Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 303. NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1995
0. SUMARIO
LA VERDAD histórica; las gestas de los hombres y los ideales que han enarbolado; la acción providencial de Dios en todos los acontecimientos; el desarrollo de las técnicas y los avances del pensamiento. La verdad comunicada, y los esfuerzos para la convivencia; el siniestro cinismo de los opresores, que borran la historia o la manipulan para usurparla y retenerla como propia.
Pero también la memoria imborrable de los bienhechores de la humanidad, o tal vez los santos, que se olvidaron de sí mismos y confiaron en Dios a lo largo de una vida de silencio... Todo nos ayuda a entender la vida, la historia y el destino del hombre más allá de los caminos del tiempo.
LA SENTENCIA DE LAS PIEDRAS
HISTORIA
«LAS CATACUMBAS»
EL FRANCISCANISMO Y S. FELIPE NERI
NEWMAN, RECIBIDO EN LA IGLESIA CATÓLICA
EL OTOÑO DE SAN FELIPE
EL BEATO JOSÉ VAZ Y LOS JESUITAS
EL HISTORIADOR CÉSAR BARONIO
ÍNDICE DEL AÑO 1995
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1. LA SENTENCIA DE LAS PIEDRAS
Cuando él se detendrá
erguido, en el lugar solemne del juicio,
con el bastón en mano y el sombrero
calado todavía en la cabeza,
después de haber andado mil caminos,
roído por la duda y un hastío desde tiempo soportado,
lo mismo por la adulación que las excusas,
sería injusta una sentencia sólo murmurada.
Es lógico que espere más que unas palabras
de la justicia de este juez supremo,
en quien confió a lo largo de una vida silenciosa.
Quiere un juicio
como el habido con el genio de las piedras, Hermes
―el genio imaginado por los griegos,
custodio de los caminantes
y velador de muertos-―, dios de túmulos
en quien las piedras fueron veredictos
lanzados a sus pies, hasta enterrarle medio cuerpo,
como sentencia unánime encumbrando el pedestal apoteósico,
pilar en ruinas donde los yerbajos cubren el silencio
que alguien al fin querrá romper para decir:
«Aquí residirá su espíritu inmortal».
Y luego pensará que todavía se excedió al hablar.
Seamus Heaney
(Nobel de 1995)
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2. Historia
LOS GRIEGOS no se habrían conformado con dar a la Historia una definición excesivamente elaborada como podría ser la de: narración y exposición verdadera y ordenada de los acontecimientos pasados y de actividades humanas memorables. Guiados por la raíz de la misma palabra, más bien habrían identificado su nombre con el de sabiduría. Y con razón, porque la sabiduría es noticia y conocimiento profundo de lo que interesa al ser humano como verdad. Lo que no es verdadero no merece ser recordado. Dios ha hecho que nada desee tanto la inteligencia humana como ser alimentada con la verdad, dice san Agustín. Todos los pecados del mundo se cometen a partir de una falsificación de la verdad o son pura y llanamente una mentira. Los pecados colectivos, las Injusticias sociales, las rivalidades entre pueblos, las guerras y toda suerte de violencias, tienen su principio en una mentira, cuyo padre es el diablo. En palabra de Cristo, ce justo el hombre en el que no hay engaño. Solamente él pudo decir, rotundamente, «Yo soy la Verdad», porque; como Dios, era la Verdad total.
Los demás caminamos creciendo en verdad, si la deseamos y la buscamos honradamente. La interpretación de la verdad histórica también es una aproximación. A pesar de lo cual nos resulta imprescindible para comprender el sentido del presente, tanto como el presente para preparar el futuro. Esto supone un esfuerzo no sólo de conocimiento sino, también, de interpretación sobre lo conocido, tal como desde la fe y el sentido cristiano llevó a cabo san Agustin, desterrando de la interpretación de la Historia el fatalismo circular del eterno rotorno, substituido por el lineal de la providencia y la esperanza, en una especie de "comunión" universal.
Pero todavía estamos en la labor, mientras se alborotan los pueblos y la maldad trama proyectos vanos para seducir a los ignorantes e indefensos. Es frecuente que el último opresor cuide de silenciar la verdad histórica que le comprometería o la escriba falsificándola, y, de parecido modo, el que informa del acontecer diario deforme y manipule el mensaje, sin que falte, incluso, la muestra de los que secuestran {3 (119)} la voz de la Iglesia y confunden o alejan de ella a los sencillos de corazón y hasta, wi posible fuera, a los misinos justos, como advirtió Cristo. Pero nos queda siempre el Evangelio y la perspectiva de la sabiduría que proporciona el magisterio del saber histórico. «Historia magistra vitae», decían los antiguos.
Dios, cuando lo juzgue, no medirá al ser humano por sus aciertos, sino por su diligencia en preservar la propia identidad de hijo de Dios ―el "tipo" es Cristo― y por la apertura a ésa que hemos llamado "comunión" universal, que no se realiza reduciéndolo todo a un común denominador masivo y despersonalizado, sino buscando una integración de todas las diversidades, sin odios ni envidias, que sea mil lenguas y pueblos razas y naciones, alaban a Dios, desde el propio nivel creado y añadida la esperanza del cielo.
Esa es la visión cristiana y el sentido que a los bautizados ha de dar la regeneración alcanzada y la fe confesada con la vida. «La mies es mucha y faltan anunciadores». Pero, al hablar de "vocaciones" y escasez de ministros para el Evangelio, cometemos el error de transferir exclusivamente a éstos lo que es deber y vocación de todos los bautizados. Porque, lo que faltan, son cristianos. Esos mil millones que contabilizan las estadísticas, densificados por la fidelidad dinámica a la gracia inicial recibida, bastarían para cambiar la Historia y hacerla, en verdad, santa, de santos.
Así lo entendió san Felipe, y encaminó al más querido de sus discípulos, César Baronio, para que buscara en los orígenes históricos de la Iglesia, y en su caminar por el tiempo, la mejor apología de su santidad y fidelidad a Cristo, aun en medio de adversidades y de los pecados de los hombres. Desde la pureza original de la Iglesia y, a través de ella, desde la interpretación de las formas que va adquiriendo, a lo largo de los siglos hasta el momento presente. Se nos ofrece el criterio para su desarrollo, según la descripción de Newman, cada vez más actual, como han comprendido todos los verdaderos santos, que por eso meditaron en sus orígenes, para rescatar su espíritu del olvido y librarla de la tentación del mundo, cuyos reinos son de riquezas, de poderes, de políticas, de estilos y de vanidades, en contraste con el Evangelio de Jesucristo.
