Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
302. SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1995 |
0.
SUMARIO |
SOCIOLOGÍA
y teología ―¡y Evangelio!― se enfrentan y padecen cuando abunda a
la ligera la proclamación del nombre "católico" y mengua el de
"cristiano". Este compromete a más y supera el significado del
primero. Además, para que este nombre no sea trivializado, debe incluir la
pertenencia al discipulado de Cristo, no como una adscripción simbólica o
disciplinaria, sino afectiva, libre, concreta y vital, para ser, en él,
hermanos de los hombres e hijos adoptivos de Dios, por la gracia que nos
viene del mismo Jesucristo, primogénito del Padre. Discípulos de Cristo,
hermanos de los hombres, hijos de Dios, cristianos... y, como último
adjetivo, católicos. Esto es lo que "hace" Iglesia. |
PEDID
Y SE OS DARÁ |
LIBERTAD |
LA
MONTAÑA RAJADA |
LA
BIENAVENTURANZA DE LA LIBERTAD |
MIL
MILLONES DE CATÓLICOS |
VIVIR
EN LA FRAGILIDAD |
{1
(97)} |
1.
Tiempo de oración: PEDID Y SE OS DARÁ |
LA
CONCIENCIA me dice, oh Dios mío y Padre omnipotente, que la tarea principal y
el mayor deber de mi vida es que mi pensamiento se ocupe en ti y que todas
mis palabras hablen de ti, porque el uso de la palabra que tú me has
concedido no puede traer ningún beneficio mayor que el de servirte, dando
testimonio de ti y haciendo que los demás te conozcan como tú eres, es decir,
como Padre del Dios Unigénito, y mostrarlo tanto a los que te ignoran como a
los que te rechazan y niegan. El propósito de mí voluntad consiste solamente
en esto. |
Me
doy cuenta que necesito, y por esto te pido auxilio y recurro a tu
misericordia, para que, con el soplo de tu Espíritu, llenes la vela de
nuestra fe, desplegada para ti, al proclamar lo que creemos, y nos impulses
en el curso de la predicación iniciada. Creemos que lo hemos conseguir porque
tú mismo nos lo prometiste, diciendo: «Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). |
San
Hilario de Poitiers, siglo IV 2 (98) |
{2
(98)} |
2.
Libertad |
NADA
ambiciona tanto el hombre como su libertad. Ese anhelo lo ha sembrado el
Creador en el espíritu de las inteligencias creadas, que sólo pueden ejercer
de personas en la medida en que gozan de la condición de libres. Dante, que
padeció en sí mismo la maldición y el exilio por defender la propia, decía
que «por la libertad se muere» ―el hombre «per lei vita
rifiuta»―. Pero igualmente no es menos cierto que todo ser que no tenga
dañada su inteligencia o disminuido su sentido moral teme cuando llega el
momento de tener que asumir la responsabilidad de las propias decisiones, o
incluso de las que puedan tomar los que legítimamente le estén cometidos y
escapan de su dominio. Nadie niega el principio de la libertad del hombre,
pero sobran ejemplos en los que, con la invocación de este principio y
manipulación de su 190, se han cometido grandes atropellos. Lo cual nunca
justifica que pueda ser negado. |
La
fe y el amor sólo pueden darse en el ser libre: el testimonio del buen
ejemplo puede actuar de estimulo para creer, como el escándalo puede turbar a
los más débiles; pero ni el bien ni el mal de los demás son decisivos a la
hora de creer o negarse a aceptar a Dios y reconocerlo personalmente. La fe
es una virtud sobrenatural cuando la adhesión al Altísimo tiene su fundamento
en el mismo. «Ya no creemos por tu palabra, sino por lo que nosotros hemos
oído y conocido de él», dijeron los samaritanos a la mujer que les había
hablado de Jesús. Y lo mismo el amor, que no puede ser verdadero amor
cristiano, si no es afecto libre y desinteresado, puesto en Dios. Por eso, el
primer acto de fe y el primer amor son siempre un don divino, que el hombre
recoge o rechaza, para lo cual es espiritualmente libre. |
Será
bueno recordar aquí la distinción que establece el psicólogo Erich Fromm, *
propósito de la libertad "de" y libertad "para". Si lo
aplicamos a nuestro caso: la primera representa una voluntaria desvinculación
de cuanto esté fuera de nosotros mismos la cual, a la postre, entra en
contradicción con nuestra naturaleza comunicativa, que se estrella en el
egoísmo; la libertad "para", en cambio, a partir de la propia {3
(99)} conciencia, dispone a la comunicación, a la entrega generosa, al ideal,
al enamoramiento. La primera es negativa y conduce a la esclavitud a las
propias pasiones; la segunda es comunión enriquecedora y creativa. En ésta,
incluso lo que pueda parecer fracaso es, más allá de las meras apariencias,
purificación de la fe y del amor, que no dependen de los agentes externos,
sino que nos une y asemeja a Cristo, y, merced a su Espíritu, crecemos en
libertad (conf. 2Cor 3, 17), la libertad de hijos de Dios. |
Una
fe siempre a remolque de los demás; un sentimiento que llamemos amor, pero
que dependa de las simpatías y de los consuelos y halagos humanos, ni serían
fe, ni amor cristiano, y sí, tal vez, esclavitudes disfrazadas, incluso, de
religiosidad. |
Distracción
ideológica, enajenación afectiva. |
La
libertad es el don más puro que hemos recibido de Dios para que podamos
alcanzarle a él, porque estamos llamados a una comunión sin mediaciones
interpuestas entre él y nosotros, como dice Newman. Educarnos para esa
libertad abierta a él, no despreciar los estímulos con que él mismo nos
conduzca; pero es preciso hilar muy fino, para no detenernos en los medios,
ni porfiar dando vueltas a la noria sin fin, sin alcanzar jamás centrarnos en
él. Teresa de Jesús decía que lo mismo quita la libertad para que vuele un
pajarillo, atarle las alas con una cinta de seda que con un hilo finísimo.
