Compendio SUMARIOS del LAUS (1972-1995)
Núm. 105. MAYO. Año 1972.
FRUTO de la Redención son los santos; aquellos que están más cerca de nosotros nos los propone Dios por su fidelidad a la Gracia y por su ejemplo en la Iglesia, como estímulo que hemos de recoger y seguir con agradecimiento y amor. Somos familia de santos, dentro de la gran familia de los hijos de Dios.
Núm. 112. MARZO. Año 1973.
TIRARNOS cada uno y mirar el mundo con el deseo eficaz de la conversión cristiana, es entrar en una actitud penitente. La penitencia, en la Biblia, es conversión personal y colectiva: la voz de los Profetas, las exigencias del Evangelio, la predicación de la Iglesia, la vida —sin mitos— de los Santos, lo atestiguan. Ya no es Nínive, ni una orilla del Jordán:
somos nosotros y la sociedad en la cual vivimos.
Ns. 113-114. ABRIL-MAYO. Año 1973
COMUNIDAD y comunión de santos es la Iglesia de Cristo. Se nos recuerdan los nombres de los que A nos han precedido en la fe y en la gracia, como estrellas lucientes en un firmamento sobrenatural, a través de cuyas constelaciones nos llega siempre la misma luz de Cristo, para nuestro estimulo, mientras peregrinamos.
Núm. 123. MAYO. Año 1974.
TODOS somos deudores de Dios. En el orden de la Providencia, además, somos deudores de aquéllos que Dios nos ha puesto en el camino para conocerle mejor, para mejor caminar hacia Él. La veneración a los Santos responde a esa necesidad de gratitud, a Dios ya ellos, por la gracia de los ejemplos, de los estímulos, de los descubrimientos, de la mediación con que acompañan el camino de la Iglesia. Dentro de ella, todos nos debemos algo, unos a otros, respecto de Dios. Además, con frecuencia sentimos que somos deudores de algo especial en relación con algunos que nos han acogido en su Casa, como si les sucediéramos en la amistad y en la familia y en los propósitos de apostolado y en el esfuerzo por continuar, en la Iglesia, y en el mundo, su estilo y su obra. Por eso nos alegramos al recordar a san Felipe Neri, que estimamos como Padre espiritual y como maestro, en este intento de caminar, con alegría y venciendo flaquezas, por los caminos del Evangelio y del amor a la Iglesia, también en esta hora, tan parecida a la que él vivió.
Núm. 141. MAYO. Año 1976.
NOS ALEGRAMOS de ser hijos de Dios, miembros de la Iglesia y discípulos de los santos, en este mundo y en esta hora, cuando todavía es tiempo de Dios y la tierra campo de la Iglesia para la fecundidad de la gracia.
Núm. 150. MAYO. Año 1977
LA IGLESIA celebra las fiestas de los Santos, no para alimentar el mito a que es propenso remitirse el hombre elemental, sino precisamente para ir des montándolo, de modo que, esas figuras destacadas que nos recuerdan, al reproducirlo, el rostro de Cristo presente en su Iglesia, sean cada vez menos una substitución de los héroes mitológicos del paganismo, y nos introduzcamos en la realidad sobrenatural de aquello que la fe, convertida en vida, pudo lograr en los que de veras se han entregado al Evangelio y puede, todavía, lograr en nosotros si, como ellos, nos abrimos a la Palabra del llamamiento definitivo al bien, al Reino de Dios, sin búsqueda de prestigios que la vanidad podría sugerir incluso en las apariencias de la misma santidad, sin huidas enajenantes del deber inmediato de hombres de esta tierra, aunque para el cielo. Como fueron los santos: enamorados, realistas y sobrenaturales.
Núm. 205. JUNIO. Año 1983
CRISTO se proyecta en la Iglesia en la medida en que los hombres, por la fe y la caridad, se abren al Espíritu y superan el propio egoísmo, dando cauce al plan de Dios para construir una humanidad nueva. Los santos respondieron a este llamamiento y convirtieron sus vidas en anuncio del mismo. Por esto, junto a Cristo, han sido y son los pilares de la Iglesia, como Reino de Dios que ya comienza aquí en la tierra.
Núm. 216. NOVIEMBRE. Año 1984
OTOÑO cierra el ciclo del trabajo sobre la tierra, cuando el hombre acaba de recoger los frutos conseguidos y se dispone a sembrar de nuevo, con renovada esperanza. También la Iglesia medita y guarda en su corazón el fruto de la siembra de la fe en sus hijos, los santos. Y canta alabando a Dios mientras espera nuevas cosechas para el espíritu, en las que seguirá glorificando a Dios cuando premie los propios dones que él reparte convertidos en gracia, semilla de gloria.
Núm. 222. MAYO. Año 1985
LOS SANTOS son la gloria de Dios y la alegría de la Iglesia. Son el milagro de la gracia, como si Cristo andara todavía por los caminos del mundo, porque lo reproducen y lo proyectan con sus propias vidas.
