Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 299. MARZO-ABRIL. Año 1995
0. SUMARIO
TODO verdadero crecimiento espiritual, en el hombre de fe, no se basa en la insistencia, en el esfuerzo reiterado, sino en el renacimiento, desde el fondo del alma. Vivir es nacer continuamente; no es repetir, sino profundizar. Suele sepultar el primer intento de acercarnos a la Verdad de Dios, el polvo de la superficialidad humana. No son las vibraciones emotivas, sino la pureza la que convierte en energía el enamoramiento del Bien, como absoluto.
ORACIÓN DEL IV CENTENARIO
IR O VENIR
LA PROVIDENCIA EN EL BEATO JOSÉ VAZ
AÑO DE BENDICIONES
SIGNIFICADO DE LA «VIDA APOSTÓLICA»
EL PADRE JOSÉ VAZ
EL ORATORIO DE GOA
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1. Tiempo de oración: ORACIÓN DEL IV CENTENARIO DE S. FELIPE NERI
Oh Dios, Padre nuestro omnipotente,
que has querido reflejar tu paternidad
en el ejemplo de bondad y sabiduría con que san Felipe
guiaba a los más jóvenes hacia la responsabilidad
de la edad adulta:
concédenos el espíritu de sana alegría
y prudencia sobrenatural,
que es fuente de esperanza cristiana
y lleva a la plenitud de la vida contigo.
Oh Jesús, ungido Hijo de Dios,
que fuiste amado con amor inmenso por san Felipe,
y el único que merece el amor de todos los hombres:
concédenos que también nosotros sepamos descender
hasta comprender las inquietudes de este mundo,
proyectando en él nuestra fe,
y evitar que jamás nos convirtamos en sal insípida
que merezca ser rechazada fuera por los hombres.
Oh Espíritu Santo, que inflamaste con tu fuego
el corazón de san Felipe, todavía joven:
ven y libéranos de nuestras tristezas,
de nuestro egoísmo,
del frío e indiferencia del mundo,
y dilata nuestro corazón
para que sea capaz de compadecer y remediar
todas las pobrezas y miserias de los hombres.
Amén.
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2. Ir o venir
UN INQUIRIDOR que ha escrito un libro sobre la fe de los hombres de nuestros días, después de interrogar a muchos, ha llegado a la conclusión de que «son poquísimos, entre los mayores de cuarenta años, que se profesan ateos». Entre los más jóvenes las estadísticas son otras: tal vez porque, para ellos, la vida es sentida como una capacidad sin límite y, además, porque hayan sido educados para un hedonismo que, sin negar en principio la primacía de los valores espirituales, han permanecido y crecido, buen número de ellos, rodeados de un materialismo práctico y protegidos por las mismas personas mayores que tímidamente les seguían recordando, de todos modos, la verdad teórica y moderadamente útil de la existencia de Dios, aunque en realidad les preparaban para un cielo que era el de la tierra. Lo que trascendiera la dimensión temporal había que dejarlo como un atenuante para la fatalidad innominada de la "muerte, tan temida", que la precariedad de la fe no salvaba de la absurdidad.
A pesar de ello, comprobable cuando se ausculta el pensamiento de los jóvenes más despiertos y reflexivos, no faltan filósofos contemporáneos y honestos que, incluso desde el agnosticismo, señalan que estamos en vísperas de amanecer a una época que volverá a ser "religiosa" y capaz, por lo tanto, de iluminar las obscuridades y vacilaciones en las que muchos ahora se debaten, ya en vísperas del albor que consolara a todos para superar los escollos que atrancan esas angustias post-modernas.
En realidad, sobre los males del tiempo, la humanidad está sintiendo el escozor de una piel que debe restañar, en los creyentes, las heridas de una fe que ha de purificarse o re-espiritualizarse; una fe en la que los que creemos en Dios y su Hijo Jesucristo invirtamos el sentido accidental y adjetivado con que la hemos considerado, y pidamos de veras a Dios y queramos sinceramente que se haga substancia en nuestra vida, no solamente ceñida al tiempo ―que no podemos evitar, pero que no queremos limitar―. Una fe que supere la teoría y se haga levadura vital del ser y el vivir, y no desde un posicionamiento negativo y defensivo de Dios y la preocupación del pecado, sino desde lo positivo, generoso y entusiasmador de una gratitud dirigida a Dios, por {3 (27)} la vida y la esperanza que él nos ha dado, que va más allá de las realidades tangibles, a las que, tal vez, nos hemos pegado en exceso pervirtiendo la religiosidad para que Dios "colabore" con nuestros deseos y apetencias terrenales, en vez de espiritualizarlas ―no en la mera búsqueda de legitimaciones farisaicas, tasa das y defensivas―, para superar la glotonería del gozo inmediato y avaro, que posterga la bienaventuranza prometida para el Reino, lo más remotamente posible.
El secreto de la espiritualización es posible que resida en un cambio de óptica, y nos ayude a ver más de lejos, sin detenernos avariciosamente en lo fácil y próximo.