¡Tan delicada es la libertad del alma! Los verdaderos santos sólo alcanzaron
a Dios desde la libertad por la que eligieron y se unieron a él. No pensaron
que les empobrecía lo que a nosotros nos parece empobrecimiento, pero que
ellos consideraron como una conquista de mayor agilidad para llegar a Dios. |
¿Qué
es la Iglesia? |
Ante
todo, la Iglesia es la fe: una fe vivida, confesada, litúrgicamente celebrada
(los sacramentos), y predicada. Esta fe es, inseparablemente, actitud
profunda de apertura a Dios — "credo in Deum", creer hacia
Dios― y credo, es decir, determinación de un contenido. Esta apertura
exige comprobar las dos cualidades, entre las cuales puede existir una
tensión, de pureza y de plenitud. La pureza se verifica en los orígenes
normativos; la plenitud exige una fidelidad lúcida al desarrollo auténtico
tomado por la fe en la vida de la Iglesia a través del espacio y del tiempo.
Y es en este punto en el cual se sitúa la Tradición. |
Los
Padres ocupan una posición selectiva. El Vaticano II, sin haber producido
dogmas propiamente dichos, ha expresado la fidelidad de la Iglesia en este
momento de su historia asistida por el Espíritu Santo. |
Card.
Yves Congar, O. P. |
{4
(100)} |
3.
«LA MONTAÑA RAJADA» |
Del
oratorio musical «San Felipe Neri» del P. Alessandro Naldi. |
¿DE
QUÉ sacrificios no sería capaz el corazón de un padre con tal que pudiera
asegurar el porvenir temporal de su hijo? El padre de Felipe supo
desprenderse del suyo tan amado porque creyó que en San Germán, cerca de su
pariente, le sonreiría la fortuna. Pero ¿de qué abnegaciones no es capaz el
corazón de un santo, con tal que con ellas más plena y más libremente pueda
amar a Dios? A Felipe, su padre le había dejado, con heroica renuncia, para
el mundo, queriéndole hacer un bien; pero Felipe quiso dejar el mundo para
entregarse libremente a Dios, que es el Sumo Bien. Esto quiere describirnos
el P. Alessandro Naldi en la segunda cantata de su Oratorio, titulada LA
MONTAGNA SPACCATA. |
No
muy lejos de San Germán, junto al puerto de Gaeta, se alza un monte, como
cortado a pico sobre el mar, que, por tener tres hendiduras, causadas, según
piadosa tradición, por el terremoto que siguió a la muerte de Jesús, era
llamado, en tiempo de san Felipe y {5 (101)} ahora, la «Montaña rajada». Una
pequeña capilla circular se yergue sobre un enorme peñasco que, desgajado de
la cumbre del monte, cayó y se clavó dentro de la hendidura mayor, a modo de
arco de puente. Los biógrafos del Santo nos dicen que, mientras Felipe estuvo
en San Germán, no solamente acudía con frecuencia al vecino monasterio de
Monte Cassino, sino que también debió de ir más de una vez hacia aquel paraje
maravilloso, capaz de evocar la belleza del Paraíso terrenal, donde podía abismarse
en la inmensidad del mar siempre inquieto, o saciarse del espectáculo
bellísimo de llanuras y valles, ricos en viñedos, perfumados de naranjos,
plateados de olivos, exuberantes de belleza y color, cuya vegetación llegaba
hasta el mismo borde de aquellas agrestes peñas, donde los verdes pinos,
empujados por el viento, parecían inclinarse a contemplar en el espejo de las
aguas marinas, la clara y limpia bóveda del cielo azul. Pero, aún más, su
corazón podía admirar la grandeza de Dios, por tantas maravillas pregonada. |
Y,
sin duda, sería también este lugar solitario, abierto a dilatados horizontes
