Compendio SUMARIOS del LAUS (1972-1995)
Núm. 123. MAYO. Año 1974.
TODOS somos deudores de Dios. En el orden de la Providencia, además, somos deudores de aquéllos que Dios nos ha puesto en el camino para conocerle mejor, para mejor caminar hacia Él. La veneración a los Santos responde a esa necesidad de gratitud, a Dios ya ellos, por la gracia de los ejemplos, de los estímulos, de los descubrimientos, de la mediación con que acompañan el camino de la Iglesia. Dentro de ella, todos nos debemos algo, unos a otros, respecto de Dios. Además, con frecuencia sentimos que somos deudores de algo especial en relación con algunos que nos han acogido en su Casa, como si les sucediéramos en la amistad y en la familia y en los propósitos de apostolado y en el esfuerzo por continuar, en la Iglesia, y en el mundo, su estilo y su obra. Por eso nos alegramos al recordar a san Felipe Neri, que estimamos como Padre espiritual y como maestro, en este intento de caminar, con alegría y venciendo flaquezas, por los caminos del Evangelio y del amor a la Iglesia, también en esta hora, tan parecida a la que él vivió.
Núm. 132. MAYO. Año 1975
La verdad hace libres; la libertad facilita el entusiasmo espontáneo del bien; la actividad llevada con el gozo de Dios en el alma es el mejor apostolado y, seguramente, el único verdadero apostolado. Y el apostolado resume todo el amor a la Iglesia y todo lo que puede hacer un ser humano que se consagra a Dios. Dedicamos este número a nuestro Santo Padre Felipe Neri, que es ejemplo de libertad en el amor, de fidelidad en el bien, de entusiasmo por la Iglesia, a la que amó y sirvió, de una manera original y al mismo tiempo sencilla, en una época que se parecía mucho a nuestros tiempos.
Núm. 168. MAYO. Año 1979
LA IGLESIA surgió de un grupo de amigos aglutinados en torno a Cristo. La amistad se convirtió en fraternidad y ésta en familia de Dios, la Iglesia.
Dentro de la Iglesia ―familia de familias, pueblo de pueblos y naciones y pueblo de Dios― todos los movimientos que la han desarrollado o rejuvenecido, han pasado por el mismo proceso: una amistad, una comunidad de hermanos, una familia... Con gozos y esperanzas, con abnegaciones y sacrificios, y a veces con pruebas, como ocurrió en la originalidad cristiana y como se repite en la totalidad de la historia de la Iglesia, todavía peregrinando hacia el Padre. El Oratorio es uno de estos movimientos, que tuvo su origen en un pequeño grupo de amigos reunidos en torno a san Felipe Neri, hace cuatro siglos, en Roma, y que se ha ido reproduciendo en otras partes, también en Albacete.
Núm. 195. MAYO. Año 1982
LA ALABANZA y el agradecimiento son un derecho y un deber gozoso, que también ha de ser proclamado. Nosotros, los oratorianos, lo hacemos dando gracias a Dios por haber os dado a san Felipe, cuya festividad celebramos este mes. Somos una pequeña familia, en la Iglesia de Dios, que se alegra y se inspira en su patrocinio, en su ejemplo y en su apostolado.
Núm. 204. MAYO. Año 1983
LIBERTAD y amor, libertad para el amor, libertad en el amor: eso que entendemos mal y que profanamos o nos confunde tantas veces; pero que sí entendieron los santos, libres y enamorados. Decía san Felipe:
Dadme diez hombres verdaderamente desprendidos y conquistaré el mundo. Y también: «El que se enamora de algo que no sea Cristo, no sabe lo que hace». El santo no pierde el tiempo ni se pierde en la vida: la emplea entera en amor verdaderamente a Dios y todo lo que es de Dios, por Dios, con libre necesidad, con gozo limpio en el alma, aun en el dolor.
Núm. 213. MAYO. Año 1984
GOZARNOS en los santos de Dios, porque en ellos la gracia se ha manifestado ejemplarmente, convertida en realidad vivida. Y gozarnos, con profunda gratitud hacia Dios, por los santos que ha colocado en nuestro camino hacia él, para que nos sean guías y padres en nuestro acercamiento al Evangelio: pues eso representa san Felipe Neri para todos los que nos consideramos sus hijos.
MEMORANDA...
Núm. 224. OCTUBRE. Año 1985
AMÉRICA es una palabra inmensa. Inmensa su historia truncada, inmensa la fuerza de su despertar, después de todas las desgracias, como águila que remonta el vuelo y mira al sol, porque todavía es joven. Pero nunca esta inmensidad, convertida en distancia, nos había parecido tan grande, como en estos días, al pensar en los Oratorios de México. Tan lejos y, a la vez, tan cerca en el sentimiento y la oración, que no habríamos podido escribir sino de ellos, en la esperanza de que, también ahora, como antaño después de otras pruebas, salgan rejuvenecidos, para bien de su pueblo y de la parcela de la Iglesia donde continúan la obra de san Felipe.
Núm. 240. MAYO. Año 1987
NOS ALEGRAMOS otra vez al celebrar la fiesta de nuestro Padre san Felipe Neri. Nos alegramos en el Señor y nos alegramos con la Iglesia, y a ella se lo agradecemos, porque si lo inscribió en la lista de los Santos, fue por obedecer al clamor popular que por tal le tenía en Roma y en Italia, e incluso allende de los Alpes, y porque se honraba a sí misma. Los hijos de san Felipe no tuvimos necesidad de hacer propagandas ni de coleccionar milagros, para presionar a ninguna cumbre del poder eclesial. Por eso, a pesar de reconocernos pequeños en la Iglesia, sentimos un gozo grande, porque san Felipe es, para nosotros, una bendición de Dios, un milagro de la Gracia y un regalo de la misma Iglesia.