Aun en el caso de no olvidarnos de Dios, podemos limitarnos a otear el horizonte de la eternidad, desde la lejanía de una esperanza solamente teórica, casi inútil para una verdadera vida de fe de bautizado. Lo correcto sería no cubrir de ceniza el rescoldo de vida en Dios que recibimos en el Bautismo para que, «una nueva vida» recibida y venida de Dios, alentada por la oración y los sacramentos, diera otro sentido a nuestra existencia. Venimos de Dios; solamente vamos a él, en la medida de que de él venimos ya. Para el creyente, el tiempo ya está en la eternidad, porque la redención lo inscribe en Dios, en el ámbito de ese Reino en el que confesamos creer.
Tal vez nos hemos atrevido poco a decir las cosas enteras y hemos rebajado a límites de saldo, no ya las exigencias, sino más bien los ideales, es decir, la fe y la esperanza, y por esto la fe que abanderamos no despierta entusiasmo, y nos detenemos en lo inmediato de los gozos fáciles, relegando toda la grandeza a la que Cristo nos ha introducido. Sin una buena dosis de austeridad, sin enriquecernos de Dios, la sola moral defensiva, no cambiará el sentido de nuestras vidas ni redimirá a la humanidad de egoísmos, envidias y odios. La paz que logren los mezquinos, será la de la miserable impotencia e incapacidad de amar a la que no supieron despertar el alma, y seguirán esclavos del propio engaño porque no quisieron la libertad que solamente da la verdad de los redimidos, que ven la vida, «como viniendo de Dios».
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3. El Oratorio: La Providencia en el beato José Vaz, C. O.
JUAN PABLO II destacaba la importancia que tienen los primeros santos y beatos de un país en los caminos que la Providencia señala para sus futuras generaciones. En su último viaje a Extremo Oriente, procedió a la beatificación de Peter To Rot en Papúa Nueva Guinea, padre de familia, catequista y mártir, la de Mary MacKillop, religiosa y primera beata de Australia, y la del padre oratoriano José Vaz en Sri Lanka (Ceilán). Cuando éste llegó a Sri Lanka, dice el papa, se encontró con una Iglesia joven que corría el peligro de diluirse y perder su vinculación apostólica; pero el padre Vaz supo hacer frente a este peligro y por eso se le considera el apóstol que dio nuevo impulso a la Iglesia de aquella tierra.
«El entusiasmo que mostró aquella comunidad tiene mucho que decir a las Iglesias antiguas del continente europeo». La Providencia suele reservar a los humildes de corazón para aleccionar a los más cultos y ricos.
Seguramente fue por su humildad por lo que el padre Vaz fue conducido providencialmente en su apostolado, tan fecundo. El padre Jacome Gonçalvez, uno de los más próximos colaboradores del padre Vaz en la Misión Oratoriana de Ceilán y hombre notable por los trabajos de traducción del Nuevo Testamento al singalés y otra literatura cristiana, decía que el padre Vaz «no se fiaba de su propio parecer, sino que miraba a Dios en todas las cosas» y, con humildad sobrenatural, no dudaba en pedir consejo, incluso a los menos ilustrados, pero de limpieza de intenciones. Se parecía a san Felipe Neri, dice el mismo padre Jacome, en la « mortificación de la racional», es decir, que no dudaba en renunciar al propio parecer y se abandonaba a la voluntad de Dios, manifestada {5 (29)} El Oratorio providencialmente en los acontecimientos y el parecer de los buenos hermanos.
Cuando a poco de ser ordenado presbítero en Goa propuso a la autoridad patriarcal el proyecto de una misión en Ceilán, no obtuvo una respuesta favorable, pero aceptó ser enviado a la región de Kanará. Pronto pudo entender que esta experiencia imprevista se incluía en los planes de la Providencia, como preparación para el ulterior apostolado en Ceilán, donde las dificultades iban a ser mucho mayores.
Pero antes de ir a Ceilán, fue preciso que regresara a Goa, donde descubrió que Dios le ponía en contacto con un pequeño grupo de clérigos que deseaban llevar una vida de oración y apostolado. Después de un ensayo de vida común, aunque sin dar una fisonomía concreta al experimento, recibe consejo de un santo varón, el padre Antonio Ventimiglia (más tarde Vicario apostólico de Borneo y mártir), quien le propone la fundación del Oratorio en Goa. El padre Vaz lo comunica a sus hermanos de comunidad y deciden recabar información más completa al Oratorio de Lisboa y, sucesivamente, inicia su vida la nueva Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de Goa.
Se trataba de una fundación relativamente singular, porque no procedía de misioneros llegados de la metrópoli europea, sino compuesta por naturales del país, embebidos en la misma cultura del lugar, reunidos en una experiencia de vida para siempre y con la óptica de su proyección misionera.
Ellos iban a hacer lo que estaba prohibido a extranjeros y lo que, por otra parte, los sacerdotes diocesanos no habían podido llevar a cabo por carecer de apoyo institucional suficiente. Como si el cielo quisiera bendecir visiblemente el haber aceptado el consejo del venerable Antonio Ventimiglia, el padre Vaz recibió, en la comunidad oratoriana recién creada, a tres sobrinos suyos, quienes debieron renunciar, antes, a una situación familiar acomodada.
Fue providencial, también, la relación del padre Vaz con los padres de la Compañía de Jesús, de quienes había sido alumno en Goa.