Toda la verdad.
El historiador alemán Ludwig von Pastor tuvo a su disposición los archivos vaticanos para escribir su monumental «Historia de los Papas».
No sin cierta alarma fue a consultar al papa León XIII para exponerle sus dudas sobre relatar o suprimir ciertos episodios y malas conductas de algunos personajes, que temía podían escandalizar a los lectores de la obra que estaba escribiendo. León XIII le dio esta respuesta tajante: «No le asuste decir la verdad de todo lo que investigue, pero dígala entera».
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3. «LAS CATACUMBAS» Del oratorio «San Felipe Neri» del P. Alessandro Naldi
«SAN Felipe Neri se remontó a los tiempos primitivos; todas sus simpatías eran para los primeros cristianos, para los tiempos apostólicos; y el modelo que tenía siempre ante sus ojos era la primitiva comunidad cristiana. En todo se manifestaba su entera devoción a ella. Y aun cuando no pretendió hacer revivir aquel tiempo ya pasado, descubría en los tiempos apostólicos ciertos modelos a quienes imitar, que no encontraba en otras épocas» (1). Este amor del Santo por el Cristianismo primitivo, que aquí declara el padre Faber, ha sido interpretado por algunos biógrafos suyos, especialmente por el fogoso cardenal Capecelatro (2), como una derivación casi directa de sus visitas a las catacumbas, donde pasó tan largas horas de oración. Sin embargo, creemos que sería más exacto decir que aquel amor de predilección de Felipe por el Cristianismo primitivo nació y creció con su vida de oración, como una consecuencia intuida con simplicidad, a través de su trato íntimo con Dios.
En las catacumbas san Felipe encontró, principalmente, un lugar de recogimiento y silencio, que le permitía dedicarse holgadamente a la oración. Esto es lo que se deduce, obviamente, de la lectura de los primeros biógrafos del Santo (3), a cuyas investigaciones muy poco han añadido los modernos biógrafos, si se exceptúan Ponnelle y Bordet. Pero bastaría aducir los datos más autorizados, según los cuales las catacumbas, como tales, no se descubrieron hasta 1578 (4), o sea, cuando Felipe ya contaba 63 años y hacía, consiguientemente, unos treinta que había dejado aquellas místicas peregrinaciones nocturnas por las afueras de la ciudad y las {5 (121)} horas de oración en las entonces llamadas grutas del cementerio de San Sebastián.
Sintió el grito de Roma, cuando dejó San Germán, y Roma bastó, por sí sola, para evocarle la esencia del Cristianismo primitivo y eterno. Roma le hablaba de eternidad; de una eternidad que no corta la espada de los tiranos, ni corrompen las miserias de los hombres, ni sepulta el polvo de los siglos. El Espíritu Santo le atrajo allí y, en el ambiente romano, de una perennidad humanamente gloriosa, que es derribado para dejar paso a la pujanza espiritual y trascendente del Cristianismo, aquel mismo Espíritu se le comunicó para abrasarlo y transformarlo en el apóstol de Roma. Desprecia, aquí, todas las glorias humanas y abraza y se abrasa en el amor divino. Esto quiere decirnos el p. Alessandro Naldi, en la tercera cantata de su oratorio SAN FELIPE, que se titula, precisamente, LAS CATACUMBAS, y que vamos a traducir.
EL VIENTO DE LA GLORIA
¿Dónde estará Felipe? Aquí bajó.
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE LAS TUMBAS
Esfuerzo vano:
ultra la tumba ya no alcanza el soplo
de humana gloria.
LOS DUENDES DEL MUNDO
¿Por qué desciende aquí, por qué se esconde?
EL VIENTO DE LA GLORIA
Quiere dejar el mundo.
Hablad vosotros, duendes de la gloria,
que nadie hay en el mundo que os resista.
LOS DUENDES DE LA GLORIA
¡Ah, ah, ah!
todo en él es vanidad,
menos la gloria.
Felipe, te esperamos.
Queremos ser tus pajes:
haremos cuanto quieras,
abriéndote caminos
sembrados de oro y flores,
Haremos que se inclinen
{6 (122)} todos, a tu presencia;
será potente y grande
tu nombre, en todo el mundo.
¡Sal a la luz, ven fuera:
la luz del sol te espera,
para ceñir tu frente
con corona de gloria!
FELIPE
¡Oh gloria, nombre hueco, vano nombre,
quimérica ilusión, junto a las tumbas
que saben de la vida el gran misterio!
LOS DUENDES DE LA GLORIA
¿Las tumbas, dices?...
El más allá de cualquier muerte
sólo es silencio.
El más allá
son sombras y cenizas.
FELIPE
Si no pretendo que me den la gloria;
sólo la paz el corazón persigue,
paz en la vida y paz para la muerte.
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE LAS TUMBAS
¡Oh alma bellísima, fiel, generosa,
oye a las tumbas: narran el misterio
de los que ya reposan en la paz
que conquistaron con triple martirio!
FELIPE
Me encuentro en una atmósfera de gloria
siendo la miseria de mi nada;
yo nada valgo,
pero me envuelve el resplandor del Todo.
Que Dios en mí sea glorificado!
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE LAS TUMBAS
Tendrás la paz, pues bueno es tu deseo.
{7 (123)} LOS DUENDES Y EL VIENTO DE LA GLORIA
¿Renuncias, pues, al sol? ¿Amas las sombras?
Si Dios esto conmigo, tendré el sol
dentro del corazón.
LOS DUENDES Y EL VIENTO DE LA GLORIA
¿Querrás ser despreciado por los hombres?
FELIPE
Sobre la tierra,
me basta el solo abrazo de Jesús
Sacramentado.
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE LAS TUMBAS
El Señor colmará tu corazón
con su divino Fuego,
Espíritu de Dios,
que te harán luz y llama de este mundo.
FELIPE
¡Oh llama del amor,
oh llama de pureza, oh luz eterna!
Siento que muero en ti abrasado.
