Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 296. SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1994
0. SUMARIO
LA PRISA roba el tiempo a la memoria y rompe el nexo entre la experiencia aleccionadora y su desarrollo creativo. Es la hora de las ambiciones instantáneas y, en ella, los grandes se arrogan el falso derecho de someter a los pequeños; los violentos, a los pacíficos; los depredadores, a los laboriosos. Pero también es la hora y el reto de los cristianos, si de verdad creen en el Evangelio y anuncian «la civilización del amor», invocada por Pablo VI, para crear un mundo mejor, de santos y de hombres verdaderamente justos.
«VERGINE BELLA!»
SÍNTESIS
ELOGIO DE LA IGNORANCIA
POLÍTICA DE LOS HOMBRES Y BRISA DE DIOS
DOS SONETOS DE SAN FELIPE NERI
COMO GUSANO ESCONDIDO
DANTE ALIGHIERI Y SAN FELIPE NERI
III CENTENARIO DEL ORATORIO DE ALCALÁ
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1. «VERGINE BELLA!»
Oh Virgen bella, de sol vestida, de estrellas coronada, quiero cantarte mientras pido tu auxilio santo. Ayúdame, aunque yo sea de la tierra y tú reina del cielo.
Virgen sabia, una de las santas vírgenes prudentes, la primera entre todas, la que resplandeces con mayor fulgor. Vuelve a mí tus ojos virginales, que contemplaron el vestigio dolorosísimo de los miembros del dulce Hijo querido, vuelve a mí, y líbrame de dudas ya que humillado pido tu consejo.
Oh Virgen pura, que eres hija y eres madre, y luz que adorna el cielo y aquí nos guía, y el llanto de Eva mudas en alegría.
Virgen santa, colmada de toda gracia, que has merecido llevar tres nombres de amor: madre, hija y esposa; Madre del Rey que ha roto el yugo del pecado y ha hecho al hombre libre y venturoso.
Virgen única, sin par, que con tu gracia has enamorado al cielo, te ruego con la mente arrodillada, que atiendas a mis súplicas y me dirijas por el buen camino.
Virgen envuelta de claridad, estrella de este mar tempestuoso del mundo, tú eres toda mi esperanza, que puedes y quieres ayudarme, no dejes que al final pueda perderme. Mira al Señor que se dignó crearme, y no mi bajeza sino mi semejanza con su faz divina.
Virgen hermosa, recomiéndame a tu hijo, Dios y hombre verdadero, para que acoja en paz mi último aliento.
Francesco Petrarca, (1304-1374), Resumen de la última poesía con que cierra su Canzoniere 2 (98)
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2. Síntesis
VIVIMOS en un mundo de mutaciones tan aceleradas y sorprendentes que no siempre resulta fácil ejercer el recto criterio para un discernimiento correcto, totalizador. Mientras algunos se asustan por los cambios, por las ideas y valoraciones nuevas, otros, irreflexivos, toman por bueno todo lo que parece nuevo, por curiosidad o por deshacerse de juicios que creen envejecidos; diríase de éstos que son iconoclastas, en contra de todo cuanto no les acomoda, sin preocuparse por reflexionar y racionalizar su personal retahíla de lugares comunes, casi siempre insostenibles, por lo común hijos de la pasión, de la propia conveniencia y de la ignorancia. En los jóvenes suele ser fruto de la inexperiencia y de querer afirmar la propia personalidad todavía por cuajar; en los mayores puede haber más oscuras razones:
desconocimiento o falsificación de la historia, falta de estima, en los demás, de lo que exigimos para nosotros. Cuando esto se hace colectivo, no sólo corremos el riesgo de destruir las amistades, de sembrar odios entre los pueblos, de mantener agravios que se perpetúan a lo largo de generaciones y de dividir a la Iglesia. No digamos cuando no ya en la sociedad civil y en la política, sino una religión fanatizada se alía con los violentos de palabra (mentiras) y de obra (injusticias y atropellos de derechos). con el consiguiente escándalo.
En lo político, en lo económico, en las creencias hay una efervescencia que el desarrollo de las tecnologías y de las comunicaciones coge de sorpresa. Nos quejamos de la sociedad civil, pero también la Iglesia anda zarandeada, y todo el mundo se cree doctor. La fuerte corriente secularizadora, el movimiento feminista, las clientelas sectarias y, en conjunto, el cambio de costumbres morales y, en amplios sectores de los fieles, un sentido crítico que no edifica ni obra conversiones. Se trivializan o abandonan los sacramentos; se habla de comunidad, sin embargo no se aceptan verdaderos compromisos; se abandona la oración, se prescinde de todo consejo espiritual o "discipulado". Y luego esta sociedad hedonista que damos en herencia a los jóvenes.
{3 (99)} Pero nos engañaríamos si no viéramos lo positivo que el mundo y la Iglesia que nos toca vivir encierra y proyecta fuera de sí. Las misiones, los mártires contemporáneos, las gentes abnegadas que se ofrecen generosamente para correr donde hace falta hacer el bien. Muchas veces, los que perdemos el tiempo en filosofías, sin acabar de entender todos los problemas de nuestros días, dejamos por hacer algo inmediato que Dios ha puesto a nuestra vera, que nadie más podría hacer si no lo llevamos a cabo nosotros mismos. Despreocupémonos un poco de cifras, propagandas y demasiados controles, y volvamos siempre al Evangelio. No podemos, por sistema, sospechar de todo lo nuevo: la Providencia divina rige el mundo, y «los signos de los tiempos»  anuncian novedades, que no rompen el progreso de todas las cosas según Dios. El mundo y la Iglesia caminan entre orillas de contrastes, y hasta aparentes contradicciones que se resolverán, finalmente, en la gran síntesis de una novedad constantemente engendrada. Sería un error querer poner remedio a los que nos parecen males, recurriendo a un conservadurismo que fosilizaría el porvenir humano y cristiano.