Sensibilizan la eficacia de la presencia del Señor entre nosotros. A veces dolorosamente para ellos, pero siempre como una consolación y un estímulo providencial para nosotros. Por esta razón evocamos su recuerdo y queremos ser fieles a su ejemplo acercándonos, con ellos, al Señor de todos, haciendo camino con la Iglesia.
Núm. 234. NOVIEMBRE. Año 1986
CUANDO comienza el frío y el viento barre las nubes, el cielo es más puro arriba, en la noche, y el silencio llega más pronto para ver pasar, como luces que cierran el cortejo de los héroes de la Iglesia, los nombres de todos los Santos. Es la gran cosecha del Evangelio. Ellos han sido el cielo en la tierra.
Cuando comienza el frío, de puro instinto nos recogemos interiormente y descubrimos, dentro de nosotros mismos, más fuerte, la llamada a la trascendencia. Ellos nos dieron ejemplo.
Cuando comienza el frío, los sentidos se humillan, otra vez, y el espíritu se eleva y admira, cara al infinito, cara a Dios, desde donde ellos nos esperan.
Núm. 240. MAYO. Año 1987
NOS ALEGRAMOS otra vez al celebrar la fiesta de nuestro Padre san Felipe Neri. Nos alegramos en el Señor y nos alegramos con la Iglesia, y a ella se lo agradecemos, porque si lo inscribió en la lista de los Santos, fue por obedecer al clamor popular que por tal le tenía en Roma y en Italia, e incluso allende de los Alpes, y porque se honraba a sí misma. Los hijos de san Felipe no tuvimos necesidad de hacer propagandas ni de coleccionar milagros, para presionar a ninguna cumbre del poder eclesial. Por eso, a pesar de reconocernos pequeños en la Iglesia, sentimos un gozo grande, porque san Felipe es, para nosotros, una bendición de Dios, un milagro de la Gracia y un regalo de la misma Iglesia.
Núm. 244. DICIEMBRE. Año 1987
TENEMOS más razones, para creer en Dios, desde que nos consta, por la Encarnación, que Dios ha creído en el hombre, y ha aceptado el riesgo de no ser recibido y hasta de ser rechazado. Pero el más pequeño entre los que le reciban será mayor que los más grandes que le desprecien. El problema, para el hombre, está en mantener limpio el propio corazón para "ver" las formas de su presencia entre nosotros. Los santos ―singularmente la Virgen— lo vieron, creyeron y, así, fueron bienaventurados. Desde que esto empezó, la Iglesia se esfuerza en cumplir la misión, y ejercer el ministerio de seguir anunciándolo y servir, de este modo, a Dios y a los hombres, y con fe y esperanza nos enseña a creer en él y en éstos.
Núm. 250. JUNIO. Año 1988
NO HAY nada que sea tan libre y que obligue a tanto como el espíritu. Esa es la vocación y el compromiso de la Iglesia, que hicieron suyos los santos que la amaron, olvidados del propio provecho temporal. Su preocupación no fue el poder, o el dinero, o el éxito frente al mundo que les miraba, sino el ansia encendida, hasta dar la vida, por reconducirla incesantemente a las fuentes mismas del Evangelio, donde ellos bebían y saciaban su sed de santidad y daban de beber a todos los sedientos de ideales más altos que los que puede ofrecer el mundo. Los verdaderos reformadores de la Iglesia fueron los santos, desde la libertad que les daba la fidelidad evangélica. Todo lo demás, para ellos, contaba muy poco o nada.
Núm. 259. JUNIO. Año 1989
AUNQUE se llamara cristiana, la filosofía sería locura, la moral fariseísmo, la cultura pedantería, la estética vanidad, el culto folclore, y mentira, idolatría, injusticia y opresión cuanto se derivara de la manipulación de la política, de la educación, de las riquezas, si en la teoría y en la práctica, al referirnos a la Iglesia, por más alabanzas que le tributáramos y fiestas que convocáramos, se oscureciera la primacía absoluta de su finalidad principal y de su misión sobrenatural. Ella es, quiere ser, ha de ser, en este mundo, el espacio donde resuena y se anuncia el misterio de Dios para el corazón de los hombres. Es camino que conduce a Dios, que luego perdurará como ciudad iluminada puesta en lo alto, para ser morada eterna de Dios y de los santos. Todo lo demás es secundario.
Núm. 267. MAYO. Año 1990
SOMOS pueblo de Dios y familia de santos. La sacramentalidad de la Iglesia no se agota con los "signos de gracia" que ella distribuye, por mandato de Cristo, sino que él mismo sigue presente en medio de nosotros, misteriosa pero verdaderamente. Presencia que se hace, en particular, activa a partir del sello bautismal que nos incorpora a él, y que se manifiesta en la santidad de los que, admirados y agradecidos «a su Padre y a nuestro Padre», corresponden' con fidelidad a sus gracias. Estos son los santos, hermanos nuestros, en los que alienta la vida y reverbera la claridad de Cristo, luz y vida para todos. Por eso nos acordamos de ellos y celebramos el triunfo del milagro que los transformó en imagen suya, mientras sigue con nosotros.