circundados de paz, el mejor refugio de su anhelante corazón, siempre ansioso
de algo muy grande, que no podía darle la fortuna, y de una felicidad que
superaba los goces terrenos. Ante la venerada imagen del divino Crucificado,
al que estaba dedicado aquel sagrado recinto, ¡cuántas veces se hincaría de
rodillas, con vehementes súplicas, el adolescente Felipe, en busca de una
orientación definitiva para su alma! Aquella silenciosa capillita, suspendida
entre el cielo y la tierra, recogería a menudo, durante las luchas de esta
crisis de crecimiento espiritual, junto con el chisporroteo de la lámpara
siempre encendida, los suspiros del corazón inflamado de Felipe, que, si bien
era sensible a las tendencias y a los afectos legítimos de la tierra, ya era
inconquistable para el mundo, porque le consumía interiormente la llama del
amor de Dios. Por este amor sabría añadir, a los desprendimientos ya
consumados, nuevas renuncias y la valentía de ánimo para enderezar sus pasos
hacia donde el Señor le llamaba. |
Pero
no sería antes de vencer la última tentación mundana, que tuvo como escenario
este lugar paradisíaco y que venció a los pies del divino Crucificado. La
tentadora SERPIENTE ve venir a Felipe y se alegra, presintiendo conquistarle: |
¡Oh
mar azul, oh claro y limpio cielo, |
oh
sol luciente, oh primavera en flor! |
{6
(102)} Envuelto en vuestra luz viene a vosotros |
Felipe
austero |
¡A
sus oídos |
mi
voz más dulce |
llegará
como |
rumor
de viento y murmurar de flores! |
VOZ
DEL VIENTO |
Cruzo
mares y montes: soy el viento. |
Siempre
agitado, no me canso nunca. |
Esparzo
con mi soplo niebla y nubes; |
renuevo
con el sol, sobre la tierra, |
la
creación entera que la adora, |
y
sin ser visto, lo contemplo todo. |
FELIPE |
Quisiera
ser y obrar como hace el viento. |
VOZ
DEL VIENTO |
¿Por
qué no sigues, pues, por mis caminos, |
surcando
mares hacia ignotas playas? |
Yo
sé donde se esconden los tesoros: |
perlas,
diamantes, bálsamos, perfumes, |
¡Oh
cuánto bien harías en la tierra, |
si
a tu bondad añades la riqueza! |
FELIPE |
Arde
en mi corazón sólo la llama |
del
amor a los hombres y a mi Dios. |
VOZ
DEL VIENTO |
Así
¿qué esperas? Déjate llevar. |
MURMULLO
DE LAS FLORES |
Desconocido
el pobre, aquí en la tierra, |
aunque
quisiera, poco bien difunde. |
Mas
a nosotras, ricas como somos |
de
los colores que nos brinda mayo, |
nos
dan su dulce amor las mariposas |
{7
(103)} y el beso a las abejas fecundamos. |
LA
SERPIENTE |
¡No
pierdas tiempo, vuelve a San Germán; |
y
luego cruza el mar, prueba fortuna! |
¡Esta
rica llanura, estos collados |
de
risueños viñedos serán tuyos! |
VOZ
DE LOS PINOS |
Pero,
después?... Felipe, óyenos, |
que
siempre somos verdes, mas torcidos, |
porque
al viento creímos, y empujonos |
al
borde de este mar jamás calmado. |
La
riqueza del mundo es toda vana. |
MURMULLO
DE LAS FLORES |
Sois
todo agujas. Os mostráis celosos |
porque
no poseéis nuestra belleza. |
VOZ
DE LOS PINOS |
El
corazón ingrato ignora siempre |
que
la alegría oscura de que vive |
con
lágrimas ajenas fue comprada. |
FELIPE |
¡Oh
dulce Jesucristo, en cruz clavado! |
¡Perdóname!,
¡tu amor solo me basta! |
¿Por
qué habré de pensar en goces vanos? |
¿Por
qué soñar en riquezas mundanas |
si
Tú, por nuestro amor, te hiciste pobre, |
oh
dulce Jesucristo, en cruz clavado? |
LA
SERPIENTE |
En