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE LAS TUMBAS
Así el grano de trigo que se siembra,
iluminado por la primavera,
brota de tierra con su tenue tallo
para dar, cuando llegue la cosecha,
copioso fruto en su dorada espiga.
Es seguramente gracias a la divina Providencia que hemos podido ver en la ciudad de Roma cómo se repetía lo que el apóstol Pablo mandó hacer en bien de la Iglesia: «hablar de las cosas de Dios para hacer bien a los espíritus de los oyentes»... Como si hubiera vuelto el antiguo y hermoso estilo del tiempo apostólico.
César Baronio (Ann. Eccl.) 8 (124)
(1) FABER, The Spirit and Genius of St. Philip Neri. Londres, 1850.
(2) CAPECELATRO, Vita di San Filippo Neri, lib. I. cap. VI. Nápoles, 1879.
(3) GALLONIO, Vita Beati Philippi Nerii, pág. 8, edición 2ª. Roma, 1818; BACCI, La Vita del Beato Filippo Neri, fiorentino, cap. V. Roma, 1622.
(4) DE ROSSI, How Sotterranea Cristiana, Prel. págs. 12-13. Roma, 1861. *
{8 (124)}
4. El franciscanismo y san Felipe Neri
SI DANTE Allighieri hubiese podido conocer a san Felipe Neri, lo habría incluido en la Divina Comedia, colocando su nombre junto a los de santo Domingo y san Francisco, y habría sumado el elogio que tributo a ambos para proclamarlo de nuestro santo, de quien el poeta divino se hubiera sentido justamente honrado al participar de la misma ciudadanía florentina. Pero cuando Felipe abría los ojos a la luz de la vida, en 1515, hacía dos siglos que los había cerrado el más grande de los poetas cristianos, de quien seguramente Felipe Neri, aficionado a la poesía, leyó posteriormente algunos de sus versos, cuyas ideas expresadas recordaría, como cuando, en la vejez, en una carta a su sobrina monja, le escribe del mundo con palabras que parecen prestadas de Dante, en el comienzo de su obra inmortal: alude a «un bosque», «una selva monstruosa», «un camino de peligros y extravíos, de violencias e injusticias... Si en sus escarceos literarios Felipe Neri imitó a Petrarca, ¿cómo hubiera podido desinteresarse por Dante Alighieri, además fiorentino? Como éste, también admiraría al de Asís, unido a Domingo de Guzmán:
«L'un fu tutto serafico in ardore, l'altro per sapienza in terra fue di cherubica luce uno splendore».
La sabiduría divina de los dominicos y el fervor evangélico de los franciscanos, en cierto modo, compensándose.
A fuer de recordar las palabras de afecto y gratitud de Felipe para con los dominicos de San Marco, de Florencia, a quienes atribuía wlo mejor de lo que había recibido en su infancia y educación cristiana, {9 (125)} no sería justo echar en olvido otras influencias, también significativas, que incidieron en la personalidad de san Felipe. Su simpatía por los frailes franciscanos, en especial por los capuchinos, nunca fue desmentida, y dejó huellas profundas en su carácter cristiano. El radicalismo con el que Felipe abrazó la práctica de la pobreza material, en sus años de juventud, era consecuencia de su impregnación franciscana, y lo mismo el difícil arte de conjugar la libertad evangélica con su comportamiento sereno y amable, sin rebeldías ni singularidades, y la diligente dedicación a socorrer pobres, enfermos y peregrinos, que constituyó, casi exclusivamente, el programa apostólico de su vida laical, junto al tiempo dedicado a la oración y un poco al estudio. Y hasta el aparente escrúpulo que le asalta, de que el exceso de estudio puede ser como una forma encubierta de "riqueza", porque es a costa de algo que se hurta a los demás, a los pobres, también sabe a fervor franciscano. En realidad cuando interrumpe sus estudios en La Sapienza, y vende sus libros para hacer limosna, se comporta como el seráfico de Asís. Saber, sí; pero sobriamente, como san Pablo había hecho notar. Saber para poder comunicar a los demás el conocimiento de Dios. De mayor dirá que se aprende más de Sagrada Escritura en la oración que en el estudio. Lo cual recuerda lo que se establece en los primeros escritos del franciscanismo, muy comedidos en exhortar al estudio y en hurgar curiosamente en los libros, aun de cosas de Dios.
Recomendaciones que se hacían precisamente en el momento en que florecían las universidades en Europa.
Hemos dicho que Felipe vendió sus libros e hizo limosna con su precio. Pero es muy verosímil que se reservara Le Laude de Iacopone da Todi, el más inspirado poeta místico en lengua vulgar, al que hemos aludido otras veces, desde estas mismas páginas. Apasionado por Jesús, devoto de la Virgen, digno hijo espiritual de san Francisco, que reacciona cuando el espíritu de este santo parece olvidarse entre algunos de sus seguidores y advierte del peligro de la sabiduría aprendida sin contemplación, o sin que sirva para la contemplación de Dios y las cosas divinas.
Por un momento se creyó que la sabiduría como fin de sí misma podía engendrar la vanidad y ser perjudicial a la fraternidad entre los hombres y, en particular, entre los religiosos, al establecer, entre ellos, una división más, o forma de cierta "riqueza intelectual" que declinaba a separar sabios de ignorantes, favoreciendo la soberbia de los primeros y humillando a los segundos. {10 (126)} Iacopone da Todi escribía que «París ha arruinado a Asís», es decir, la universidad ha apagado el espíritu. Iacopone da Todi era un hombre cultivado en las letras, pero queridamente volcado a un lenguaje sencillo, comprensible y pensado para todos los niveles.
Profeso de la también llamada "docta ignorantia", tan difícil de alcanzar para liberar la denominación de lo que sería pereza mental, burda, acomodaticia e instalada en la mediocridad finalmente egoísta.
Podemos comprender no solamente los gestos de Felipe joven, sino también cuando, prepósito ya del Oratorio recién fundado, a la vez que estimula y manda a los capaces para que estudien rigurosamente, no les perdona que participen llevando el peso de los trabajos materiales y domésticos, aun en el caso de un estudioso excepcional, como era César Baronio, historiador de la Iglesia, llamado a superar a Eusebio. Todo esto era franciscanismo. También lo era cuando alguien se le acercaba para consultas encubiertas de ostentación o aun de vanidad inconsciente, y los mandaba a su amigo y santo, Félix de Cantalicio, capuchino iletrado, y cómplice de las santas humillaciones con las que Felipe mortificaba el orgullo de los que iban a perder el tiempo en cansancios que no sirven ni al bien de las almas ni a la gloria de Dios.