Núm. 246. FEBRERO. Año 1988
FEBRERO es el mes en que nació John Henry Newman, el hombre. Y, junto al hombre, como una rama consubstancial con el tronco de la propia vida, la Iglesia anglicana, primera madre en la fe de Cristo.
Pero rama truncada, no sin dolor, mientras surgía otra, la del catolicismo, nacida de la misma raíz, hecha vida en la misma vida, creciendo con el hombre. También, dentro de la Iglesia católica, en una parcela de su campo florido, el Oratorio y san Felipe, Padre benigno, que le sería ejemplo luminoso, «sin el cual nada habría sabido ni querido hacer», en su camino desde las sombras hacia la verdad, para ser, además, luz ofrecida a otros.
Núm. 249. MAYO. Año 1988
CADA fiesta de san Felipe es, para nosotros los oratorianos, un reclamo a la fidelidad de hijos suyos, para que, como nos recordaría Newman, por «una viva contemplación de su imagen, sea para nosotros como la llave para todo lo demás». Es la hora de la gratitud porque, después de la primera gracia del bautismo, ha sido en la casa de san Felipe, el Oratorio, donde Dios ha acrisolado nuestra vocación específica en la Iglesia, con la riqueza de dones sobrenaturales y mediaciones providenciales de hermanos, maestros y superiores para vivir la comunión de un mismo ideal, capaz de transformar la entera existencia. Es la hora de la fidelidad y del agradecimiento, no por mera cortesía, sino de todo corazón, para que nada pueda desvirtuar o apagar el fervor, ni traicionar la imagen arrancada, como de la piedra ―diría Baronio―, de la figura ejemplar del Padre de todos, de modo tal que el ideal del Oratorio nos interese más que ser alabados, o que los de fuera nos consideren útiles, o que recibamos honores a cambio, o que cediéramos a complacernos en una instalación cómoda y prestigiosa, porque todo esto es mundano, y tienta, mientras caminan por el mundo, a los mismos hijos de la Iglesia. Los que nos quieran, que pidan a Dios por nuestra fidelidad más pura, sincera y desprendida.
Núm. 258. MAYO. Año 1989
AUSENCIA y presencia de Dios entre nosotros.
Ausencia, porque la sensibilidad ayuna, aunque le queda la esperanza; presencia porque la fe descubre la gracia, los dones de Dios, que no abandona a su grey en la soledad de los desiertos, en los cansancios de los caminos que llevan a la tierra de las promesas. El creyente descubre esta presencia del que está siempre con nosotros, en los signos de su Iglesia y en el resplandor creado.
Pero la manifestación divina, derivada de Cristo, también se reproduce por medio de los santos. La providencia nos los pone cerca, para que nos sea más fácil descubrir la huella de lo divino en el hombre. A nosotros, nos ha puesto especialmente a uno, que reconocemos como Padre espiritual, por el modo como abrazo y pasó a otros el ideal del Evangelio: es san Felipe Neri. Y damos gracias a Dios.
Núm. 268. JUNIO. Año 1990
SAN Felipe Neri, si hubiese podido elegir nombre para su Congregación, habría sido el de «Hijos del Espíritu Santo». Por eso, Pentecostés, además de la culminación de la Pascua, es, para nosotros, una celebración oratoriana que nos recuerda el prodigio de la vida de oración de san Felipe, desde su misma juventud. La oración fue tan importante en toda su vida y su obra, que acabó llamándose «Oratorio». Oratorio y Espíritu Santo tienen que ver, porque el Espíritu es el maestro único que enseña el trato con Dios y lleva a la unión con él, con tal que, decía san Felipe, «seamos humildes y dóciles». ¡Que el Espíritu fecunde, con el rocío de la gracia, nuestras vidas y todo nuestro obrar!
Núm. 283. MAYO - JUNIO. Año 1992
SANTOS como los de la primera generación cristiana, que predicaron sufriendo y con frecuencia muriendo por la fe, sin gloriarse de sí mismos. Santos como los que abandonaron los estilos, riquezas y soberbia del mundo y siguieron las Bienaventuranzas. Santos como Francisco de Asís y su "perfecta alegría", o como Juan de la Cruz y su "noche oscura", o como Javier y su "sed de almas", o como Felipe Neri llenando de claridad su alma junto a las tumbas de los mártires у la oscuridad de las catacumbas y repartiendo luego libertad, alegría y paz a sus hijos. Lo que no se parezca a esto ha de ser muy tamizado, para librarnos de la sorpresa de tomar por santos a mitos y fantasmas evanescentes.
Núm. 288. MAYO-JUNIO. Año 1993
LOS SANTOS no perdieron energías cultivando dudas para evitar o retrasar su decisión capital, que debiera coincidir con la actitud del alma en presencia de la última oportunidad, al alcanzar a Dios, después de esta dimensión que llamamos "vida". La tensión del diálogo humano-divino, supuesta la fe, no dejaron que se venciera del lado que busca forzar la voluntad de Dios para que coincida con la nuestra, y la justifique; sino que, con ardiente sinceridad, ansiaban elevarse y coincidir con el designio divino. Y así, enamorados de Dios, fueron libres y felices para siempre. San Felipe preguntaba: «¿Y después, y después?...» Después era siempre.