Todo lo nuevo debe ser analizado, sopesado y valorado; todo lo antiguo debe ser renovado; no porque una de las tendencias contrastantes venza y anule la contraria, sino porque las integre. Sintetizar no es rebajar, ni transigir o claudicar, ni resumir.
Todos estos movimientos contemporáneos «no son para la muerte», sino para resurgir a otra novedad superior. Toda tesis despierta la reacción de la antítesis que se corresponde con ella: ésta le da prudencia, aquélla renueva su juventud. Eso que .entendió tan bien Ul} hombre de fe: el papa más querido de nuestro tiempo, Juan XXIII.
Tesis, antítesis, síntesis. Pero la vida sigue yel proceso dialéctico que la acompaña: la última síntesis lograda se convierte en tesis nueva y, frente a ella, se le opone la nueva reacción antitética que se corresponde, la cual, a pesar de las aparentes "y amenazantes contradicciones, no logrará romper el proceso, y alcanzará una nueva síntesis ... Y así sucesivamente, un ciclo y otro ciclo, superando los miedos y las mentiras de los hombres, mientras Dios conduce providencialmente el mundo, hasta que, entre las sístoles y diástoles de la historia, lo sea todo en todos los que crean en él, sin confusión ni destrucción de nada ni olvido de nadie. En esto se fundamenta el optimismo cristiano.
Todos sufrimos los unos por los otros, y sacamos provecho del sufrimiento del otro; porque el hombre nunca toma en soledad una determinada posición en este mundo, aunque, en el futuro, llegará el día en que deba tomarla; pero aquí es un ser social, desde donde camina hacia, su morada definitiva, formando parle, como miembro, ' de una inmensa comunidad.
J. H. Newman, G. A., 406
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3. Elogio de la ignorancia
A SEMEJANZA de Erasmo que, al escribir su Elogio de la Locura, distinguía clases de locura, también es preciso hacerlo aquí a propósito de la ignorancia. Por supuesto que, en primer lugar, no podemos alabar a la nueva generación consumista, irreflexiva, sedienta sólo del gozo inmediato, cuando desprecia los saberes que constituyen el tesoro de la riqueza cultural y espiritual transmitido y desarrollado, generación tras generación, por quienes nos han precedido en el esfuerzo por construir, día tras día, un mundo mejor; ellos renuncian deliberadamente a aplicar, por lo menos, el sentido común a la hora de valorar los fenómenos morales, políticos o religiosos que interesan a la humanidad; relegan a la ironía y hasta al cinismo jocoso, si no les basta la indiferencia, a Dios, la familia, la justicia, la solidaridad, el prójimo si no les es útil, la paz... Son los nuevos iconoclastas dispuestos a destruir todo cuanto ponga en evidencia su mediocridad y la denuncia de sus egoísmos disfrazados con falsedades.
Tampoco deben ser admirados los saberes unidimensionales de la simple tecnología, si no son compensados con la suficiente cultura humanística que equilibre al hombre estudioso, fanatizado por el cientificismo. La sola técnica despersonaliza y convierte al ser humano en una cifra y lo valora con baremos materialistas y económicos, o de utilidad y relumbre vanidoso. Cuántos jóvenes acuden a la universidad sin vocación para el estudio, pero sí con anticipada vida de señorito a crédito de la pobreza o de las privaciones ajenas, los cuales esperan titularse, no para el ejercicio responsable de una profesión beneficiosa para la sociedad, sino para hacerse ricos lo antes posible, o por lo menos privilegiados en su ascenso social; pero estos sabios, en el supuesto de que no hayan terminado sus carreras a {5 (101)} trompicones, no contribuirán a mejorar el mundo, ni tampoco serán propiamente sabios, porque arrastrarán para siempre la carencia de un equilibrio que conjugara los diversos saberes que dan forma totalizadora y armoniosa a una verdadera personalidad inteligente y medianamente culta; despreciaron los saberes gratuitos porque no eran rentables y luego vivirán forzados a ocultar las propias lagunas, en el intento de engañar y engañarse de tanto repetir el disimulo, y demasiado tarde para reciclarse y reparar ignorancias elementales, de las que están vacunados los sencillos de corazón, los cuales saben de cada cosa lo que, en proporción, necesitan saber.
Si el Evangelio bendice a los niños y la Ley enseña a respetar y venerar a los mayores, y si la primera Iglesia llamaba "ancianos" a los que presidían sus asambleas, sería seguramente porque, a los primeros, la humildad les es casi natural y, en cuanto a los segundos, porque habrían perseverado en el gozo de mantenerla de por vida o, en todo caso, la experiencia les habría ayudado a madurar en la primera virtud moral que se necesita para el acceso y perseverancia en la fe, la primera de las teologales.
San Felipe solía decir que, cuando no sabemos cómo presentarnos o qué decirle a Dios, debíamos ponernos con humildad a sus pies y que sólo de este modo él, inmediatamente, se nos manifestaría.
También podemos entender por qué san Felipe, todavía joven, pero después de haber estudiado filosofía y teología, vendiera todos sus libros para dar el importe a los pobres. Y también por qué, más tarde, ya sacerdote, mortificara repetidamente a los más sabios que tenía en el Oratorio ―Baronio, Tarugi...―, porque temía que la sabiduría humana, aun de las cosas de Dios y de la Iglesia, fuera un peligro para las tentaciones de orgullo, según él, el mayor de los escollos para el espíritu.