Éstos le defendieron siempre, lo mismo que al Oratorio de Goa, frente a las autoridades portuguesas. Como es sabido, los colonizadores, tanto los españoles en América como los portugueses en Brasil y en Asia, estaban de acuerdo con llevar consigo a misioneros, con tal que respondieran a sus intereses político-estratégicos. Las autoridades {6 (30)} religiosas de Goa, en realidad, dependían de las políticas de los colonizadores, los cuales no se fiaban de aquellos "nativos" difíciles de controlar. Los demás misioneros procedentes de Europa ya habían sido tamizados a través del control de los reyes de España, para las posesiones españolas, o de Portugal para las portuguesas. Los proyectos misioneros de la Santa Sede para las recientes regiones "nuevas" del mundo eran siempre revisadas por el poder político de los reyes conquistadores, aunque "católicos". En esta situación, los padres jesuitas fueron valedores del naciente Oratorio de Goa y del padre Vaz ante las autoridades portuguesas, lo cual no pudo evitar, sin embargo, que la fundación canónica del Oratorio se retrasara allí por más de diez años.
No se desanimaba el padre Vaz y la falta de misioneros, o la restricción del gobierno a poder llevar más a Ceilán (en Goa había suficientes), le llevó a confiar en los seglares, algunos de los cuales mantenían la fe desde los tiempos de san Francisco Javier: eran los llamados muppu ("ancianos" o presidentes laicos de las comunidades) y los annavi (que actuaban como lectores, catequistas y sacristanes). El padre Vaz extendió estos ministerios a toda la Misión mientras {7 (31)} que, por una parte, les alentaba en su cometido y también les pedía consejo con toda sencillez.
Ya en las puertas de la muerte, acaecida en Kandy, el 16 de enero de 1711, los demás padres de la Misión Oratoriana le pedían que se acordara de ellos en el cielo; pero él replicaba que se consideraba como nada e incapaz de hacer nada. En cambio les recomendaba: «Vivid de acuerdo con las inspiraciones de Dios y atended a los buenos consejos de los demás padres. Es así como yo he podido evitar equivocarme».
Desconfiaba de sí mismo, pero su conciencia recta descubría los signos de la Providencia divina, y se hacía providencia y signo de la fe para muchos.
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4. Año de bendiciones
ESTE AÑO de 1995, en el que los oratorianos celebramos el IV Centenario de nuestro Padre y Fundador san Felipe Neri, no solamente nos confirma en la vigencia del ideal de santificación y apostolado que su obra, el Oratorio, aportó a la Iglesia, sino que nos pide gratitud a la Providencia por las incesantes bendiciones con que nos conforta y consuela.
Con este espíritu se han programado diversas manifestaciones y actos en las casas y ambientes filipenses. Sin duda que las más notables se celebran en Roma, cuyo patrocinio espiritual san Felipe comparte con los apóstoles Pedro y Pablo, y allí tiene su sepulcro, en la iglesia de la Vallicella, sede del Oratorio romano.
Habrá cursos de espiritualidad relativos a la figura de Felipe, gran conocedor y guía de almas. También, en el palacio de Venecia, exposiciones iconográficas para mostrar las formas como el arte quiso plasmar a este Santo. En la Biblioteca Vallicelliana se exhiben libros y documentos que, en actos académicos, ilustrarán las conferencias de especialistas y estudiosos. No podrán faltar los conciertos musicales para interpretar a los maestros clásicos y modernos que recogieron la inspiración filipense y compusieron e inmortalizaron su nombre en las piezas de "oratorios musicales". Finalmente, en la festividad del 26 de mayo, el Papa cerrará este IV Centenario de san Felipe, con la celebración de la Eucaristía en el Oratorio de Roma.
Pero, con todo ello, nosotros queremos destacar tres regalos de la Providencia, como bendiciones singulares {9 (33)} de este año especialmente "santo" para los filipenses. La primera fue la beatificación del padre José Vaz, el pasado enero, sobre el que nos referimos, en estas mismas páginas. Con él se añade un nombre muy significativo al santoral del Oratorio.
Otra bendición consoladora, y no la menor de todas, es la previsión de varias ordenaciones sacerdotales en Europa y América, para seguir la labor de san Felipe.
Y otra alegría la constituye la próxima fundación de un nuevo Oratorio, verdaderamente misionero, en la periferia de la ciudad más populosa del mundo, México D. F. Este Oratorio, que la Santa Sede erige en este mismo mes de marzo, ha añadido a su nombre el de Nuestra Señora de la Paz, para distinguirse de los otros tres que le preceden, en la constelación (Profesa, San Pablo y Tlalnepantla) que forman nuestras casas en aquel conglomerado humano de más de 22 millones de habitantes.
Esta inauguración será de especial alegría para todos nuestros hermanos mexicanos, pero en particular para el Oratorio de San Pablo Tepetlapa que, muy de cerca, ha podido fomentarla.
A todos un gran abrazo fraternal, con la esperanza de más bendiciones en el Señor.
La bendición de Newman para el Oratorio.