vano yo luché: él ama a Cristo. |
¡Por
este amor otra vez has vencido! |
Ahora
ya eres digno de la gloria. |
Mas
la victoria, ¿dónde has de alcanzarla? |
¿Dónde
se cumplirá tu santo sueño? |
En
Roma, en Roma, allí do se hace grande |
todo
el que por Jesús desprecia al mundo. |
{8
(104)} VOZ DEL VIENTO |
A
Roma, a Roma, Roma. |
VOZ
DE LOS PEÑASCOS |
Oh
flor de Dios y soplo de su espíritu, |
llegó
por fin la hora de dejarnos. |
Fieles
hermanos tuyos, te elevamos, |
como
un altar, nuestros picos rocosos. |
Te
aguarda en Roma la suprema prueba. |
Sé
firme en el amor como nosotros: |
¡que
te hinche el corazón y te lo rompa!... |
Lo
encontrarás entero en la otra vida, |
cuando
el amor, con dolorosa espada, |
divida
con la muerte carne y alma. |
MURMULLO
DE LAS FLORES |
Nuestra
belleza dura un solo día, |
mas
tú serás corola sempiterna. |
VOZ
DEL VIENTO |
El
mar que surcarás no será calmo, |
porque
un soplo divino tu alma empuja. |
VOZ
DE LOS PINOS |
Nuestro
verdor será el más bello símbolo |
de
esperanza y amor para tu vida. |
En
adelante, cuando Felipe contemple la imagen de Jesús Crucificado, no podrá
contener las lágrimas... Y su corazón, fuerte más que una peña, contra los
embates del mar de las pasiones, se quebrará, no obstante, se ensanchará
hasta romperle materialmente el pecho que lo alberga, de tanto amor de Dios,
y temerá morir antes de tiempo, consumido por el fuego de esta divina llama. |
Lo
que se ve de la Iglesia no es su totalidad, sino sólo su parte exterior,
Cuando decimos que Cristo ama a su Iglesia, lo que expresamos no es que el
ama algo de naturaleza terrena, sino el fruto de la misma gracia de Cristo en
innumerables corazones. |
John
H. Newman, C. O., O. S., 57 |
{9
(105)} |
4.
La bienaventuranza de la libertad y san Felipe Neri |
SABEMOS
que san Mateo no agota el número de las "bienaventuranzas" con las
ocho con que principia su narración del Sermón de la Montaña. A lo largo de
los textos evangélicos encontraríamos varias más. Las bienaventuranzas son,
más que un tratado de virtudes, promesas de felicidad para los que recojan el
espíritu que proclaman. Si tuviéramos que sintetizar muy brevemente el
espíritu de san Felipe Neri, podríamos hacerlo a partir de las
bienaventuranzas. |
Carlo
Gasbarri, uno de los oratorianos que más ha escrito, en nuestros días, sobre
san Felipe, se detiene en la primera ―la pobreza―, para referirla
al santo, e inmediatamente transforma su nombre para llamarla
"libertad". Felipe es pobre para ser libre. Se trata de una pobreza
primeramente sufrida, en la propia vida familiar que decae de rango, aunque
la suerte del joven Felipe quedara abierta a una perspectiva afortunada al
ser prohijado por unos parientes ricos. Pero, enseguida, será una pobreza
elegida voluntariamente, para asegurar su libertad y poder dedicarse
totalmente a Dios. Con este sentido, no tarda en abandonar la protección
ofrecida y se dirige a Roma. |
Podría
sorprendernos que eligiera precisamente Roma, si tenemos en cuenta que
todavía ocupaba la silla de Pedro el papa Clemente VII, el cual, junto con el
emperador, era el causante de la pérdida de las libertades de la ciudad de
Florencia; desastre, {10 (106)} para los florentinos, que venía a rematar lo
que podía presentirse después de la condenación a la hoguera del fraile
Savonarola, unos años antes, por mandato de un papa anterior, Alejandro VI.