San Pablo dice que «la sabiduría de este mundo es locura ante Dios». Se dirá que el mismo Dios nos ha dado inteligencia para que {6 (102)} la desarrollemos en el ejercicio del conocimiento. Pero santo Tomás, siempre preciso, aclara que el hombre propende a dos defectos en orden al ejercicio de la inteligencia:
por una parte el de la curiosidad, por otra el de la negligencia. Es precipitadamente curioso respecto de aquello que es transitorio, y negligente hasta la pereza cuando se trata de atender y reflexionar sobre su fin y los medios para alcanzarlo. ¿De qué sirve almacenar cantidad de conocimientos inútiles o menos importantes que los primeros principios? Se podría hacer una tesis sobre Newman y su teoría de los «primeros principios», sin los cuales todo discurso resulta juego de palabras para encubrir banalidades. Existen personas tal vez poco instruidas, pero que han alimentado su mente en las fuentes del Evangelio: éstas poseen un juicio recto en relación con el sentido de la vida y el orden querido por Dios que mantiene la paz de espíritu y, más allá del tiempo, lleva a la felicidad. La fe es la verdadera sabiduría; pero la fe no como almacenamiento de curiosidades sobre la religión, sino como levadura que transforma desde la raíz la propia vida de quien la profesa; la fe de los sencillos de corazón, el «tesoro escondido» del Evangelio, la fe y la sabiduría que ha crecido en el silencio de los santos (Benito, Gregorio, Llull, Francisco, Juan de {7 (103)} la Cruz, Felipe Neri...) y de todos los verdaderos creyentes, la fe de «la docta ignorancia» o de «la ignorancia sabia». La fe, diría además s. Juan de la Cruz, «que siendo oscura nos ilumina».
«¡Qué rollo!».
El acusado antaño de ignorancia pasa a ser, ahora, acusador del verdadero sabio. La expresión «¡qué rollo!» se coloca en las antípodas de la adhesión al saber total y no solamente al saber de los lenguajes verificables y de los lenguajes axiomáticos. Los devotos del «¡qué rollo!» son seres humanos prostituidos que han renegado de la razón crítica, aquella que quiere saber y no solamente repetir lo que declaran las autoridades políticas, sindicales, financieras, eclesiásticas, tecnológicas, artísticas. Se renuncia a ser hombre y se abandona todo en manos de los que mandan y de los que piensan. Son reos de dictadura, abierta o encubierta, que siempre descansa sobre la ignorancia.
Y que conste que la sola tecnociencia también es ignorancia. Lo es porque desconoce los valores morales, los estéticos, los de la fidelidad a la memoria y los de la comprensión y compasión de los que la historia margina.
OCTAVI FULLAT, Catedrático de Filosofía de la U. A. de Barcelona
Para el hombre nuevo.
Debiéramos obligarnos, en cada momento, a adoptar, todas juntas, las posiciones más contradictorias para el sentido común:
a morir al mundo al mismo tiempo que nos comprometemos con él; a negar lo cotidiano y a la vez salvarlo; a afligirnos por el pecado, pero alegrarnos de poder convertir y dar paso al hombre nuevo; a contar con sólo el valor de lo interior e invisible, pero derramándonos en la naturaleza y conquistar así todo lo vivo del universo para hacerlo espiritual; a reconocer en nosotros la dependencia de la nada y a la vez gozar de la libertad de un rey, y, por encima de todo, a no considerar jamás ninguna de estas situaciones compartidas, como sustancialmente contradictorias o como definitivamente resueltas en el ámbito de una experiencia humana.
EMMANUEL MOUNIER (1906-1950)
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4. Política de los hombres y brisa de Dios
DE los primeros cristianos decimos que su fe propendía a la inmediatez de lo eterno, a la «parusía», de modo que Dios y su reino no eran, en sus pensamientos, un complemento para esta vida, como ocurría en los cultos paganos. A estos acudían los hombres individualmente para invocar el remedio de los dolores o los miedos, por una parte, mientras por otra los poderosos favorecían la creencia en tales divinidades ―con las cuales solían identificarse y confundirse― para consolidar su poder con ataduras psicológicas y colectivas inapelables; de este modo el poder político se blindaba contra la oposición de los insumisos, justificaba abusos y se convertía en fin de sí mismo. La religión era instrumentalizada como una parte de la política.
El cristianismo, en cambio, aunque pueda ceder ―y a veces cede― a la tentación "política", es esencialmente diferente, «no es un reino de este mundo». La biografía, las actitudes y las palabras todas de Cristo demuestran, con harta elocuencia, su desconfianza frente al poder y frente a los poderosos.
Si la primera bienaventuranza proclama la excelencia de la pobreza, es porque ésta hace prácticamente imposible la adquisición seductora del poder; si Cristo pone el desprendimiento como condición previa a quien quiera seguirle, es porque, solamente así, puede acercarse a la libertad para proclamar la verdad de la que es mensajero.
Todo esto lo tenía claro la primera generación cristiana y vivían en esperanza y preocupados en dar, con sus vidas, razón de esta esperanza a los demás, especialmente a los paganos, que encerraban sus divinidades en la utilidad del tiempo. El cristianismo, en cambio, no era una enajenación, un desprecio de lo terreno, sino una superación {9 (105)} desde lo temporal y de sus contingencias. El cristianismo no venía a sustituir la religión pagana, sino que era una novedad; incluso la sola palabra "religión" no alcanzaba a expresar la mente de Cristo, ya que él siempre se refería a «vida», a «novedad de vida», a «vida en él», a «vida eterna». Cierto que iniciada desde aquí, pero en alto, hasta alcanzar la plenitud en comunión con Dios, que no cabe ni acaba aquí. La razón de nuestra esperanza es aquello en lo que creemos, es la fe. Cuando ésta es débil o vacila, somos tentados de actuar como si debiéramos correr a remediar los "olvidos de Dios", al estilo de Pedro, antes de su conversión. Es curioso que cuando somos débiles en la fe, queremos echar mano a la razón del poder y de la utilidad engañosa de la fuerza... al servicio, por supuesto, de la religión que, a la postre, se reduce a un poder que trata de imponerse sin convencer. Allí donde, en la Iglesia, se inicia el desarrollo del cáncer de un poder humano, éste ―imperceptible al principio, pero irremisiblemente― tiende a secuestrar y pervertir la misión espiritual confiada por Cristo, substituyéndose por un reino de este mundo: la predicación se trueca en propaganda; el apostolado, en política; los éxitos, en estadísticas, y la esperanza se substituye por la seguridad mundana de las riquezas, por doquier reverenciadas. Las bienaventuranzas quedan lejos, como pocsía menos que medieval.