Queridos Padres, seremos bendecidos si aprendemos, desde ahora mismo, a vivir en presencia de los ángeles y los santos, cuyo destino es ser compañeros nuestros en la eternidad. Ya nos alcanza esta bendición si conversamos habitualmente: con Jesús, María y José; con los Apóstoles, los Mártires y los grandes Padres de la Iglesia primitiva: Sebastián, Lorenzo, Cecilia; Atanasio, Ambrosio, Agustín; con san Felipe, de quien somos hijos; con nuestros Ángeles Custodios y nuestros Santos Patronos. Seremos bendecidos si no nos preocupamos de lo que los hombres piensan de nosotros; aunque deseamos que su menosprecio no les estimule a cometer ninguna injusticia contra nuestra Comunidad, ni que el falso concepto que de nosotros se formen se convierta en obstáculo para que ellos vuelvan a Dios.
J. H. Newman, OS, n. 12, p. 243 (18.1. 1850).
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5. El Oratorio: Los nombres del seguimiento de Cristo en el Oratorio. SIGNIFICADO DE LA «VIDA APOSTÓLICA»
LA DIVERSIDAD de nombres aplicados al "seguimiento de Cristo" muestra la dificultad de acertar en una definición lo menos metafórica posible. Si lo llamamos vida "angélica" parece que nos salimos de lo humano; si vida "evangélica", resulta más plausible, pero no podemos monopolizar el mensaje del Evangelio, que es para todos; si vida "religiosa", aparece demasiado genérico; incluso vida "consagrada", que es la denominación canónica, obliga a tomar el adjetivo en sentido amplio, o ceñirlo al significado de "dedicación". En la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, celebrada en Roma en octubre del pasado año 1994, dedicada precisamente a la "vida consagrada" o "religiosa", se ha evitado abordar el tema de una definición. Quedan pues los nombres para una referencia convencional a un "estado jurídico" que acoge a una porción de los hijos de la Iglesia, como "pueblo de Dios", y que esta regula, cuida y defiende porque «pertenece a su propia vida y santidad» (c. 574).
Lo que se dice una definición no la encontraríamos ni siquiera en los textos bíblicos ni en las palabras del Señor.
Podemos, sí, contemplar hechos, meditar sobre llamamientos y decisiones, en Jesús, el Hijo de Dios, y en los discípulos que le acompañaron más de cerca; podemos, incluso, recoger el consuelo de las bendiciones del Señor, y oír, casi, el {12 (38)} aplauso apocalíptico del cielo, para quienes lo siguieran en todos sus caminos. Ya es mucho; pero nada más. 3333 La entrega de por vida al Señor es un hecho continuo, que impregna toda la persona, sin que la fuerza de la decisión pueda agotarse en un solo acto. Los primeros cristianos lo pudieron entrever como una disponibilidad para un testimonio evangélico total, refrendado por el martirio posible y nunca rechazado, que padecieron casi todos los apóstoles y varios de los cristianos más próximos a ellos, en la primera generación de la Iglesia. No estaba prohibido huir de las circunstancias que podían acarrear el martirio, pero, llegada la ocasión, ningún cristiano podía dejar de confesar a Cristo, aunque este testimonio de la fe ("martirio") le acarrease la muerte. Orígenes, hijo del mártir san Leónidas, decía a principios del s. III, en una época de calma persecutoria: «Entonces éramos de verdad fieles, cuando el martirio llamaba a la puerta desde que nacíamos en la Iglesia». La fortaleza de los mártires no era una improvisación. El mismo Orígenes exhorta a prepararse ascéticamente ante la eventualidad de esta suprema prueba.
Y, antes que él, Tertuliano lo hacía en el s. II. Y también el mártir san Cipriano, y otros. El martirio era considerado como una "vocación", que no tenía que ser temerariamente provocada, pero sí aceptada por los que fuesen llamados a {13 (37)} ella por el Señor, en estrecha comunión de vida y muerte, a modo de cristificación, como el primer mártir Esteban, у los sucesivos.
Los cimientos
PUEDE fundadamente decirse que, una vez cesadas las persecuciones, de la tensión ascética que su probabilidad había creado en muchos, surgió esta otra forma de testimonio ("martirio") o identificación o "sequela Christi", como germen de lo que luego recibiría diferentes nombres, el primero de los cuales fue el de "vida apostólica", para significar no solamente el seguimiento e imitación de Cristo, sino el de aquel pequeño grupo, "los doce", que él llamó y comprometió como "portadores de su mensaje" neotestamentario. La introducción de la constitución apostólica «Provida Mater Ecclesia», de Pío XII (2 de febrero de 1947), al aludir a la ampliación del "estado de perfección", se refiere a «la doctrina y los ejemplos de Cristo у de los Apóstoles» y a «la buena tierra de los primeros tiempos de las comunidades cristianas, que ofrecían espontáneamente la posibilidad de tan buenos frutos evangélicos». Si tuviéramos que volver los ojos hacia los orígenes de la primera profesión de vida totalmente entregada a Dios, deberíamos, sin duda, recuperar aquellas palabras del apóstol san Pedro a Jesús: «He aquí que nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido» (Mt 19, 27).
Habrá más santos, y piadosos "fundadores", muchos de ellos también santos, que se sentirán inspirados para crear nuevas formas de seguimiento de Cristo, cuyo contenido, en todo caso, reflejará siempre la sustancia de la originalidad apostólica. Será preciso tener en cuenta estas obras, tanto {14 (38)} más santas cuanto más fieles a aquella raíz primigenia.