{11 (127)} Cuando se redactaba el primer esbozo de constituciones e iban a Felipe a mostrárselas, no era aficionado a corregirlas con exceso; sin embargo, entre las escasa, que tuvo inmediato interés en rectificar está la famosa sobre el respeto a la propiedad de lo que cada cual posee como propio, porque quien no sabe administrar en pobreza y prudencia lo propio, menos sabrá administrar lo común. En la Congregación todos debían vivir con la generosa aportación de sí mismos —«totos se devoverint»― y de lo suyo propio ―«propriis stipendiis militant»― sin despersonalizar las responsabilidades, ni vivir a costa de lo ajeno o prestado; el sentido de la pobreza no podía ser meramente implícito ni remitido a la comunidad, sino practicado día a día en continua entrega y generosidad personal. Por eso le interesaba la virtud por encima del voto, que excluyó explícitamente, no como una dispensa o rebaja, sino como un estilo añadido a la verdadera virtud. Era una forma nueva del franciscanismo, en el que, por lo demás, no se mencionaban los votos en su origen, pero sí y siempre las virtudes, con hermosura de nombre, como cuando Dante escribe que, enviudada mi señora Pobreza desde la muerte de Cristo, Francisco se desposó con ella, «pasados más de mil cien años después», y «el amor la volvió a hacer hermosa».
Sería posible recoger muchas palabras y recordar gestos de san Felipe y establecer más paralelismos con el franciscanismo. Y quedaría todavía por hacer una consideración sobre las coincidencias de la experiencia mística en ambos, superior al ámbito moral que suele ser aquel en el que nos solemos limitar en los esfuerzos por acomodar la vida al Evangelio del Señor.
De san Francisco de Asís habría que recordar el fenómeno de sus estigmas, y de san Felipe Neri la experiencia extraordinaria de la inhabitación del Espíritu Santo en la pascua de Pentecostés de 1544.
Sin embargo, como dijo una vez Santa Teresa del Niño Jesús, lo mejor de los santos sólo lo podremos conocer en el cielo.
El buen celo.
El celo cristiano no recurre a intrigas para propagar o afirmar la verdad divina. No halaga a Samaría para aliarse con ella contra Siria. No consagra rey a un idumeo (Herodes), a pesar de que éste prometa embellecer el templo e influya sobre los emperadores de este mundo.
No fomenta la astucia, no se reconoce favorecedor de ningún partido, no deposita su confianza en las armas. Para alcanzar mejoras esenciales, no confía en dones preciosos, siempre puros en su origen, pero igualmente siempre corrompidos en el uso que de ellos hacen los hombres. Por el contrario, obra con arreglo a la voluntad de Dios, se mueve como ella, con valentía y diligencia. Deja que cada uno de sus actos tome por sí mismo su pleno valor de servicio divino, sin preocuparse de hacer con ellos un todo, o un sistema...
En una palabra, el celo cristiano no es político.
J. H. NEWMAN C. O., (PS II, 31)
No hemos de ser sabios ni prudentes según la carne, sino humildes, sencillos y puros. Nunca hemos de desear ocupar puestos que estén por encima de los demás hombres, sino que, por amor de Dios, hemos de preferir ser súbditos y servidores de todos. Sobre los que obran así y perseveran hasta el final descansará el Espíritu del Señor y hará en ellos su mansión.
San Francisco de Asís
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5. Necesidad de la Historia
SE ha consolidado el tópico que asegura que el conocimiento sistemático del pasado no sirve para nada. Por ejemplo, los contenidos meramente técnicos y los planteamientos sociologistas están substituyendo, en la formación secundaria, lo que debiera ser una buena base histórica, y así comprobamos que los jóvenes llegan a la universidad con alarmantes cuotas de ignorancia sobre todo cuanto les ha precedido. Carecen de perspectiva temporal, sin conciencia de que la realidad presente es resultado de un proceso complejo y acumulativo; ni siquiera existe suficiente preocupación para valorar todo cuanto cae fuera del marco raquítico del mero instante. ¿Cómo puede invocarse el nombre de historia cuando se prescinde, sin rubor, de la piedra de toque que permite encajar e interpretar teorías y experiencias? Sobre el conocimiento histórico es posible asentar la reflexión y la actitud sanamente crítica. Si se prescinde de la historia, todo cuanto podemos aprender no encuentra en ninguna parte posibilidad de arraigo, ni de contraste esclarecedor. Y el pensamiento se desarma de forma rápida e indolora. La trampa de los mensajes de nuestros días consiste en ofrecer la ilusión óptica y seductora, presentada precisamente como lo que se quiere substituir. Para las nuevas generaciones tal mensaje resulta ininteligible; para las que conocen o vivieron el pasado, viene a ser una burla.
Qué ofrece la Historia.
El presente está cargado de pasado. Podríamos decir que «los muertos mandan»; nuestra vida no se entiende sin el pasado, y el presente, que es la renovación del pasado, determina el futuro.
Miquel Batllori, S. J., (Premio Princ. Asturias 1995)
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6. La recepción de Newman en la Iglesia católica
LA BIENAVENTURANZA del hambre y de la sed que puede saciarse solamente en Dios ya estaba en la mente y el corazón de John Henry Newman cuando, el 9 de octubre de 1845, era admitido en la Iglesia católica por el religioso pasionista Domenico Barberi, en Littlemore, cerca de Oxford.
De lo cual acaba de cumplirse el 150 aniversario.
