, después de sanear sus finanzas a
costa de la economía florentina, olvidó favores porque ya se creía superior
en fuerza, ya que no en razón. |
Tanto
los franceses, como los españoles, como el papado, habían sido nefastos para
los florentinos. |
Savonarola |
Pero
la ejecución de Savonarola no sólo pudo verla el padre de Felipe y contársela
con todo de talle dramático, sino otro joven, Maquiavelo, que sacaría
conclusiones menos espirituales, y más propias de un funcionario que de un
patriota. Él construirá su gran teoría del Poder, fríamente
―¿cínicamente?― desde el polo opuesto a como la había visto
Savonarola. Éste quiere que el pueblo sea cristiano, que reforme sus
costumbres, que la Biblia inspire su constitución, para que las ansias de
libertad y la democracia no sean un fin en sí mismas, sino que se legitimen
como ejemplo y medio ordenado {17 (89)} a la reforma total de Florencia, de
Italia y del mundo; en lo civil, en la economía, en el arte, en la
laboriosidad, en la Iglesia. Ésta anda demasiado mezclada y hasta eclipsada
por la política, tanto cuando ejerce por sí misma un poder que no distingue
entre lo humano y lo divino, como cuando pide prestado el poder ajeno y
convierte el propio ―¡oh ironía!― en cómplice y sometido a la
política de otros poderes, más que sospechosamente ambiguos. Es verdad que
muchos de los seguidores de Savonarola no iban tan lejos, y les habría
bastado alcanzar y detenerse en el disfrute de la justicia, la libertad y la
democracia de su ciudad, dejando lejos, si fuera posible, a reyes,
emperadores y papas. |
Maquiavelo |
Maquiavelo,
en cambio, era más universal que estos ciudadanos conformistas. No podía
dejar de lado la religión. Decía: Conviene que el príncipe sea religioso... o
lo parezca ante el pueblo. Maquiavelo despreciaba al pueblo; el pueblo, el
hombre, se mueve sólo por el hambre y la pobreza; el que tiene talento se
separa de la masa y se mueve y lucha por la ambición... y utiliza al pueblo,
lo domina. |
En
esto consiste el arte de la política, el gobernar. |
La
idea del Poder substituye a la idea de Dios; Dios ya no puede ser el fin,
porque proponérselo debilita al hombre. El hombre común se queja de las
desgracias, pero también se cansa de la felicidad; en cambio adora fácilmente
la fuerza y aplaude al poderoso, en el que transfiere la compensación de la
propia mezquindad. Mezclar en todos los asuntos un poco de religión es
conveniente porque ello hace a los hombres más obedientes, dice Maquiavelo,
pero con tal que la religión se mantengo sometida como ayudante de quien
gobierna; éste ha de ampararla, sin concesiones, sólo en la medida que le es
útil para la consolidación o conquista del Poder. |
{18
(90)} |
La
Iglesia Institucional |
El
panorama que ofrecía la Iglesia institucional no era demasiado consolador.
Además de la tristeza por la Florencia humillada, comprada y vendida por los
poderosos, llegaban de más lejos noticias no menos desalentadoras: la
rebelión de Lutero y otros protestantes, y la separación de Inglaterra. Sólo
las noticias de los descubrimientos geográficos y de los misioneros que
llevaban el Evangelio a América o la India, ofrecían una compensación al
desastre del catolicismo en Europa. |
También,
como clamor de esperanza que crecía día a día, la invocación de una verdadera
reforma al interior de la Iglesia, con altibajos por parte de la jerarquía,
que tardaba en el acierto, y en elevar a puestos de responsabilidad a los más
dignos y en alejar a los logreros del poder eclesiástico. En la Iglesia podía
flaquear la moral, pero quedaba la fe y la esperanza en gran parte del
pueblo. Felipe albergaría, en su corazón, todos estos sentimientos. |
Podía
faltarle madurez, pero tenía ya suficiente criterio para juzgar esa crisis
que a otros escandalizaba, pero en él produciría una cadena de reacciones
para mayor virtud y amor más puro a la Iglesia, ahora desfigurada por los
pecados de los hombres. |
El
adiós a Florencia |
Desde
Florencia a San Germán, hubo de cruzar Roma, la capital y centro de la
cristiandad. |
Ocuparía
la silla de Pedro todavía Clemente VII ―el papa de la convinazione a