Constituirán un enriquecimiento surgido de la fecundidad de la Iglesia y de las maravillas de la gracia y su diversidad carismática, como derivaciones y memoria del principal y original "cimiento" de los Apóstoles, en el cual Cristo es la piedra angular (conf. Ef 2, 20).
En las sucesivas crisis a que será sometida la Iglesia, a lo largo de la historia, no faltarán reacciones proféticas que volverán los ojos a los tiempos apostólicos y a las primeras comunidades, para hacer actual el Evangelio, una vez más, y comenzarán a llamar "vida apostólica" a la vida comunitaria inspirada en el ejemplo de los apóstoles con el Señor, prolongada en la Iglesia.
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El fervor renacido
LEEMOS en Casiano (360-435) que, «Después de la muerte de los apóstoles, muchos fieles comenzaron a relajarse, e incluso los propios jefes de la Iglesia abandonaron la primera austeridad, pero aquellos en quienes se mantenía aún el fervor de los apóstoles, se pusieron a practicar lo que recordaban que había sido instituido por ellos» (Coll.
XVIII, 5, 2-3). Casiano resume lo que fue la espiritualidad comunitaria de los primeros cuatro siglos, e influirá en los posteriores, principalmente en s. Benito (480-543). San Agustín (354-430), por su parte, convertirá su residencia episcopal en un verdadero monasterio; ideal que imitarán otros obispos, aunque posteriormente se perderá. En Occidente, la evolución de la vida comunitaria o, por mejor decir, la que ya se llamaba "vida apostólica", será siempre tributaria de las Reglas de s. Benito y s. Agustín.
Edad Media y Renacimiento
EN PLENA Edad Media, los grandes papas reformadores, como Alejandro II, Gregorio VII y Urbano II se refieren explícitamente a este concepto de "vida apostólica" como la original de las primeras comunidades. En concreto, s. Gregorio VII dice a quienes ahora llamaríamos "religiosos" que «les impone el precepto de dedicar todas sus fuerzas para regresar a la vida apostólica, es decir, a la vida en común para alcanzar la perfección y merecer, de este modo, ser inscritos en la patria celestial, junto a quienes se les ha prometido recibir el ciento por uno».
No se teoriza, todavía, sobre los llamados "consejos evangélicos" ni se juridizan los votos. La vida común a que se alude consiste en vivir "sine proprio"; sus pilares son la estabilidad, la obediencia y la conversión. La inspiración neotestamentaria la ofrecen estos pasajes del libro de los Hechos de los Apóstoles: 2, 42-47, y 4, 32-35.
Mientras tanto surge, en la Edad Media, un movimiento expansivo y evangelizador protagonizado por las órdenes mendicantes, como si las circunstancias de las crisis históricas forzaran a recordar el precepto de la misión, contenido en Mt 10,5-15, Mc 6, 7 y 13, y, más explícitamente, en Lc 10, 2-12. Este impulso de vuelta al Evangelio {16 (40)} adquirirá una gran dimensión frente a la ruptura protestante y los descubrimientos geográficos, todo lo cual plantea el reto de revisar, repetir o renovar el mandato evangelizador de Cristo: la respuesta serán las fundaciones del Renacimiento, muy particularmente de la Compañía de Jesús y, más modestamente, la obra de san Felipe Neri, el Oratorio, de significación bastante específica.
La actividad misionera, la enseñanza, la beneficencia ―al fin y al cabo "obras de misericordia", que exigen, a veces, verdadero heroísmo―, refuerzan el aspecto "activo" de la llamada vida apostólica, al punto que, por "apostolado" se llega a entender acción y obras de proyección exterior, en contraste con la vida de oración y contemplativa. Sin duda se ha exagerado al contraponer acción y contemplación en el intento de clasificar las diferentes formas de seguimiento de Cristo.
Acción y oración
RESULTARÍA evangélicamente discordante imaginar una oposición entre lo que se ha llamado vida activa y vida contemplativa. Es siempre arriesgado reducir a sistema las múltiples manifestaciones de los dones de Dios a su Iglesia, por más que revista alguna utilidad recurrir a términos convencionales, con tal que no pretendamos absolutizar ni agotar en ellos el contenido imposible de manipular de la acción de Dios, siempre libre. Podemos distinguir, en nuestros tiempos, una acepción de la "vida apostólica", como expresiva de "apostolado" en oposición a "contemplación". Junto a la expansión misionera ha podido contribuir a ello la organización de actividades, en las que prevalece la acción ―p.ej. la "Acción católica"―, las obras externas en las que "actividad" es sinónimo de "apostolado", si no siempre en aquellos que las organizan y dirigen, sí, por lo menos, en muchos de los que se enrolan en ellas. De ahí al activismo no hay más que un paso.
También contribuye a esta urgencia por la "acción", el impulso legítimo a defenderse de los ataques contra la Iglesia, y la tentación a descender a utilizar los medios que usan quienes la combaten.