En nuestros días, creyentes y no creyentes se escandalizarían. Felipe no es
en absoluto indiferente cuando se entera, o contempla tales escándalos, que
no eran los primeros ni serían los últimos de la historia. Aunque todavía
joven, Felipe es ya un hombre de fe, y esta fe resiste la prueba del
escándalo y amará Roma porque en ella se guarda el testimonio de muchos
santos las reliquias de los primeros mártires. |
Precisamente,
cuando puso los pies en la ciudad con el propósito de quedarse en ella, pudo
contemplar un espectáculo insólito: |
la
expulsión de los "capuchinos" por orden del mismo papa Clemente
VII. A duras penas habían obtenido su aprobación, pocos años atrás, cuando
quisieron hacer legal su "vuelta al Evangelio" |
pero
el ejemplo de su vida —«Evangelium sine glossa», como había expresado san
Francisco de Asís― ponía en evidencia, aun sin pretenderlo, la
relajación de clérigos y prelados, y empleados curiales, de la Roma de
aquellos tiempos, en la que era difícil, con frecuencia, distinguir entre
celo religioso o diplomacia política, cuando más se alardeaba de servir a la
Iglesia, y la verdad era que resultaba utilizada por los poderosos, aunque
adulada, pero a la vez secuestrada como poder manejado en el propio interés
del más fuerte. |
La
idea de "cristiandad estaba amenazada por la presión que, desde oriente,
{11 (107)} ejercían los turcos, que habían llegado hasta las puertas de
Viena. Y contestada por la rebelión protestante en occidente. A la vez
existía la crisis de santidad, que era más urgente, aunque menos sentida, por
la relativa valoración más política que evangélica del crecimiento y
desarrollo de la Iglesia. |
Muchos
invocaban una verdadera reforma de la Iglesia, o pedían la convocación de un
concilio, que al fin tuvo efecto, aunque no sin dificultades, debido a la
intervención del emperador, que lo condicionaba. Es verdad que se abrían
esperanzas de crecimiento del número de fieles por las noticias que llegaban
a Europa sobre los continentes descubiertos, cuyos habitantes eran
apresuradamente bautizados. Pero ello no ocurría sin que se cometieran
verdaderos genocidios culturales y graves expolios y violencias, por parte de
los conquistadores, cuyo recuerdo sería una falsa o ambigua gloria para los
europeos, a la vez que una semilla de resentimientos para los conquistados y
13 sometidos. Estadísticamente el número de cristianos crecería, pero a costa
de no pequeñas contradicciones. |
Ese
panorama podía conocerse mejor en Italia que en otro país de Europa, y mejor
en Roma que en otra ciudad de Italia. Y era el panorama que tenía Felipe en
pleno estreno de sus fervores de joven cristiano y deseoso de santidad, a su
llegada a la ciudad consagrada como centro de la Iglesias entera. A este
centro acudían no pocos ambiciosos "per far carriera", lo mismo que
ocurría en otras cortes. No era éste el caso de Felipe. Más bien se sentiría
identificado con aquellos "capuchinos" o franciscanos de la
Observancia, que indudablemente le impactaron, pero admiró al verles cruzar
procesionalmente las calles de Roma, mientras cantaban himnos religiosos y
salían de la ciudad, obedeciendo el {12 (108)} mandato perentorio del papa.
Pero tampoco se uniría a ellos. Es un momento en el que teme todo lo
demasiado organizado y piensa en imitarles, pero individualmente. La pobreza,
la oración, el desprendimiento, la consagración a las obras de bien. Otros,
en la misma Roma, trazan planes apostólicos; pero Felipe nunca se sentirá
llamado a fundar ninguna obra importante, ni hacerse dominico o franciscano,
o benedictino... o jesuita, a pesar de que un día se le acercará san Ignacio
e incluso le reprochará que «es como la campana, que llama a todos a entrar
en misa, pero ella se queda siempre fuera de la iglesia». Y es que Felipe le
había mandado más de una vocación, pero él se reservaba. |
La
biografía más documentada (Ponnelle-Bordet) sobre nuestro santo llega a la
conclusión de que Felipe, no solamente no funda, ni entra en ninguna orden
religiosa aunque respeta a todas, ni siquiera se ordena de sacerdote, porque
quiere ser libre. Lleva el espíritu de Florencia en su corazón, y, por otra
parte, todo lo que ha visto le convence que, para ser cristiano, por lo menos