En nuestra época, cuando todo se somete a debate, sin excluir a la Iglesia, de la que unos, aun llamándose creyentes, "pasan" de ella; otros expresan su adhesión soñando con cruzadas, aunque sean sólo de palabras y papel; y otros se declaran contrarios y la miran como estorbo del progreso humano, si ella no se resigna a cultivar sentimentalismos enajenantes, o mitos que substituyen a Cristo en nombre de Cristo, o a organizar efímeros triunfalismos. Si la Iglesia cediera, los poderes del mundo no tendrían dificultad en reconocerle la apariencia, por lo menos, de un cierto poder compartido, y codearse con ella, con la tácita condición de que no denunciara las injusticias, expolios, esclavitudes y dominios contra el derecho de las personas y de los pueblos, para ser, frente a las opresiones, «la voz de los que no tienen voz», y se atreviera a instruir a los ignorantes y concienciar a los débiles, para que defiendan y se defiendan, ni que sea pacíficamente, exigiendo el reconocimiento de su dignidad y de sus derechos. En estos casos, los poderosos que pretendían comprar la mudez de la Iglesia, y cegar la inteligencia de sus mejores hijos, desatan, primero las amenazas y {10 (106)} luego la persecución, acusándola de política cuando los "políticos" son ellos.
Son para meditar un par de sucesos recientes de la crónica diaria, que enseguida sepulta el olvido. El primero de ellos se refiere a México, cuyo gobierno, como se sabe, hace poco reconoció a la Iglesia, acabando así con una larga simulación que, desde la persecución del presidente Calles, ignoraba su presencia y no se le reconocía, por tanto, ningún derecho ni propiedad ni domicilio. Pues bien, ya han aparecido grupos de extrema derecha que amenazan de muerte a los jesuitas, de modo parecido a como ocurrió en El Salvador antes del asesinato del P. Ellacuría y sus compañeros, avanzados en la predicación del Evangelio y en defensa de los más pobres.
Otra extrema derecha, esta vez en Italia, representada por la presidenta de la Cámara de los diputados, Irene Pivetti, de 34 años, hace una exaltación del poder político, a partir del cap. 13 de la carta de s. Pablo a los Romanos, que dice: «toda autoridad procede de Dios». Lo cual, sin matices, conduciría sin más a la teocracia, a un fundamentalismo que haría depender y sometería el Estado a Dios o a sus representantes. Esta rotundidad pertenece al orden escatológico. Mientras tanto es indispensable recordar el ejemplo de Cristo, que vino a servir y no a ser servido (Mc 10, 45; recordar asimismo la escena del Cenáculo (Jn 13, 13-15); evitar el despotismo (Mc 10, 42; Lc 22, 25); purificar la autoridad del énfasis del dominio (1 Pe 5, 2...). El reino de Cristo «no es de este mundo» (Jn 18, 36). Y, sobre todo, al implicar a Dios, recordar a Elías (1 Re 19, 11-13), para quien «Dios no estaba ni en el fuerte viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la tenue brisa».
Menos cruzadas, menos dictaduras, menos "política" y menos estilos ajenos al Evangelio. Y no estragar la literalidad aislada de los textos sagrados, para que nos den la razón, sino contextuarlos para ser iluminados por su razón total. En caso contrario se verifica lamentablemente el conocido axioma de que «lo que prueba demasiado no prueba nada» ―«quod nimis probat nihil probat».
El hombre es capaz de cometer errores, pero puede librarse de permanecer en ellos y, además, aprender de los mismos.
Karl Popper (1902-1994)
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5. Dos sonetos de san Felipe Neri
· Se l'Anima ha da Dio l'esser perfetto,
Sendo, com' creata in un istante,
E non con mezzo di cagion cotante:
Come vincer le dee mortal oggetto?
· LA've speme, desio, gaudio, e dispetto,
La fanno tanto da sè stessa errante,
Si che non veggia (e l'a pur sempre innante)
Chi bear la potria sol con l'aspetto.
· Come ponno le parti esser ribelle
Alla parte miglior, no consentire:
E questa servir dee, commandar quelle?
· Qual prigion la ritien, ch' indi partire
Non possn, e al fin col piè calcar le stelle,
E viver sempre in Dio, e a se morire?
· Si de Dios viene al alma el ser perfecto
siendo, como es, en un instante oreada,
no por medio de causa limitada,
¿cómo puede vencerla un vil efecto?
· Ansia, gozo, temor, mezquino afecto
la hacen estar de sí tan apartada,
que no ve el solo, estando de él creada,
que feliz puede hacerla con su aspecto
· ¡Cómo las luces racionales bellas
a su pasión las tiene obedeciendo,
si ésta debe servir, mandar aquéllas!
· ¿Qué prisiones la impiden que subiendo
vuelo, y no pare hasta pisar estrellas,
y viva siempre en Dios, a sí muriendo?