Precipitarse por este camino sería desnaturalizar el carácter de la "misión" apostólica, por falta de verdadera fe en el intento. El espíritu de cruzada todavía seduce a muchos. Esta constatación también confirma la necesidad de integrar, y no oponer, ambos elementos:
{17 (40)} acción y contemplación. Tan espuria será una actividad que no se inspire en el verdadero amor a Dios y en la oración, como una contemplación encerrada en sí misma sin proyección de celo por la gloria del Señor y de caridad diligente hacia los demás.
EI Oratorio
DICHO lo que precede, nos complace, a los Oratorianos, que en la actual clasificación canónica de las formas de seguimiento de Cristo, salida del Concilio Vaticano II y especificada en el Código de Derecho Canónico, de 1983, se haya eliminado la denominación de «Sociedades de vida común sin votos», que podía inducir a considerar tales Sociedades como entidades de vida y finalidad espiritual incompleta, y se llamen, en adelante, «Sociedades de vida apostólica» dentro del espectro multicolor con que el nuevo Código clasifica las formas de "vida consagrada", como en él se denomina a la diversidad o modalidades del seguimiento de Cristo. Solamente haríamos un matiz en la definición que de tales sociedades se hace en el c. 731: que «el fin apostólico propio de la sociedad» no se limita a las "actividades" y obras externas como especificación de la propia entidad; sino dando al adjetivo "apostólico" el sentido de la originalidad neotestamentaria y de los primeros siglos de dedicación total a Dios, en comunidad fraterna.
El Oratorio es una «Sociedad de vida apostólica»: la más propia y genuina denominación que nos podía caber en suerte.
«Lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
El sentido de estas palabras de Pedro al Señor (Mt 19, 27), lo descubría san Antonio, en el s. III, cuando contaba dieciocho años, y habían muerto sus padres, aunque gozaba de muy buena situación económica. Nos lo cuenta san Atanasio, más tarde amigo y discípulo del santo.
Se dirigía Antonio a participar en la eucaristía, con el pensamiento puesto en los apóstoles, que lo habían dejado todo para seguir al Señor, y recordaba también a los primeros cristianos que vendían sus propiedades para socorrer a los necesitados, mientras «ellos tenían tan grande esperanza en el cielo». Con estos pensamientos oyó la proclamación del Evangelio en aquel punto en que Jesús decía al joven rico: «Si quieres ser perfecto, ve y vende todos tus bienes y dalos a los pobres; después vente conmigo y sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo» (Mt 19, 21). Y Antonio siguió la inspiración divina, para imitar a los Apóstoles.
La primera comunidad cristiana.
La Congregación imita a la primitiva comunidad, de modo que su fuerza y su espíritu propio no se hacen consistir en la multitud de miembros, sino en el conocimiento mutuo entre éstos, en la reverencia que se profesan y en el verdadero vínculo de amor por el que se unen y conviven entre sí quienes son de la misma familia.
(CONST. DEL ORATORIO, nº 11)
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6. El Oratorio: El padre José Vaz fundador del Oratorio de Goa y apóstol de Sri Lanka (Ceilán)
De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación, en Colombo, el 21 de enero de 1995.
«¡QUE TODAS las gentes y todos los pueblos alaben al Señor!» (Sal 117, 1).
Queridos hermanos y hermanas de Sri Lanka: Desde el comienzo de mi pontificado, cada vez que he tenido ocasión de reunirme con vuestros obispos, éstos me han manifestado vuestro gran deseo de ver pronto al padre Vaz, elevado al honor de los altares. Hoy, el padre José Vaz, el apóstol de Sri Lanka ha sido proclamado beato entre los que se encuentran en el paraíso, considerado justamente como el segundo fundador de la Iglesia de vuestro país.
Fue un gran misionero, perteneciente a una ininterrumpida serie de valientes mensajeros del Evangelio, y verdadero heredero de san Francisco Javier. El padre Vaz fue también un auténtico hijo de su nativa Goa, que se distinguió por sus profundas tradiciones cristianas y misioneras. Era hijo de Asia y se llegó a convertir en misionero de Asia.
¿Quién era el padre Vaz, y qué le impulsó a venir a Sri Lanka? El padre Vaz se comprometió a seguir el camino trazado por su Divino Maestro. También él había sido enviado por Dios para proclamar «un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz».
Respondiendo a la llamada del Espíritu Santo, dejó su tierra para venir a este país donde la Iglesia no había tenido sacerdotes durante más de tres decenios. Vino en absoluta pobreza y vivió como un mendigo, guiado sólo por el deseo de llevar a las gentes a Cristo. Se preparó aprendiendo, antes de llegar aquí, el lenguaje tamil y, más tarde, cuando fue encarcelado en Kandy, aprendió el singalés, para hacer que resonara el nombre de Jesucristo en las lenguas y culturas de vuestro país.
{19 (43)} Llevado de la llama de la fe, guiado por el ejemplo de su Divino Maestro, viajó por toda la isla, trasladándose a todas partes, pobre y frecuentemente descalzo, con el rosario al cuello, como señal de su fe católica. Como verdadero discípulo de Jesús, hubo de soportar innumerables sufrimientos, sabedor de que, en aquellos sufrimientos, también se cumplían los designios de Dios. El heroísmo de su caridad quedó demostrado, sobre todo en su generosa entrega al servicio de las víctimas de la epidemia de 1697.