trueque de la cual coronó emperador a Carlos V en Bolonia―, de mal
recuerdo para los florentinos, casi como de Alejandro VI. Tal vez el papa ya
era Pablo III, a quien correspondería el mérito, entre otros aciertos, de
convocar el concilio de Trento, arranque del esfuerzo reformador esperado. |
Al
atravesar Roma era inevitable que la comparase con su Florencia: había más
Iglesias, pero no eran tan hermosas. En vano vería algo que recordara {19
(91)} el baptisterio de San Juan, sus puertas o el campanario de
Brunelleschi, el más bello del mundo... Pero guardaba más sepulcros de
santos. Aunque él no se olvidaba de san Antonino de Florencia, o de lacopone
da Todi, cuyas poesías se sabia de memoria, o del piovano Arlotto, santo
popolano sin canonizar, pero desprendido y bueno con todos, siempre alegre y
ejemplar, representante de una Iglesia a pie de calle, querida por todos
porque comprendía a todos en los detalles mínimos de lo cotidiano. Un efecto
ensombrecedor, al atravesar la ciudad de los papas, fue el comprobar los
restos del saco de Roma llevado a cabo por las tropas del emperador, cuya
caballería había tomado como establo la basílica de San Pedro, junto a otros
desmanes. En Florencia se abominaba de los sacrilegios. |
Los
biógrafos de san Felipe refieren que su padre, apenas oía hablar de
excomuniones, herejías o procesos eclesiásticos, se desconcertaba
aterrorizado. |
Sin
duda recordaría a Savonarola, cuya suerte le marcó para siempre. |
San
Germán |
Felipe
no hacía un viaje de placer, y no pudo entretenerse en Roma; le quedaba
todavía un buen trecho hasta San Germán. Sus parientes eran buenos cristianos
y Felipe pudo disponer de tiempo, además de trabajar en el negocio, para
dedicarse a la piedad. Nos quedan rasgos de su inclinación eremítica, por sus
demoras en la capilla de la Santísima Trinidad (La Montagna spaccata), cerca
de Gaeta, a cuyo puerto debía ir, con frecuencia, para recoger mercancías,
por encargo de sus tíos. Pero principalmente hemos de mencionar el monasterio
benedictino de Montecassino, que le evocaría, superándolo, el esplendor de la
liturgia del de San Miniato sul Monte, de Florencia. Se conserva la tradición
del trato espiritual con los monjes de san Benito, tras cuyo consejo decidió
desprenderse de la perspectiva de la prometida herencia del negocio {20 (92)}
de sus parientes, y fue a Roma, para emprender una vida de asceta seglar,
cerca de los mártires, que siempre fascinaron su alma y junto a cuyos
sepulcros dedicaría largas horas de oración. Las catacumbas, en particular
las de San Sebastián, junto a la Via Apia, serían testigo de su intensa vida
de contemplativo durante casi veinte años. |
Felipe
en Roma |
En
Roma parecía que, finalmente, se emprendía la verdadera reforma interior de
la Iglesia; pero él no militó en ninguna de las obras o fundaciones surgidas
a raíz del estímulo reformador, ni pensó hacerse sacerdote, ni entrar en
ningún convento. |
Había
una amplia colonia de florentinos, pudo trabajar como preceptor de los hijos
de uno de ellos, con poco sueldo que le bastaba para poder estudiar y tener
tiempo para la oración, el apostolado y las obras de caridad, especialmente
en los hospitales y la acogida de peregrinos. Eligió una libertad pobre y
aseada pero llena de espíritu. Siguió considerándose natione florentinus,
frecuentó a los dominicos de la Minerva, alguno de los cuales pudo conocer,
de niño, en San Marcos de Florencia, y también se hizo amigo de un buen
sacerdote, compañero de aventuras de misericordia y mentor espiritual, que al
cabo de algunos años le convenció para que también él recibiera el orden
sagrado. San Felipe había visto cómo los Médici de Florencia, primero señores
seculares, prepararon los peldaños para subirse al papado, como antes habían
hecho los españoles, como tiempo atrás hicieron los franceses, o los
alemanes... Y no siempre para bien de la Iglesia, sino sumiendo a ésta en la
confusión de poderes, esgrimidos como divinos, pero viciados de humanas
ambiciones temporales o de familia. Florencia había padecido por todo ello. |