{12 (108)} · Amo, e non posso non amarvi, quando
Resto cotando vinto dal desio,
Che'l mio nel vostro e'l vostro amor nel mio
Anzi ch' io in voi, voi in me ci andiam cangiando,
· E tempo ben seria veder il quando,
Ch'al fin io esca d' esto carcer rio,
Di così folle e cosi cieco oblio,
Dov'io trovo e di me stesso in bando.
· Ride la terra e 'l cielo e 'l sole e a rami,
Stan queti a venti, e son tranquille l'onde,
E' l gol mai si lucente non apparse:
· Cantan gli augei. Chi dunque è che non ami
E non gioisca? ― Io sol: che non risponde
La gioja a le mie fonze inferme e scarse.
· Amo, y dejar de amar no puedo, estando
a tal grado vencido del deseo,
que mi amor en tu amor, o al revés, veo
andar, como tú en mi, yo en ti, cambiando.
· Ya sería tiempo de saber el cuándo
saldré yo libre de este encierro feo,
de este tan loco y ciego devaneo,
en que vivo, y de mí tan lejos ando.
· Se burlan cielo y tierra, sol y plantas,
quietos están los mares y los vientos;
el firmamento enciende luces tantas;
· las aves cantan: ¿quiénes no contentos
están y sin amar? Yo solamente,
para tal gozo enfermo, insuficiente.
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6. Como gusano escondido
DOS COSAS aborrecía sobremanera san Felipe Neri: una contraria a la vocación del hombre a relacionarse con los demás, y la otra porque falsificaba la vida de cada ser humano, incluida su relación con Dios. Eran la murmuración y la mentira. Desde el punto de vista espiritual hacían imposible cualquier proyecto de perfección cristiana, que el Santo siempre establecía, para sus hijos espirituales, en la obediencia, la humildad y el desprendimiento.
Advertía que, si alguien llegaba a la Congregación y, aun en lo más pequeño, murmuraba y se mostraba más inclinado a juzgar que a obedecer y aprender, debía ser despedido cuanto antes, porque tampoco perseveraría y, además, podría desviar a otros y dañaría la paz de la casa. La murmuración, como gusano escondido en el interior de la fruta de la que se alimenta, corroe y destruye las comunidades, divide las familias y arruina las amistades.
Se recrea hablando mal del ausente, sin aportar remedio alguno a los males verdaderos o imaginarios que se complace en censurar. Suele proceder de la envidia y del resentimiento, a la vez que descuida el atender a la propia perfección ocupándose, sin misión para ello, de la de los demás, cuyos defectos agranda para que reluzca la apariencia de la propia virtud. Hay quienes "necesitan" que los demás sean malos para ser ellos buenos al establecer la comparación.
En cuanto a la mentira, a san Felipe le disgustaba la lisonja y adulación, porque es interesada falta de sinceridad y de sencillez con quien se habla, en contra del estilo y llaneza que quería para los del Oratorio y para los fieles que acudían para ser guiados rectamente en la vida espiritual. No cedía, tampoco, al engaño de los aficionados a milagrerías, visiones sobrenaturales o singularidades devotas, que sirven o pueden impresionar a los ignorantes, pero que proceden de la escondida vanidad de los falsos espirituales; de modo parecido ironizaba sobre los que van de una iglesia a otra, o conversadores de sacristía, de un sacerdote para otro, llevados de la curiosidad, pero que nunca se comprometen más allá de adornarse como devotos. Hablan de Dios, de la Iglesia, les gusta parecer y aparecer; pero de ellos podría decirse, con san Felipe, que «llevan su santidad en la suela de los zapatos, de andar de un lugar para otro», y recordar que «el que se entrega a Dios, se entrega a él del todo».
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7. DANTE ALIGHIERI Y SAN FELIPE NERI
PLANTEAR la hipótesis de una relación entre Dante (1265-1321) y san Felipe Neri (1515-1595) puede parecer excesivamente convencional, pero no resulta ni mucho menos inverosímil, aunque el primero pertenezca, en el tiempo, al declive de la baja edad media —que de algún modo sintetiza―, mientras que san Felipe ya está de lleno en el Renacimiento. En todo caso, nunca será ocioso el esfuerzo por enmarcar a nuestro Santo en el contexto histórico y cultural por el que fue influido, en su fisonomía y su espíritu.
Tenemos indicios, y hasta datos, que nos delatan el influjo humanista, a partir especialmente de su florentinidad, a la que nunca renunció, y tres nombres sobre los que vehiculan esas huellas: sobre todo Dante y Petrarca (1304-1374), y también Boccaccio (1313-1375), además de florentinos, creyentes y críticos de la sociedad у de la Iglesia de su tiempo, si bien Felipe no siempre compartiría sus planteamientos, que resolvería a lo divino.
Pero centrémonos en Dante. Hay un detalle, cuya relevancia conviene no exagerar y que sólo podría tener algún interés para un análisis de psicología doméstica, en {15 (111)} la infancia de ambos: nos referimos al paralelo de la orfandad materna en ambos y el haber tenido, cada uno, un hermano y dos hermanas. Mayor importancia tuvo, para uno y otro, aunque no por las mismas razones, el haber sido forzados a abandonar Florencia, il nome del bel fior ch' io sempre invoco e mane a sera. Dante esperaría en vano poder regresar luego de sufrir una injusta pena, la del destierro y de la pobreza, desde que los ciudadanos de la bellísima y famosísima hija de Roma, Florencia, decidiera arrojarme fuera de su dulce seno. Y añade con amargura: Yo he sido como un barco sin vela, arrastrado por el viento seco que levanta la dolorosa pobreza, y vilipendiado (Conv III). La razón de san Felipe, en cambio, no fue política, sino la ruina de su hogar y el deseo de los suyos de proporcionarle mejor porvenir, que la Providencia se encargó de purificar y convertir en espiritual, en vocación a la santidad y amor a la Iglesia, necesitada de reforma, pero a partir de cada cristiano.