¿Cuál es su mensaje? Debería animarnos a ser testigos del Evangelio, incansables y rebosantes de buen espíritu, tanto en vuestras familias como en vuestras comunidades. Para algunos de vosotros ya se ha formulado una ulterior invitación: la de ser misioneros asiáticos en Asia. Entre las gentes de este continente, la santidad será siempre la primera y más eficaz forma de mostrar las verdades y los valores del Evangelio. Las venerables tradiciones de Asia: el silencio, la reflexión, la oración, el ascetismo y la abnegación encontrarán su más pleno significado en un encuentro con el espíritu de Jesucristo.
Por mi parte, queridos hermanos y hermanas, espero ardientemente qué la beatificación del padre José Vaz anime al pueblo de Sri Lanka a trabajar con un interés cada vez mayor por la paz en este amado país, para poner fin definitivamente a la trágica violencia que ha costado tantas vidas.
Queridos hermanos y hermanas, amigos, mi corazón está rebosante de gratitud hacia Dios por la belleza de esta isla hermosísima y por sus maravillosos habitantes. Estoy agradecido a todos vosotros por el extraordinario recibimiento que me habéis dispensado, por esta ceremonia de beatificación tan profundamente marcada por vuestra cultura, por la dignidad que os distingue como pueblo. Ojalá que el beato José Vaz cuide de vosotros, de vuestras familias. Que él tenga a bien interceder por la paz y por la armonía por las que rezáis y que anheláis. Quiera Dios omnipotente bendecir abundantemente a Sri Lanka.
Admiro la belleza, la belleza de vuestra tierra, la belleza y la naturaleza de esta isla, la belleza de los seres humanos, de los hombres y de las mujeres, la belleza de todos vuestros comportamientos, de vuestra indumentaria, de vuestros cánticos, de vuestra participación en la Liturgia. Sri Lanka es un bellísimo país. Doy gracias a Dios por haberme ofrecido la oportunidad de estar aquí en Sri Lanka.
¡Venid a Roma! Conservad vuestra belleza, vuestra valentía y la paz. Gracias.
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7. El Oratorio: El Oratorio de Goa
ES DE TODOS conocido aquel deseo que inflamó a san Felipe, recién estrenado en su sacerdocio, cuando llegaban a Roma las primeras noticias de la labor misionera que san Francisco Javier desplegaba en tierra de Indias. Pensó ir también él a misionar infieles, pero, habiendo tomado consejo de un santo y prudente varón, éste le convenció de que «sus Indias eran Roma». Y en la ciudad de los papas perseveró hasta su muerte, no rehuyendo nunca la inmensa tarea que culminó, puede decirse, con la transformación espiritual de la Roma paganizada del siglo XVI.
Pero san Felipe también decía que Dios nunca da un gran deseo espiritual y puro sin que se nos cumpla. En él se cumplió por medio de un hijo espiritual suyo, que contemplaría desde el cielo. Fue el sacerdote indio José Vaz, recientemente beatificado por Juan Pablo II. Fue precisamente en las tierras que había pisado Javier. A diferencia de éste, no había sido enviado, sino que él fue un misionero nativo del lugar, con lo cual se adelantaba, sin presentirlo, a los deseos actuales de la Iglesia, decidida a una encarnación en las diversas culturas, que deje para siempre atrás el que su apostolado evangelizador pueda convertirse o sólo parecer un complemento colonizador aparejado con los intereses políticos y económicos de los invasores. Todavía éste es uno de los mayores problemas con que tropieza la Iglesia a la hora de anunciar el Evangelio en los lugares donde son inmensas las "bolsas de la pobreza".
El p. José Vaz era hijo de una familia profundamente cristiana, que se vio recompensada con la vocación sacerdotal de este hijo suyo, al que ayudaron en todo momento. Estamos en pleno siglo XVII y bajo la dominación de los portugueses en aquellas latitudes.
Diferentes circunstancias dificultaban las labores de los misioneros extranjeros, y la Providencia suscitó en Vaz y sus primeros compañeros la imitación de la forma de vida de los Oratorios y de ahí vino la fundación del de Goa, debido principalmente a sus grandes desvelos. Pormenorizar las muchas dificultades que fue preciso superar, necesitaría muchas palabras.
Pero el p. Vaz, aunque procedente de familia muy acomodada, supo {21 (45)} aceptar una vida de gran austeridad, dedicada, junto con sus compañeros, a la oración, el apostolado y la limosna. Los pobres acudían de todas las partes de la ciudad para asistir a la lección de catecismo y para recibir una ración de alimento. Parecía algo fuera de lo común que él, de casta brahmánica, no desdeñaba atender y estar en medio de las castas más bajas y aun de los mismos "intocables".
Para acostumbrar a los más jóvenes de la Congregación a los trabajos ministeriales, iba con ellos a las aldeas de las cercanías y misionaban al pueblo. Los más ancianos entre los sacerdotes de la Congregación permanecían en casa y atendían a los penitentes y fieles que acudían numerosos a recibir consejos. No es de extrañar que de este modo alcanzaran gran estima entre el pueblo, que les consideraba generosos, desinteresados y espirituales.