El
ideal de santidad |
Lo
único que le importaba a Felipe era Dios, la santidad, con el radicalismo
interior de Savonarola, con la sencillez de los místicos italianos, aunque
perseguidos, del siglo {21 (93)} XIII, con la libre y honesta alegría del
piovano Arloto; sobre todo, con una vida austera, limpia, pero moderada por
la verdadera pobreza, en la comida, en el vestido, en el uso del tiempo para
la caridad y la oración... Así llegó a los treinta y seis años, en Roma, la
ciudad con más sepulcros de mártires cristianos. Detestaba la herencia de la
pompa del imperio romano sofocando y deformando lo que hubiera debido ser la
sencillez y testimonio evangélico, mientras veía llegar a la corte pontificia
a los ansiosos de beneficios, dignidades y prelacías, con miras muchas veces
idénticas a los que, en otras partes, frecuentaban los palacios de los reyes
en busca de promociones mundanas. |
Convertirse
y convertir |
Años
más tarde, cuando un papa ―Gregorio XIII― decide legitimar y
bendecir el apostolado romano de Felipe, éste reclutará entre sus primeros
discípulos a algunos de los jóvenes ambiciosos per far carriera, y, una vez
convertidos y desprendidos, podrán ayudarle en hacer el bien y convertir
Roma, otra vez, de pagana en cristiana. En las primeras reglas de vida para
la naciente comunidad del Oratorio, se dirá explícitamente que nadie en casa,
ni para sí ni para otros, puede frecuentar la curia para obtener empleos o
promociones eclesiásticas. |
Ni
bajo pretexto de hacer más bien. Los primeros discípulos de Felipe, como
Baronio, Ancina, Tarugi, darían buen ejemplo de haber entendido lo que su
maestro les imbuyó, respecto de la intriga y la convinazione, bajo pretexto
de bien. La necesidad del Poder es una pasión impuesta por el pecado, que no
puede resolver los males de raíz. Dios, la santidad y no otra cosa; quien no
lo reconozca, dice Felipe, comete una locura. No basta que Dios sea
preferido, sino que ha de ser amado, y esto no lo consiguen ni las leyes ni
la soberanía, ni autoridad alguna de la tierra, sino solamente el mismo Dios,
buscado en la oración, encontrado en las obras de {22 (94)} misericordia,
comulgado en la cruz. Los mártires, los santos son la Iglesia de Cristo y
sólo la nostalgia de esta Iglesia del cielo aumentará en grados la santidad
de la Iglesia de la tierra. No sube al cielo después de muerto el que no sube
muchas veces por la oración mientras vive en la tierra. Es preciso
desprenderse de toda vanidad para poder vivir el Evangelio y emular a los
santos. Es una cuestión de amor a la verdad y de sinceridad con Dios. |
La
Iglesia de san Felipe |
Felipe
vivió lo suficiente para recibir el consuelo esperanzado de una Iglesia que
recobraba, poco a poco, la fidelidad a sus orígenes; pero nunca perdió la
desconfianza en los medios mundanos en los que otros creían que se tenían que
apoyar las perspectivas de bien y los éxitos demasiado inmediatos. |
Aunque
con distinto temperamento, Felipe coincidía con el ideal de Savonarola, y lo
completaba con el ideal de los primeros cristianos. Ésta era su Iglesia,
aunque tuvo que padecer otra. |
DICEN
que el Papa va a pedir perdón, ante el mundo, por los pecados y errores
cometidos en el pasado, en contra del Evangelio y de los derechos de los
hombres. Ello tendrá el valor simbólico de reconocer, una vez más, que no
todos los hijos de la Iglesia son santos, y que si se la llama «santa» es
porque Jesucristo la sigue acompañando por los caminos de la historia y
santificando, por su medio, a los que creen sinceramente en él. Pero no puede
descartarse que, dentro de algún tiempo, otro Papa vuelva a pedir perdón por
los pecados y errores de hoy, que le vendrán principalmente, como antaño, de
los políticos de fuera o de dentro de ella misma, que la utilizan o someten.
Si a veces descubrimos evidentes restos escandalosos de esta corrupción, no
olvidemos que hace menos de un siglo que la elección de un Papa estaba
sometida al veto de los reyes, y no digamos la de los obispos. Pero se camina
hacia la libertad. |
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