Felipe tampoco regresó jamás a Florencia, cuyo nombre asociaba a tristes recuerdos, pero no a menos amor, ya que siguió confesándose siempre natione florentinus, como Dante, y en Roma se movió entre sus connacionales (la familia Caccia, los dominicos de la Minerva, el barrio de vía Giulia, San Juan de los Florentinos...).
El ideal de Dante
EL IDEAL o, mejor dicho, la utopía política de Dante se puede resumir en dos palabras: asegurar que los mortales vivan en PAZ y con LIBERTAD, y lograr, de este modo, la felicidad para todos en la vida presente, mientras caminan hacia la del cielo (conf. Mon 3, XIV), dispuesto todo por la Providencia.
{16 (112)} Pasamos por alto las rivalidades entre güelfos (partidarios del papa) y gibelinos (partidarios del emperador), y aun otras subdivisiones, y nos puede bastar tener en cuenta (prescindiendo de la originaria romanidad, de la que estaban justamente orgullosos los florentinos, y de su historia durante la alta edad media): por un lado la fuerte personalidad de la condesa Matilde, muerta en 1115 y, por otro, el propio Dante. Ambos quisieron siempre para Florencia la paz, la libertad y la prosperidad. La solución güelfa, iniciada por la condesa Matilde, quería, en realidad, lo mismo que la gibelina defendida, dos siglos más tarde, por Dante en su libro Monarchia.
En la lucha contra las investiduras, la condesa Matilde se había puesto de parte del papa (Gregorio VII) y había dejado, a su muerte, bienes y derechos políticos al papado, negando de este modo las pretensiones del emperador. Aunque éste buscó apoyo entre los feudatarios del condado, los ciudadanos florentinos, concienciados en pro de la propia independencia, frustraron los intentos imperiales, con lo cual la ciudad estaba abierta al autogobierno y comenzaba una nueva era a cuya aparición contribuyó la Iglesia, la cual había creado las bases de la madurez política. Y a nadie pudo sorprender que, un día, Jesucristo fuese proclamado Rey del comune o repubblica de la ciudad de Florencia. La invención del régimen comunal no pertenece a los florentinos, pero en Florencia fue donde tuvo su mejor expresión y desarrollo. Los laicos, reunidos en forma parlamentaria, intervenían en la organización eclesiástica, nombraban o confirmaban a sus párrocos, administraban la economía y defendían los intereses eclesiásticos contra los abusos y usurpaciones de los señores feudales circundantes.
El feudalismo había terminado. Además, tuvieron la suerte de ser pastoreados por excelentes obispos, y franciscanos y dominicos completarían la labor en la que les habían precedido los monjes benedictinos de San Miniato sul Monte, que acertaron a transmitir, en amplios sectores de la ciudadanía, el sentido comunitario de la responsabilidad y el amor a la propia ciudad.
El péndulo de la historia
COMO el corazón del hombre, la historia, de la que él es el protagonista, bascula alternativamente de un lado a otro. Las ciudades del centro de Italia ensayaron algunas formas de federación para defenderse mutuamente de la amenaza de absorción y asedio de → {17 (113)} los grandes: imperio o papado. Estas federaciones no tuvieron eficacia, además, porque surgían rivalidades y prepotencia entre ellas mismas.
En realidad, el papado, que es quien estaba más cerca, invadía la autonomía de las ciudades, ya para defenderlas del celo imperial, ya ―las más de las veces― para defenderse a sí mismo. Esto amenazaba y hasta quebraba la paz y recortaba las libertades. Pese a lo cual el progreso de estas ciudades estado no se detenía; pero tal prosperidad, especialmente de Florencia ―el humanismo precede al Renacimiento y éste nace en la ciudad florida a orillas del Arno―, despierta envidias y codicias. Si tuviéramos que usar palabras del papa Pablo VI, diríamos que, en aquel siglo, el manto de la Iglesia se manchó con el lodo recogido por los caminos de este mundo. Además, nada bueno auguraba el influjo prepotente del clero francés y menos la deportación de la corte papal a Aviñón ―L'empia Babilonia ond' è fuggita / ogni vergogna... (Petrarca, Canz 114)—. Dante levanta la voz y, sin olvidar el bien de la Iglesia, pero pensando principalmente en la paz y libertad de naciones, reinos y ciudades, especialmente de su bel fiore, Florencia, postula una clara diferenciación de competencias, que imponga orden y respeto a todos y, entre los años 1310-1314, escribe Monarchia, movido posiblemente por el anuncio de que Enrique VII va a bajar a Italia.
Para salvar la libertad y la paz es preciso que el papado presida el universo de lo espiritual, sin ser interferido, y que un emperador lo haga del universo político, no en el sentido que los Borbones franceses practicaron en casa y luego exportaron fuera, no para construir una unidad uniforme, sino una unión que ordena lo diverso: Las naciones, reinos y ciudades poseen cualidades propias, que conviene regular con leyes diferentes (Mon 1, XIV), dado que el género humano vive tanto mejor cuanto mayor es su libertad (Id 1, XII). Y exclama Dante con el salmista: ¡Cuán bueno y agradable es que los hermanos convivan unidos! (132, 1). Una autoridad justa que acalle las voces de los sembradores de odios y contenga a los vecinos que amenacen la felicidad ciudadana.