Newman se había retirado de la universidad en la paz suburbial de aquella aldea, acompañado por algunos amigos más fieles, después de la tormenta despertada por el llamado «Movimiento de Oxford», que convulsionó el mundo universitario de esta ciudad ilustre y se propagó, en seguida, por toda Inglaterra. En la oración, el ayuno y el estudio, esperaba que la Providencia le abriera el camino de la fe en la verdadera Iglesia de Cristo. La austeridad y el recogimiento observado allí era comparable al orden y rigor más bien propio de la vida monástica. La única riqueza eran sus libros, que habían llevado consigo. Y también la esperanza cada vez más pura, de la que daría testimonio a lo largo de su vida: «No deseo nada mundano, ni riquezas, ni poder, ni fama... No te pido ver, ni te pido saber, sino sólo servirte a ti, oh Senor». Ya anciano, escribía en una carta:
«Siempre he confiado en el Señor, y él nunca me ha olvidado» {14 (130)} (11.3.1878), como si resumiera el pensamiento de un salmo para recoger lo que constituía la actitud espiritual, frente a Dios, de toda su vida.
No era una esperanza ociosa, sino la confianza de que el Señor finalmente mostraría la deseada senda de la luz. El tiempo de la pequeña comunidad aparece empleado según este horario: levantarse a las 5 de la mañana y recitar en común Maitines (el oficio de lectura) y Laudes, a las 6 y media, el desayuno; a las 7, recitación de la hora menor de Prima. Después de esta oración, estudio hasta las 10, con el intervalo del rezo de la hora de Tercia. A las 10, el servicio O sagrada liturgia anglicana, tras la cual proseguía el estudio hasta la hora de la comida. Había una hora de recreación de las 2 hasta las 3 postmeridianas, seguidas del Oficio anglicano, e inmediatamente el estudio hasta las 6, en que se recitaba la hora de Nona. A continuación tenía lugar la cena seguida de un breve recreo. De 7 a 9 y media, estudio. La jornada terminaba con la recitación de Vísperas y Completas.
El silencio venía observado, con las solas interrupciones de las recreaciones apuntadas, dedicadas a la conversación familiar o a la música, y los rezos para alabar juntos a Dios.
La mesa era frugal; en cuaresma aumentaba algo el rigor, porque en los dos últimos años el ayuno duraba hasta el {15 (131)} mediodía, se tenía una sola comida y era excluida la carne.
Newman se imponía, de vez en cuando, otras mortificaciones, que no aconsejaba a sus compañeros más jóvenes. Así transcurrió aquel largo retiro de cuatro años.
Cuando Domenico Barberi, requerido por Newman, visitó la comunidad de Littlemore, quedó profundamente impresionado de la seriedad con la cual allí se disponían a la conversión, a pesar de que él mismo era un hombre profundamente espiritual. No pudo menos que escribir a su superior manifestándole lo que había visto en aquel cenáculo presidido por Newman, de quien escribía que era «uno de los hombres más humildes y amables que he conocido en mi vida». Newman también creyó descubrir en Barberi a un santo «cuyo comportamiento, gestos, serenidad y cortesía mostraban su santidad y todo él era como una predicación», como uno más, en la lista de los santos que había conocido en las lecturas, la reflexión y las plegarias que habían precedido dicho encuentro.
Había entrado la noche del día 8 de octubre de 1845 cuando Barberi llegó a Littlemore, donde era esperado en el improvisado "convento" de Newman y su grupo. Llovía a cántaros y sus ropas estaban completamente empapadas y sus pies mojados. Lo explica el mismo Barberi al escribir a su superior: «Me coloqué junto al fuego para secarme, apenas me abrieron la puerta y entré. ¡Y qué espectáculo al ver arrodillado a mis pies a John Henry Newman rogándome que le oyera en confesión y que le admitiera en el seno de la Iglesia católica! Allí, junto al fuego, me abrió su corazón, con humildad y gran devoción...» No bastó aquella velada. Fue preciso que volviera al día siguiente. Todo transcurrió «con tal fervor y piedad que no cabía en mí la alegría», escribió Barberi. Cuando este santo pasionista fue beatificado por → {16 (132)} Pablo VI, se tuvo en cuenta su intervención en la recepción de Newman en la Iglesia, al tiempo que, por medio de Newman, no cesa el milagro continuo de innumerables conversiones a la Iglesia, como lo reconocía, el pasado 9 de octubre, el cardenal Edward Cassidy, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, quien hizo notar, parafraseando una expresión agustiniana, que en Newman era más exacto hablar de "recepción" en la Iglesia católica que de "conversión", porque llegó a la Iglesia a través de un proceso de madurez más que por el trauma súbito de una crisis dramática. «En mi conversión ―dirá Newman al finalizar su Apología―, no soy consciente de haber tenido ningún cambio intelectual ni moral que se haya impuesto a mi mente. Tampoco he adquirido una fe más sólida en las verdades fundamentales de la Revelación, ni un mayor dominio de mí mismo, ni mayor fervor. Todo ha sido como llegar al puerto después de atravesar un mar proceloso; también la felicidad que de ello se derivó permanece sin interrupción hasta el día de hoy».
En el aniversario que se ha conmemorado en Littlemore, se han congregado este año más de un centenar de peregrinos, el mismo día y hora del anochecer en que llegó allí Domenico Barberi, esperado por Newman, para ser recibido en la Iglesia de Cristo. Apenas cabían en el "convento" original de la escena que se recordaba. La ceremonia para tal ocasión incluía una procesión con cirios encendidos en manos de todos los asistentes, y, en la iglesia contigua dedicada al beato Domenico Barberi, se descubrió una placa de bronce con la escena del venerable Newman y el beato Barberi, junto a la lumbre, tal como éste describió en su día. Lumbre que no solamente era calor, sino también luz que envolvía a ambos en el misterio de la gracia y del amor de Dios.
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7. El otoño de san Felipe
A LA imagen de san Felipe joven, en su vida laical, sucedió la de su sacerdocio. A partir de este momento, desaparecen las excursiones piadosas y solitarias a las catacumbas romanas. La disponibilidad de su ministerio al servicio de los fieles le obligaba a estar de continuo en San Jerónimo de la Caridad, donde en cualquier hora del día podían encontrarle. Surgen espontáneamente las reuniones de los discípulos más adictos, en el cuarto del padre Felipe. Es evidente que toda su experiencia espiritual, recogida a lo largo de aquellas peregrinaciones a las catacumbas y las muchas horas de oración, influyó en el ministerio de Felipe y, muy particularmente, en esas reuniones que iban a dar lugar al Oratorio propiamente dicho.