Pero mientras tanto, en el corazón apostólico del p. Vaz se iba afianzando más y más el deseo de ir a la lejana isla de Ceilán (hoy Sri Lanka), para auxiliar a los fieles de allí, desde hacía más de medio siglo abandonados, porque los holandeses ocupaban, a la sazón, aquella isla, y prohibieron severamente el culto católico en ella, mientras favorecían el calvinismo.
El p. Vaz pensaba que su presencia sería más útil allí que en la pacífica Goa, donde el catolicismo no conocía problemas para su desarrollo y tampoco faltaban sacerdotes.
Con otro sacerdote del Oratorio y un joven de buena voluntad se puso en camino, a pie, hacia el sur de la India, para alcanzar Ceilán, sin amedrentarse ante las graves dificultades previsibles, tanto por la larga distancia, la pobreza de medios, el desconocimiento del lugar y de las lenguas, y las amenazas de muerte por parte de los holandeses... Pero nada le disuadió.
Finalmente, en 1686 puso pie en la costa de Sri Lanka, o Ceilán.
Entre las dificultades a superar tuvo que pasar la de encontrarse enfermo y totalmente solo, o más bien abandonado de todos. Aunque la Providencia hizo que alguien tuviera compasión de él. Recobró fuerzas y, clandestinamente, pudo iniciar, con discreción, su apostolado y convertir también a algunos budistas. Al amparo de la noche, vestido de mendigo, imponiéndose grandes privaciones, pasó nueve años recorriendo sin cesar toda la extensión de la isla, con gran provecho apostólico у sin que los holandeses consiguieran darle alcance. Era evidente que el Señor velaba por él, lo cual le servía de estímulo a la vez que despertaba en los fieles una corriente de simpatía sobrenatural.
{22 (46)} Cuando ya llegó a dominar correctamente las lenguas de la isla ―el singalés y el tamil, y se había adaptado en todo al modo de vivir de la gente del país, se adentró por el interior de la jungla, donde existía un rey independiente, que residía en Kandy, en la zona montañosa. Aquí fue detenido como espía, pero poco a poco, con la asistencia divina, no sólo logró ser puesto en libertad y deshacer las sospechas con que había sido recibido, sino que pudo seguir con su apostolado bajo la simpatía de aquel rey. Con ello había llegado la hora de llamar hacia sí a otros colaboradores del Oratorio de Goa para fundar en el lugar una Misión Oratoriana, que tanto hizo por el bien de las almas y que no se ciñó a la consolidación de la vida católica en el interior del país, sino que desde él como centro, y desafiando toda suerte de peligros y dificultades, penetraba a menudo en los dominios de los holandeses quienes, finalmente, tuvieron que rendirse ante la tenacidad del p. Vaz y sus colaboradores, a los que concedieron permiso para predicar libremente y practicar, también allí, la religión católica.
Ya no solamente en Goa y en Sri Lanka (Ceilán), sino hasta Lisboa y Roma llegaba la fama de santidad de este misionero oratoriano, y el papa Clemente XI se complacía bendiciendo la obra de aquel puñado de sacerdotes que habían conseguido gran número de conversiones, desde el centro misionero de Kandy hasta el interior de la isla y en la ciudad de Colombo.
Después de veintidós años de continuas fatigas y heroicos esfuerzos, el p. Vaz sintió mermar sus fuerzas físicas de tal modo que tuvo que fijar su residencia en Kandy, donde se dispuso al definitivo encuentro con Dios, con largas y fervorosas oraciones. El mismo día en que debía morir, y como resucitando de su gran debilidad, quiso ir a la iglesia y cantar un solemne Te Deum, con ocasión de que uno de los padres regresaba de una misión.
Pero no se sabe si fue por esta razón o porque su alma, inundada del presentido gozo de la posesión definitiva de Dios, en el Cielo, ya muy cercano, iba a imitar a san Felipe Neri, su padre espiritual, el cual, el mismo día de su muerte, también quiso entonar el canto del Gloria in excelsis Deo en la misa rezada de su último día en la tierra, iniciando en este mundo la alabanza sin fin que entonaría en la eternidad.
Era la noche del 16 de enero de 1711. Moría después de devolver a la Iglesia de Cristo un número inmenso de almas, y de haber dejado indudable huella en la historia religiosa de Asia.
Apunte de Cuaresma.
La primera idea que nos sugiere la Cuaresma es la del ayuno.
Conviene no detenernos en el sólo aspecto material; pero es verdad que cuando lo abstraemos a lo meramente espiritual, ni siquiera alcanzamos este nivel simbólico, y nada cambia en nuestro afán de comodidades, de gustos y egoísmos, sin conversión alguna.
La segunda idea es la del progreso de la fe y la revisión bautismal porque, tocados por el espíritu del mundo, peligra ser reducida, nuestra condición cristiana, a sólo sentimiento o a ilusión estética y enajenante.
La tercera es la necesidad de volver a meditar el proceso de Jesús, su pasión, porque tiene que ver con nuestra incorporación a él, por la gracia, sin olvidar que esta comunión de vida, de dolor y de amor, es la que nos purifica y transforma para tener parte con su gloria pascual.
Todo ello asumido conscientemente y asimilado en la oración.