Ni que decir que la utopía de Dante necesitaría ser reelaborada, pasados ya siete siglos de su aparición, y, todavía en nuestros días, tropezaría con los escollos permanentes del Derecho internacional, escandalosamente escarnecido cuando no supone un provecho inmediato para quien tenga que custodiarlo o imponerlo. Por desgracia, reconoce el mismo Dante en el Convivio (4, 12) que el rico y poderoso no son {18 (114)} más buenos por su riqueza o su poder, porque la codicia crece con el aumento de la riqueza. Y estos versos de la Comedia: Ahi, Costantin, di quanto mal fu metre, / non la tua conversione, ma queJla dote / che da te prese il primo ricco patre! (Infer  XIX, 115 ... ): ¡Ay, Constantino! ¡De cuántos males fuiste origen, no por tu conversión, sino por aquella dote que de ti recibió el primer papa rico! Dante no desmentía su educación franciscana, aunque también frecuentó Santa Maria Novella, de los dominicos, para estudiar a los clásicos y a santo Tomás, además de la universidad de Bolonia.
Dante era un cristiano sincero Y culto, como demuestra cualquier página de sus obras y la coherencia de su vida. No sólo en su máximo' exponente, la Divina Comedia, totalizadora de su pensamiento, de su juicio y concepto del mundo, de su religiosidad, de su genio poético y de toda su sabiduría y esperanzas. Le siguen el Convivio, Vita Nuova, también en italiano, con otros escritos menos importantes, y Monarchia y De vulgari eloquentia.
Incidencia en san Felipe
PERO no nos olvidemos de nuestro san Felipe, nacido 194 años después de la muerte del príncipe de los poetas italianos y cristianos, y preguntémonos si conoció las ideas de Dante y si acaso leyó o tuvo noticia de la Comedia. La respuesta no puede ser tan explícita como si se tratara de Iacopone da Todi (1230-1306), el más importante poeta cristiano hasta que Dante le superaría consagrando magníficamente el valor literario de la lengua italiana, aunque Petrarca reprochara a Dante el no haber usado la lengua latina para tan gran poema; Boccaccio, en cambio, lo aplaudió, y le valió un cierto grado de conversión espiritual.
No podemos sustraernos, en todos ellos, del común amor a Florencia, a partir del cual surgen las verosímiles conjeturas. Todos los florentinos, gente despierta, activa, austera y creativa, conocían bien su historia y sin ambages juzgaban la inmoralidad de los grandes del mundo y se reían de sí mismos, cuando ocurría, como hacía Boccaccio con descoco, o il pievano Arlotto inocentón y alla buona, preferido por san Felipe.
Del amor y espíritu a su ciudad Felipe se llevó el amor a la libertad, el énfasis de la autonomía de que impregnó su obra; el sentido de lo bello. En Felipe ya no valían ni güelfos ni gibelinos: ni papas políticos ni emperadores demasiado cristianos. Además, junto al recuerdo de las {19 (115)} historias pasadas, y no tan lejanas, que le contarían los suyos ―su padre pudo contemplar la ejecución de Savonarola, en 1498— podía juntar el gran escándalo de todos los florentinos, cuando en Bolonia, en 1529 ―Felipe tenía catorce años―, los dos poderes temidos y en lucha hasta entonces se avenían para sofocar a Florencia: Carlos V era coronado emperador por el papa Clemente VII, y sus dos hijos bastardos respectivos (Margarita y Lorenzo) se unían en matrimonio y señorearían Florencia. Era la total claudicación del papa ante el emperador, que establecía fortificaciones cerca de la ciudad para disuadir cualquier intento de resistencia o rebelión, si no hubiese bastado ya el precedente saqueo de Roma por las tropas alemanas capitaneadas por Frundsberg ―Carlos V no se fio de mandar soldados españoles para tal menester―, que asedió al papa, encerrado en el Castel Sant'Angelo mientras la soldadesca profanaba San Pedro. Se prometió una pacificación para Florencia, a cambio de la rendición, y no se cumplió, porque hubo condenas a muerte, deportaciones, confiscación de bienes, y días y noches de terror. Felipe era apenas un adolescente. Poco más tarde abandonaría Florencia, como es sabido, camino de San Germán; al pasar por Roma pudo contemplar los estragos del saqueo. Lleno de tristezas llegó a la casa de sus parientes, en San Germán, dejando muy atrás su amada y hermosa ciudad humillada por tantas desventuras políticas. Era la hora de los imperios, y ni la estrenua y piadosa condesa Matilde, ni la opuesta utopía de Dante, ni el espiritualismo de Savonarola, ni la astucia realista de Machiavelli habían servido para salvar para siempre el ideal de libertad florentino y la seguridad de la paz. El último, Machiavelli, murió olvidado, pero sirvió sólo a los poderosos de siempre y dio paso, con Hegel, a la razón de estado y a los absolutismos, hasta la contradicción de encubrir los abusos y violencias con el nombre cristiano, denunciado ya por Dante en el Infierno (XXII, 85...), cuando señala a los nuevos fariseos.
A pesar de todo, Florencia había repetido el milagro de la antigua Grecia, todavía no multiplicado de nuevo.
La lectura pública de la Divina Comedia
EN 1472, es decir, más de cuarenta años antes de que naciese san Felipe, ya circulaba la Divina Comedia impresa. Pero es que {20 (118)} hacía más de un siglo (en 1351) que el Comune fiorentino había encargado a Boccaccio el comentario, en lectura pública, de la obra de Dante. En Florencia pasó Boccaccio el resto de su vida, hasta la muerte que ocurrió en 1375. Acabó siendo un auténtico especialista sobre Dante, de quien escribió la primera biografía.