a él, le conviene preservar su libertad. Esa libertad que ya no es la
política que había sido arrebatada a Florencia, ante lo cual él no fue nunca
indiferente, como lo demuestra la devoción que siempre tuvo por Savonarola,
que lo consideraba santo y mártir, sino que además, por contraste, le ayudaba
a no renunciar, por nada, a la libertad cristiana del Evangelio, para quitar cualquier
traba a su preferencia por la contemplación divina y por la dedicación a las
obras de misericordia, libremente y sin limitaciones. |
La
opción que él hace de llevar una vida laical es un acto insigne de fe,
mantenida con perseverancia; no una terquedad, ni inhibición egoísta que
soslaya cualquier compromiso. No hace filosofía respecto a su futuro, ni hace
planes. Para mantenerse austeramente, le va a bastar el oficio de preceptor
de dos niños (uno de los cuales se hará sacerdote y el segundo monje) y el
resto del tiempo lo dedicará al apostolado y a la misericordia, sin relegar
nunca varias horas diarias de oración. |
Estudiará
filosofía y teología, pero un día decidirá que ya le basta y vende sus libros
y deja el estudio para tener más tiempo dedicado a la oración. En él se
cumplirá aquel aserto de Santo Tomás, cuando relaciona oración y apostolado:
éste, el apostolado, resulta de la oración, es dar a los demás lo que se toma
y aprende de ésta: |
«contemplata
aliis tradere». |
{13
(109)} No todo son males en la Iglesia y, contemporáneos a él, tiene santos
que emprenderán fundaciones para la caridad, para la enseñanza, para el
anuncio del Evangelio... Felipe no se propone directamente organizar nada,
aunque al fin resulta que su actividad, para atender pobres, enfermos y
peregrinos, resulta extraordinaria, superada únicamente por la dedicación a
la contemplación de Dios, y la experiencia de gracias místicas
extraordinarias, que se esfuerza en disimular, alguna de las cuales dejará
huella para toda su vida, como le ocurrió a la edad de veintinueve años, en
la fiesta de pentecostés. Pocos años más tarde, un buen sacerdote amigo suyo,
le insta para que reciba el orden sagrado, para lo cual finalmente se deja
convencer. Ello añadirá a su vida el don de celebrar la Eucaristía y el
ministerio de oír confesiones, centrado, en realidad, en la dirección
espiritual. Esta viene completada grupalmente con unas reuniones informales
de los más adeptos, tenidas a diario en su habitación. Todo resulta libre y
espontáneo, pero crece el número de asistentes y ve la precisión que, de
entre los más fieles, alguno reciba también el orden sagrado y le ayude. |
Así
nacerá el Oratorio, sin pretensiones de fundar nada; pero el papa Gregorio
XIII toma la decisión de legalizarlo. Por lo cual, no sin razón, uno de los
primeros biógrafos, Bacci, dice que san Felipe no fundó el Oratorio, sino que
"lo inventó", se lo encontró sin haberlo proyectado. |
Por
desgracia, lo peor siempre es posible. Pero nosotros sabemos que lo mejor, un
día, inevitablemente, será. Me gusta citar estas palabras, tan modestas y tan
puras, de un amigo mío que no cree: «Yo no sé nada. |
Me
cuesta creer. Lo espero todo». |
Jean
Guitton, de la Academia francesa |
{14
(110)} |
5.
MIL MILLONES DE CATÓLICOS |
LO
DICEN las últimas estadísticas: en el mundo hay mil millones de católicos, es
decir, un diecisiete y medio por ciento de la población total. Puede decirse,
con muy leve error, que de cada seis habitantes del planeta, uno es católico.
Este porcentaje rozaría el doble si se incluyera a los demás cristianos,
distribuidos en diversas Iglesias. Además, el cincuenta por ciento de la
población mundial cree en Dios (islamismo, hinduismo, budismo...), con
notable distancia a la fe en Jesucristo. Aproximadamente, una quinta parte de
la humanidad es agnóstica, indiferente o atea. Sin embargo, el monoteísmo
(creer en un solo Dios) abarca a católicos, ortodoxos orientales, las
diversas Iglesias protestantes, judíos y mahometanos. |
El
nombre de católicos se adoptó por los cristianos a partir del s. II. |
Primero,
los discípulos de Jesús se llamaban "hermanos"; después, a partir
de la comunidad de Antioquía (la primera en la que interviene san Pablo), se
llamaron cristianos. Posteriormente apareció la denominación de católicos.