El crecimiento del Oratorio alcanza plena madurez cuando ya se dispone de un templo mayor ­―la «Chiesa Nuova» de la Vallicellay― y, junto a ella, la magnífica sala para el Oratorio secular, diseñada por Borromini. La iglesia se inauguraba con impaciente ilusión, antes de que concluyeran las obras. Los mismos padres encontraron alojamiento cerca de ella y, en la Vallicella, primero en habitaciones compartidas, después ya en cuartos individuales. Felipe iba y venía de San Jerónimo a la Vallicella. En ésta las obras continuaban todo era nuevo e incluso más cómodo que el cobijo de Felipe en su primera morada y los que completaban la comunidad, ya liberada de San Juan de los Florentinos.
En Felipe se alternaba soledad y compañía, hasta el punto que la primera era una parte que Felipe no habría querido dejar. En San Jerónimo encontraba más recogido ambiente para el silencio, «la piccola cainera» y «la loggietta alta», «lo spazio apperto», tan amados de Felipe. No era una evasión, pero sí, en cierto modo, una recuperación de sus expansiones contemplativas {18 (134)} de las catacumbas de su juventud. En éstas, atravesando la oscuridad del tiempo, Felipe se había adentrado, con los ojos del alma, en la visión que a su fervor le sugería el pensamiento en la gloria escondida de los primeros santos que se habían dado a Dios, y de los mártires cuyo sacrificio había sido la medida de su amor total al Señor. Santos Y mártires, testigos de la Iglesia soñada y ejemplo envidiado en sus años jóvenes. Felipe quería, ahora, mostrar esta Iglesia a sus discípulos, en el Oratorio, para que, como cristianos, se entusiasmaran, y olvidaran la mediocridad de la Iglesia actual que a ellos les tocaba vivir, en amplios sectores politizada y paganizada, y en contradicción con el primer cristianismo.
El Oratorio, para Felipe, tenía esta misión. Podemos comprender por qué él recomendaba tan a menudo que había que volver a los ejemplos de los santos y leer sus vidas, «libros que comiencen con S». No era la curiosidad, ni la evocación estética, sino la lección a retomar. El Oratorio debía ser un cenáculo para mostrar esa Iglesia, cuya historia debía fundirse con la experiencia de cada fiel, contemplada con espíritu de oración. Se trataba de creer en la Iglesia de los santos y de amar a Dios en ella.
{19 (135)} Felipe no es moralizador, sino un místico. Incluso, cuando pensaba en Savonarola, tan admirado por él, no se detenía en el profeta riguroso que la Iglesia, necesitada de verdadera reforma, desoía y acabó por condenar al tormento de la hoguera. Más adentro de la voz amenazante del desdichado fraile dominico, Felipe reconocía en él el celo de un gran amor por la Iglesia, entonces desfigurada, pero que en el fondo, estaba seguro que guardaba una santidad y belleza recuperables, si el amor a Dios renacía en el corazón de los fieles. En Felipe, llegado a su madurez, se puede observar una transigencia y una exigencia que manaba de un gran equilibrio interior y un profundo amor hacia sus discípulos, influidos a sabiendas o no de ellos mismos. Alguna literatura que ha puesto atención en nuestro santo ha pasado por alto el dolor que tuvo que experimentar con unos pocos que no le comprendieron y que llegaron a desobedecerle llevados del error de un falso celo, o incluso de la envidia. Soñaban con eficacias y otros éxitos visibles que estaban lejos del "espíritu" del santo. El Oratorio era hijo de la oración de Felipe y su mentalidad fraguada al contemplar, en espíritu, la primera Iglesia de los santos. Sus hijos predilectos, Tarugi y Baronio, lo afirman claramente. No se trata de un regreso arqueológico o estético, sino de revivir a nivel del propio tiempo, lo que fueron las primeras comunidades. Por eso decía él que no se consideraba un fundador. ¿Fundar qué? Todo estaba fundado en los santos y mártires de la Iglesia, y en el Señor Jesús.
No nos puede extrañar que, después de las obras de edificación de la Chiesa Nuova, se pensara en el modo de estructurar la comunidad de aquellos que Felipe habría preferido llamar «Hijos del Espíritu Santo». Felipe nunca escribió una regla; la escribieron sus hijos, y dejaba que la discutieran manteniéndose alejado, salvo en algunos puntos pocos― en los que se mostró inflexible. Los espacios de soledad y recogimiento en San Jerónimo se conectaban con sus primeras grandes experiencias contemplativas {20 (138)} y, desde ellas, influía en los aficionados a escribir reglas y a discutirlas. En estas discusiones de los hijos estaba siempre presente la implícita referencia del Padre, y esto salvó el espíritu original del Oratorio.
Felipe no iba de la ascética a la mística. Enamorado de Dios, siempre comenzó por querer enamorar a los demás. Sólo el amor obra conversiones. Hay demasiada gente llamada cristiana y partidaria de Cristo, pero todavía no enamorada de él. Tal vez se mantienen en una disciplina, siguen un método o se apegan a lo meramente útil y decoroso, pero se resignan con los mínimos. El amor a Dios lo tienen por descubrir o, si lo intuyen, les asusta porque Dios, visto de cerca, es exigente. Como en la vida, les basta guardar las formas, pero son incapaces de entregarse a nada grande, a romper la propia mezquindad de aprovechados, hasta de Dios, si fuese posible. El riesgo de fariseísmo es inminente. Tal vez jueguen a amar a Dios, para convencerse de lo cual les basta un poco de sentimentalismo o un ramalazo de estética o una pequeña acción simbólica. No han descubierto el amor a Dios, y hasta lo temen, porque el amor de Dios es gratuito y, de ser correspondido, exige el mismo nivel de generosidad.
Felipe sabía todas éstas, una vez bañado su pensamiento en la contemplación de la Iglesia de los primeros santos, y comparándola con la de sus días. La soledad y recogimiento de San Jerónimo le permitían volver a contemplar, en espacios de recogimiento, esta visión paralela a la de su juventud, peregrinando a las catacumbas. Aquella morada era como un refugio, aunque, a diario, iba a la Vallicella y se ofrecía abierto a todos. Pero sus hijos ya le querían del todo con ellos y, por fin, tuvieron que interponer los ruegos del papa para que Felipe, anciano, dejara su "nido" original de San Jerónimo, casi a pesar suyo. Allí se había remansado toda la madurez de su fe, su esperanza de bien para Roma, y su amor a Dios y a la ciudad. Algo parecido al sentimiento de John Henry Newman cuando hubo de dejar Littlemore, después de su gran experiencia en aquel lugar donde el Señor le había iluminado y dado respuesta a tantas súplicas. Dirá: «No me conmocionó nada dejar la universidad de) Oxford o Santa María, pero me ha afectado hondamente dejar Littlemore. He tenido que arrancarme a mí mismo de aquel lugar... Aunque me encontraba allí en una situación de espera, era muy feliz. Allí vi señalado mi camino». Lo que fue un comienzo para Newman era, en Felipe Neri, el otoño.