Esta lectura pública comentada no constituía ninguna novedad sorprendente; pues en otras ciudades y especialmente en Florencia, se tenían en las iglesias una especie de catequesis de adultos en las que se explicaban los resúmenes enciclopédicos de los saberes escolásticos, con el propósito de racionalizar o sistematizar la exposición de las enseñanzas de la Iglesia. Se hizo con el Convivio y con otros libros de ciencia compuestos en rima, durante el siglo XIV, y también con la Divina Comedia, tomada como poema didáctico, estrictamente tomista, rico en referencias históricas conocidas, al alcance de los florentinos de mediana cultura, como conviene considerar al mismo padre de Felipe, o al Maestro Chimenti, en su primera escuela de niño, y no digamos a los dominicos de San Marcos. Esas lecturas comentadas que se tenían en las iglesias florentinas, tendrían que ver con i ragionamenti sul libro, propio de las primeras reuniones del Oratorio.
San Felipe poeta
PERO hay más. Felipe, por lo menos en su juventud, componía poesías, en las que descubrimos las huellas del dolce stil nuovo, que contrasta con la voluntaria ingenuidad franciscana, preferida por él, de Iacopone da Todi. El dolce stil nuovo cristaliza en Petrarca, poeta exquisito, platónico, crítico de Dante, pero admirándole hasta la emulación; podría establecerse un cierto paralelismo entre los dos, en más de un aspecto. Petrarca representa una cima en la literatura italiana, pero no adquiere la cósmica grandeza humana y divina de la Comedia de Dante; su Canzoniere, especialmente los sonetos, siguen siendo un modelo de perfección y armonía conceptual y formal. Felipe, sin duda quiso imitarle a lo divino. ¡Lástima que nuestro Santo mandara quemar sus papeles y poesías antes de morir! Sin embargo, las pocas que se salvaron nos bastan para nuestra tesis que podemos apoyar en uno de los sonetos ciertamente perteneciente a la pluma de Felipe, aquel que comienza Se l'anima ha da Dio l'esser perfetto... El estilo es petrarquiano, pero el último terceto se remonta a las estrellas {21 (117)} ―calcar le stelle―, como Dante al final de cada uno de los últimos cantos del Infierno, Purgatorio y Paraíso, en la Divina Comedia.
Hay también una jaculatoria, la primera que los biógrafos de Felipe Neri ponen en la lista de sus preferidas, porque decía el Santo que resumía toda la grandeza de María, a pesar de su brevísimo enunciado ―«¡Virgen y Madre, Virgen y Madre!»— que es la invocación con la cual Dante inicia el último canto de su obra:
«Vergine madre, figlia del tuo figlio,
umile e alta più che creatura,
termine fisso d' eterno consiglio,
tu se' colei che l' umana natura
nobilitasti sì che 'l suo fattore
non disdegnò di farsi sua fattura».
Petrarca también termina su Canzoniere con su célebre canción de alabanza a María: «Vergine bella... figlia e madre...» ¿Lo tomaría de Dante?
Alguien que, como Felipe, se atreviera a escribir sonetos, no podía desconocer a estos poetas.
Se ha dicho que, si Dante hubiese conocido a san Felipe Neri, habría reunido para él, las dos alabanzas que en el Paraíso (XI 38-40) dedica respectivamente a san Francisco y a santo Domingo:
«L'un fu serafico in ardore;
l'altro per sapienza in terra fue
di cherubirica luce uno splendore».
La literatura y las artes se proponen expresar las disposiciones naturales del hombre, sus problemas, sus tentativas por conocerse mejor a sí mismo y al mundo y por superarse; ponen todo su interés en descubrir la situación del hombre en la historia y en todo el universo, en presentar claramente las miserias y alegrías de los hombres, sus necesidades y recursos, y en bosquejar un mejor porvenir a la humanidad.
Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza.
Vaticano II, GS, 62; Mensaje a los artistas, 4
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8. III Centenario del Oratorio de Alcalá de Henares
EL DÍA 4 de noviembre de 1694 se fundaba el Oratorio de Alcalá de Henares, después de laboriosas gestiones llevadas a feliz término por don Martín de Bonilla y Echeverría. Puede decirse que este Oratorio nacía del espíritu de la «Escuela de Cristo» establecida en Madrid (1658), en la cual Bonilla había sido muy próximo colabora dor con el venerable Juan de Palafox y Mendoza (conf. «Laus», nº 225, nov. 1985). Entre las bien fundadas razones alegadas por don Martín de Bonilla, incluidas en el memorial que acompañaba su petición, indicaba que Alcalá era una ciudad universitaria a la que acudían muchos profesores y estudiantes. En realidad, entre los primeros miembros del Oratorio complutense, que merecen ser nombrados, figuran el P. Francisco Burgalés, constructor de la iglesia, el P. José Martínez Manibardo, impulsor de su rica biblioteca (que conserva incunables y que fue predilecto lugar de retiro y estudio de don Miguel de Unamuno), y el P. Francisco Blas Pulgarón y Casas, a quien se debe la construcción de la residencia de la comunidad; todos ellos eran profesores de la Universidad de Alcalá. Entre sus más recientes miembros no podemos omitir al benemérito P. Juan José Lacanda y Zalvidegoitia, muy popular y tenido por santo por cuantos le conocieron.
La celebración de este III Centenario se anticipó al 26 de mayo de este año en curso, solemnidad de N.
P. S. Felipe Neri, en la que presidió la Eucaristía el primer obispo de la recién creada ―o "recreada"— diócesis de Alcalá de Henares, mons.
Manuel Ureña y Pastor, quien además bendijo una hermosa imagen del Santo, esculpida en piedra, y colocada en la apuesta hornacina del muro principal de la iglesia del Oratorio, cara a la plaza ahora llamada del Padre Lacanda.
Se inauguró, además, una exposición y el Museo estable con el Patrimonio Artístico del Oratorio. Este III Centenario también ha sido motivo para otras restauraciones de la casa e iglesia, en las que se ha empleado el buen gusto y la diligencia de su actual Prepósito, el M.
R. P. Jacobo Bolek.
Ad multos annos!