«Mi nombre es "cristiano" —dice un Padre de la Iglesia―, y mi
apellido "católico"», lo cual corresponde a la misión universal del
anuncio del Evangelio a todos los pueblos y naciones, cumpliendo el encargo
de Cristo. La fe en un ser absolutamente trascendente, creador del mundo y al
que se supeditan las leyes de la razón y el orden moral, debe influir en el
hombre, criatura racional, y, sin duda, ha influido. Aunque para los
cristianos, nuestro fin no está en el mundo, y no puede acabar en él. |
Si
los creyentes tenemos una misión aquí, en la tierra, sólo podemos entenderla
como la de la levadura, llamada a transformar la masa, y la luz que ilumina
los pasos hacia Dios, la fe. Una tarea que {15 (111)} no excluye la propia
conversión, que es por donde debe empezar toda orientación trascendental. |
La
Iglesia es el "misterio de Cristo" insertado en la historia humana,
y es el "pueblo de Dios" que camina hacia él. Pero aun siendo esto
lo principal porque es lo que ciertamente ha de perdurar en el cielo,
mientras camina por el mundo ―mientras "esta" en el mundo,
pero "no es" del mundo― necesita ordenar su actitud frente a
él y su actividad evangelizadora, es decir, "anunciadora del reino de
Cristo." Se trata de agradecer el llamamiento de Dios a la fe, de vivir
y perseverar en la gracia, y de ser fieles, no solamente a la verdad recibida
de Cristo, sino al estilo y modo que propuso y como él mismo comenzó a
predicarla. Hemos de desear, con buen celo, que cada vez sean más los
adoradores del Adorable, para lo cual no podemos ahorrar esfuerzo alguno,
pero hemos de mantener la claridad de la mente en dos aspectos: en primer
lugar, que no valen todos los medios para recoger más número o más rapidez en
las adhesiones de los que se incorporen a la Iglesia. |
No
valen los medios mundanos, de imposición, de presión política, de seducción
social, de promesas terrenas... El concilio Vaticano II ha sido bastante
explícito al sentenciar que los medios de hacer bien a la Iglesia y los
mismos que ella ha de utilizar son, positivamente, «solos y todos los
conformes al Evangelio». Ello es lo que lleva a la paz y a la gloria de Dios
(cf. GS, n. 76). |
En
segundo lugar, de poco serviría el crecer en número, si éste no revelara más
que una adhesión sociológica, espiritualmente indiferente y descomprometida.
El Bautismo no debe ser trivializado, como si se redujera a un rito mágico
que acompaña la imposición de un nombre. La cantidad sólo se justifica por la
calidad. Cuando decimos calidad no pensamos en la selección elitista, que, a
fin de cuentas, desembocaría en el orgullo de grupo y el fanatismo farisaico.
El cardenal Yves Congar, recientemente desaparecido, advertía del peligro de
que en la Iglesia se dieran ramalazos de sectarismo a impulsos de un celo no
evangélico. Y sabemos, también, cómo, en el siglo pasado, John Henry Newman,
ya convertido al catolicismo, hacía notar que no solamente se debían preparar
los hombres para la conversión a la Iglesia, sino que ésta, a la vez, debía
prepararse para recibir a los convertidos; lo cual no sentó bien a los
católicos conservadores, interesados en la propaganda para precipitar
conversiones numerosas, especialmente de personas socialmente relevantes,
para causar sensación. |
{16
(112)} Nos hemos de alegrar del crecimiento numérico de los católicos. |
Aun
cuando en diversas zonas de la Iglesia se nota la crisis de vocaciones, no es
menos cierto que, en conjunto, el número de católicos, en los últimos años,
ha aumentado a un ritmo de dos millones más por año, si bien no hay que
olvidar el factor vegetativo. |
Conductas
no evangélicas, con el pretexto de asegurar el poder y la relevancia social
de la Iglesia, comprometerían la imagen que de Cristo ella debe dar, en vez
de mostrar ser testimonio del Señor. |
La
Iglesia, además de ser "misterio de Cristo", al fin manifestado, y
"pueblo de Dios" que camina hacia él, es también una realidad
social, mientras transita por la tierra y, como tal, necesita de cierta
estructura. Pero cuanto mayor es su crecimiento cuantitativo, mayor debe ser
el celo por preservar su pureza, tanto del mensaje divino que proclama, como
de los medios con que cumple su cometido. |
Cuando
pensamos en el aspecto jurídico-estructural de la Iglesia, hemos de hacer un
acto de humildad profunda y de confianza en Dios, ante el enorme peso que
recae en aquel que "la presida en el amor", teniendo que dar cuenta
de este servicio; servicio que el mismo que lo asume hace que se declare
"siervo de los servidores de {17 (113)} Dios". Servicio abrumador
que, dicen, causó la muerte del predecesor del actual pontífice, Juan Pablo
I, apenas se detuvo a pensar lo que representaba presidir y dirigir
responsablemente a la entera cristiandad. El alma de la Iglesia es el
Espíritu Santo, su cabeza es Cristo, la vicariedad visible e histórica, a lo