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8. EL NUEVO BEATO JOSÉ VAZ Y LOS JESUITAS
EL 21 de enero de 1995 el papa Juan Pablo II, en Colombo (Sri Lanka), declaraba beato al p.
José Vaz (1651-1711) y lo proponía como ejemplo de la nueva evangelización, de la formación permanente del clero, de los religiosos y de los laicos. Un misionero del tercer mundo para el tercer mundo y para el tercer milenio. En enero de 1994 el provincial de Goa, p. Gregory Naik, escribía en la revista «Jivan» un artículo bajo el significativo título: «Padre José Vaz, nosotros los jesuitas estamos orgullosos de ti».
De hecho el nuevo beato fue alumno de los jesuitas del colegio de Goa. Dirigido por un jesuita, José Vaz tomó la heroica decisión de afrontar toda clase de peligros y pasar a misionar en el vecino Sri Lanka.
Fue el primer misionero del tercer mundo que dejó su tierra natal para irse al extranjero. Allí él solo fundó una nueva Iglesia con liturgia en la lengua nacional, viviendo en una pobreza radical tres siglos antes de que se hablara de la opción preferencial por los pobres, poniendo en práctica con sus misioneros lo que hoy se define como formación permanente, reuniéndolos a ellos periódicamente para encuentros de oración y "aggiornamento".
El primero que lo redescubrió fue el p. Simón Pereira, primer jesuita de Sri Lanka, historiador insigne y primer profesor del tercer mundo que forma parte del cuerpo académico de la Universidad Gregoriana. Después de escribir diversos artículos y pronunciar numerosas conferencias sobre la vida y métodos misionales de José Vaz, el p. Pereira publicó en 1942 la Vida del venerable padre José Vaz. En 1953 otro historiador jesuita, el p. Vito Perniola, hizo una segunda edición de la Vida y en su Historia de la Iglesia católica en Sri Lanka dedicó todo un volumen al padre Vaz y a sus misioneros oratorianos. Así mismo surgieron tres «Secretariados del venerable p. José Vaz» con la finalidad de darlo a conocer a nivel popular, hasta que intervinieron los obispos, con lo que se aseguró la incoación de la causa de beatificación.
Apenas pasada una semana de esta feliz incoación, otro bien conocido jesuita, el p. Parmananda Divarkar, publicaba en «The Examiner», semanario {22 (138)} católico de Bombay, un explosivo artículo en el que proponía un «plan quinquenal» para su canonización sin tener que hacer frente a los gastos de una nueva causa de canonización ―el tercer mundo no podría permitirse este lujo― sugiriendo el atajo de «una sencilla firma del papa».
La India y Sri Lanka muestran su agradecimiento al papa Juan Pablo Il por haber querido beatificarlo en la tierra de sus fatigas misioneras.
Pero a su agradecimiento añaden una nueva petición: «Santo padre: Firmad un escrito que lo nombre patrón del tercer mundo y del tercer milenio, porque el tercer milenio pertenece al tercer mundo».
¿Bastaría esta firma para canonizarlo? El p. Parmananda, con su cultura de historia eclesiástica, aduce un caso de hace algunos decenios. Pío XI con solo su firma declaró doctor de la Iglesia al beato Alberto Magno, maestro de santo Tomás, pero que permaneció siglos como simple beato. Esta declaración suplió el proceso de canonización y desde ese momento se le consideró santo. Un gesto análogo le cuadra al juvenil coraje de Juan Pablo II y, si esto llega a suceder, el p.
Parmananda pasará a la historia como el jesuita que ha contribuido más que nadie a la canonización del beato José Vaz.
La verdadera religión es modesta Confieso que desconfío de cualquier religión que se presenta como la religión de un pueblo, o como la religión de una época. Y si hay momentos de entusiasmo súbito por la verdad, esa opinión repentina, que aparece bruscamente, desaparece también bruscamente, sin que produzca un crecimiento gradual ni su duración permanezca. La verdad, por su propia naturaleza, tiene el poder de obligar a los hombres a confesarla en sus palabras.
Pero cuando se llega a los hechos, no se la obedece y se la reemplaza por algún ídolo.
Por eso, cuando un país hace mucho caso de la religión y se congratulan al ver el interés general que se le tributa, cualquier espíritu prudente se sentirá inquieto, temiendo que se trate de una falsificación y no de la verdadera religión; de un sueño humano y no de las verdades nacidas de la palabra de Dios.
J. H. Newman, C. O., (PS I, 5)
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9. El historiador César Baronio, verdadero discípulo de san Felipe
EN LA CHIESA Nuova, del Oratorio romano, hay dos sepulcros, uno junto al otro, así dispuestos por expresa voluntad manifestada en vida de los interesados, discípulos predilectos de san Felipe, fielmente hermanados, aunque de temperamento harto distinto uno del otro: se trata de César Baronio y de Francisco Tarugi. Este superaba en trece años la edad de Baronio. Era alto, elegante, de modales refinados, culto, educado en ambiente noble, abierto a las ambiciones cortesanas en la Roma de entonces, sobre el cual Felipe ejercería, con éxito, un gran trabajo de conversión. El naciente Oratorio no habría podido desear una adquisición más brillante, si hubiese bastado tener en cuenta sólo las cualidades naturales de aquel sujeto que la Providencia acercó a san Felipe.
Un par de años más tarde de que lo hiciera Tarugi, se uniría a aquellas reuniones del principio del Oratorio, un joven que no había cumplido todavía los veinte años, César Baronio, originario de Sora, en los Abruzos, que llegaba a Roma también con esperanzas de prosperar, pero con sólo los escasos dineros que le mandaban, no sin sacrificio, sus parientes, además de que su padre, por principio, le tenía atado corto en cuanto al dinero, temeroso de que lo empleara en holganza y vicios, en vez de dedicarse con tesón a los estudios, y disponerse de este modo a un porvenir mejor. Escribía a sus padres con ingenuidad, que la comida era menos abundante en Roma y que había adelgazado.
Hubo de completar su economía haciendo de preceptor, como lo hiciera de joven el mismo san Felipe, a quien pudo conocer apenas llegado a la ciudad de los papas. Felipe tenía ante si a un tipo de montaña, fuerte, comilón, ingenuo, a veces torpe, siempre sincero, algo cabezón... Pero Felipe hizo una obra de arte, de su mismo molde.
Siempre fue directo con él, y consiguió transformarlo en el mejor de sus discípulos. También Tarugi se dejó moldear por Felipe y le fue siempre obediente aunque era más diplomático que Baronio. A éste Felipe le sometió a pruebas y pequeñas humillaciones, que él no las {24 (140)} tomaba como tales, con lo que consiguió pulirlo de todo atisbo de soberbia.
Baronio fue, en el naciente Oratorio, lo que podríamos llamar, su "intelectual". Algo que Felipe no impidió, pero que encauzó con sana prudencia, hasta convertirle en el mejor historiador de la Iglesia, de renombre en Europa. Sin embargo, nunca le dispensó de los trabajos manuales y más humildes (limpieza de la casa, cocina, recados...) Tanto Baronio como los demás jóvenes que frecuentaban el Oratorio participaban del deseo de ver una Iglesia renovada, verdaderamente "reformada", aunque sin rebeldías. Parece que Baronio, que inicialmente no iba desencaminado, se excedía en la predicación del Oratorio, con demasiadas referencias al juicio de Dios, a los castigos del infierno, a la necesidad de la reforma personal de cada cristiano, y se dejaba llevar por la pasión moralizadora, negativa. Felipe quiso atajarlo y le corrigió mandándole cambiar de tema. La reforma personal tiene su importancia, aunque sin necesidad de recurrir al terrorismo apocalíptico, más psicológico que espiritual. La Iglesia cambiará la sociedad en la medida que ella misma sea santa, y será santa, además de la asistencia divina, a partir del amor que le tengan los cristianos, y éstos la amarán si verdaderamente la conocen mejor.
Era, por lo tanto, necesario volver la mirada a los primeros tiempos de la Iglesia y a su camino por la Historia, y, por este motivo, hizo que Baronio ―al que creía capacitado para ello― explicara en el Oratorio la Historia de la Iglesia. De este encargo ampliado y profundizado salió el sabio que escribió los «Anales Eclesiásticos», que fueron, en lo histórico, lo que un par de siglos antes había sido la «Suma Teológica» de santo Tomás, en la ciencia de Dios o Teología. A pesar de su celebridad, Felipe siempre hizo entender a Baronio, que tenía más importancia la vida doméstica y el trabajo diario en el apostolado del Oratorio, que cualquier otra dedicación externa; incluso que era mejor ser fiel a su vocación oratoriana que angustiarse por la publicación de los «Anales», por más célebres que fueran.
Fue el hijo espiritual de Felipe más querido por éste. Le sucedió como Prepósito. Fue creado cardenal, a pesar de la vehemencia y las lágrimas con que suplicó al papa que le excusara de aceptar la púrpura.
Dos veces rechazó ser papa cuando los demás cardenales le arrastraban para su investidura...
Felipe lo contemplaría complacido, desde el cielo.
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10. ÍNDICE DEL AÑO 1995
TIEMPO DE ORACIÓN |
La sentencia de las piedras | 118
Los dones del Espíritu Santo (J. H. Newman) | 74
Oración del IV Centenario de san Felipe Neri | 26
Para la unión de las Iglesias (Y. Congar) | 2
Pedid y se os dará (9. Hilario) | 98
Prefacio de san Felipe (Misal ambrosiano) | 50
TEMAS |
El día después | 75
Fe | 3
Historia | 119
Ir o venir | 27
Las manos | 51
Libertad | 99
Los santos no se escandalizan | 64
Mil millones de católicos | 111
SAN FELIPE NERI Y EL ORATORIO |
Año de bendiciones | 33
Conmemoraciones | 93
Cuatro españoles y un santos | 57
Difundir la alegría (Juan Pablo II) | 113
Dos nuevas iglesias dedicadas al beato José Vaz | 76
El franciscanismo y san Felipe Neri | 125
El historiador César Baronio | 140
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El nuevo beato José Vaz y los jesuitas | 138
El Oratorio de Goa | 45
EI Oratorio, menos clerical | 89
El otoño de san Felipe | 134
El p. José Vaz (Juan Pablo II) | 43
El p. José Vaz, nuevo beato del Oratorio | 24
El privilegio de los hijos de san Felipe (J. H. Newman) | 53
#El santo de la alegría (Juan Pablo II) | 12
El Santoral del Oratorio | 60
La bendición de Newman para el Oratorio (J. H. Newman) | 34
La bienaventuranza de la libertad y san Felipe Neri | 107
La hora del Espíritu | 85
*La montaña rajada | 101
La primera comunidad cristiana (Const. del Oratorio) | 42
La Providencia en el beato José Vaz | 29
«Las catacumbas» | 121
Los intereses creados y san Felipe Neri | 10
Los nombres del seguimiento de Cristo y el Oratorio | 17 y 36
Oratorios musicales | 77, 101 y 121
Qué se necesita para ser oratoriano | 65
Saber sobriamente. San Felipe Neri y los libros | 82
San Felipe Neri (Juan Pablo II) | 96
Sebastián Valfré | 21
Técnica modo de evangelización (Juan Pablo II) | 87
NEWMAN |
El buen celo | 127
La recepción de Newman en la Iglesia católica | 130
La verdadera religión es modesta | 139
Newman y Congar, hombres de esperanza | 5
TEXTOS |
La tradición (Y. Congar) | 7
Necesidad de la Historia (F. M. Álvaro) | 129
¿Qué es la Iglesia? (Y. Congar) | 100
Qué ofrece la Historia (Miquel Batllori) | 129
Una comunidad plenamente humana (Y. Congar) | 9