largo de los caminos del tiempo, es el Romano Pontífice, un hombre-hombre,
aunque con una asistencia divina, verdaderamente excepcional, pero
restringida, en cuanto tal, a las definiciones de la fe, y de la repercusión
estricta de su depósito en la moral. Facultad que los sumos pontífices usan
muy raramente (el último en hacerlo, una sola vez, fue Pío XII). Lo cual no
debe llevarnos a actitudes sistemáticas de duda, sino, al contrario, de
gratitud a la Providencia que ha conjugado, en la Iglesia de Cristo, la
garantía de una asistencia que salva siempre lo esencial con la libertad para
el bien. |
El
Romano Pontífice tiene sobre toda la Iglesia la potestad plena, suprema y
universal, y ordinaria, porque va aneja con el oficio, e inmediata, porque
puede ejercerla por sí mismo. Toda otra jurisdicción eclesiástica le está
sometida: |
millones
de fieles esparcidos en diferentes diócesis y otras jurisdicciones; cuatro
mil quinientos obispos, incluyendo los ciento cincuenta cardenales. Todo esto
nos podría llevar a una sensación de triunfalismo, por la grandiosidad que
muestra como extensión. Las estadísticas son apabullantes, pero no alcanzan
lo esencial, es decir, el orden de la gracia y de la santidad. |
No
se debe despreciar cuántos somos, pero lo esencial está en qué somos, a pesar
de que el espíritu mundano se fija más en lo primero, porque piensa poco en
la eternidad. |
«¿...Y
después?», preguntaba san Felipe. |
Desconocemos
la medida de lo santo. En cualquier caso, está en precario, mientras no se ha
alcanzado definitivamente a Dios. No calculemos demasiado, pero intentemos
entrar en lo santo, nos diría Jesucristo, como cuando señalaba la puerta
estrecha. |
Difundir
la alegría. |
Dios
ha creado al hombre para la alegría; podría decir que a vosotros, jóvenes, os
ha hecho sobre todo para la alegría. Dios es alegría, y en la alegría de
vivir hay un reflejo de la alegría originaria que Dios experimentó al crear
al hombre. |
Difundid
esta alegría. |
Quisiera
que, entre nosotros, resonaran las palabras de Isaías, cuando dice:
«Consolad, consolad a mi pueblo, habladle al corazón y decidle bien alto que
ya ha terminado su esclavitud» (conf. Is 40, 1-2). Son palabras que san
Felipe hizo realidad, porque supo consolar a quien era esclavo y prisionero
de falsos maestros de vida, y gritaba que la verdadera libertad está sólo en
Cristo, y sólo cuando el hombre acepta a Cristo en su propia vida, se pone
fin a la esclavitud del pecado y de la muerte. |
JUAN
PABLO II, Pascua de 1995 |
La
avaricia, decía san Felipe, es la peste del alma; quien quiera dinero nunca
tendrá espíritu. También decía que hay que pagar puntualmente las deudas, y
lo confirmaba con las palabras de la Escritura: «No retendrás el jornal de tu
jornalero hasta la mañana siguiente». |
{18
(114)} |
6.
Vivir en la fragilidad |
SABEMOS
que la vida es desprendimiento. Cada conquista nueva significa, a la vez,
renunciar a algo. Para la madre, un nacimiento significa sacrificar algo de
la propia vida, de la propia persona. Cada vez que se hace una elección,
dejamos perder las demás posibilidades. Un día más de vida es un día más
hacia la muerte. La vida es un desasimiento. Pero, al contrario, ¿no es
igualmente verdad que desprenderse es vivir? |
En
cada momento de nuestra existencia nos estamos despidiendo de alguien o
abandonamos algo. |
Ello
sucede de mil maneras; aunque todas revisten la forma de sufrimiento. No
obstante que no amemos el sufrimiento e intentemos siempre huir de él. Y es
natural porque hemos sido creados para la felicidad y para la alegría. |
¿Qué
podemos hacer para endulzar el sufrimiento de un adiós? Envejecer es
sufrimiento, al ver que menguan nuestras fuerzas; es sufrimiento perder a una
persona amada; es sufrimiento perder el trabajo, o una quiebra en el negocio,
o un ultraje contra la propia reputación, o haber perdido todas las
oportunidades. También es sufrimiento pasar por la experiencia de tensiones y
padecer heridas en el ámbito de la Iglesia, y ver cómo decaen los valores más
importantes o la misma fe, y los jóvenes que se desvían. |
Es
sufrimiento, en fin, nuestra propia muerte, que se acerca inexorablemente. |
Para
enfrentarnos al sufrimiento necesitamos algo más que recurrir a la
psicología. |
Todos
deseamos triunfar en la vida, realizarnos; pero es aún más importante
triunfar en la muerte, porque ésta constituye el momento más importante de
nuestra existencia. |
Y
el único modo de morir bien es vivir bien. En realidad, en cada momento de
nuestra vida se nos va anticipando la muerte: morimos viviendo. |
¿Qué
podemos hacer? Porque la muerte es un desasimiento, por lo cual, el único
modo de entrenamiento para la muerte es el desasimiento. De asirse es amar:
preferir a los otros ―y al Otro― mayores que uno mismo y
servirles. |
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